martes, 14 de junio de 2011

Dos niños extraordinarios




  Andrés Clemente Vázquez


 Querido Cónsul; ¿alguna vez le ha soplado a usted la musa, escribiendo en favor de los niños? Pichardo quiere dedicar un número completo de El Fígaro a los pequeñuelos de Cuba, a los que mañana serán los directores de esta hermosísima tierra...
 Eso me dijo, hace pocos días, en la redacción del simpático semanario habanero, el espiritual cantor de las bellezas adriáticas, Francisco Hermida.
 Y yo le contesté:
 -Mi pluma es muy modesta, pero sucédele lo que a la de Valdivia: corre más fácil cuando se le abren de par en par, las puertas del sentimiento, los horizontes de la ternura o de la melancolía.
 ¡Cuántas auroras descubro aún en las infinitas soledades del pasado!
 Cuba ha tenido dos glorias, mejor dicho, las tiene todavía, que supongo no serán superadas en ningún otro país.
 La noche del 26 de Marzo de 1863, fue inmortal.
 La inmensa nave de la iglesia de Santo Domingo, estaba repleta de personas distinguidas, bajo la presidencia del Excmo. Señor Capitán General don José de la Concha, y del Ldo. D. Antonio Zambrana, Rector de la Real Universidad de la Habana. Los trajes -de seda- de las señoras y señoritas; los perfumados adornos de los pebeteros, los cárdenos temblores de las argentadas lámparas y los ecos lejanos de la música de los parques, le daban a todo aquello cierta solemnidad extraña. En una banca estaban los mejores matemáticos de la capital: D. Eduardo Martín Pérez, D. Antonio Oliver y Bravo, D. Joaquín Dueñas y D. Pedro María Montaner. Hacia otro lado, frenéticos de entusiasmo, hallábanse el director de La Prensa D. Francisco Montaos y el Excmo. Sr. Brigadier, D. Rafael Primo de Rivera.
 ¿De qué se trataba?
 De un niño enclenque, nacido en Manzanillo, de once años de edad, nervioso y pálido (discípulo del maestro rural D. Manuel María Mena), que acertaba en pocos segundos, de memoria, sin equivocarse jamás, los más complicados problemas aritméticos, multiplicando números quebrados por millones y trillones, con asombrosa sencillez, sin el más mínimo esfuerzo.
 Después de 34 años, aún me parece estar mirando al niño Francisco Javier Solá y Camps, de pié sobre una mesa, y vestido pobremente, con zapatos de marroquín, pantalón de dril blanco y una levita amarilla, con la cabeza baja, y apretándose la frente con un dedo de la mano derecha.
 Todos los profesores llevaban preparados sus problemas de falsa posición, denominados, extracción de raíces cúbicas, etc.; Solá respondía rápidamente, como un rayo, cual si diera latigazos a los que pretendían poner a prueba su talento. Los aplausos estallaban entonces. Las señoras agitaban sus pañuelos o abanicos. La orquesta le saludaba con la Marcha Real española.
 Un necio creyó que había arreglos previos entre el niño coloso y los que le examinaban. Pidió permiso para proponer un problema de trigonometría, y Mena, el profesor, se opuso, porque Solá únicamente había aprendido los rudimentos de la aritmética.
 -Qué pase!, gritó Montaos, con la venia de la presidencia. Y el preguntón intruso planteó una cuestión bastante ardua: dar dos lados de un triángulo, para fijar la distancia y altura de un papelote, impelido por el viento y amarrado a un árbol con un extenso cordel, teniéndose que adivinar el tercer ángulo por el operador...
 Bah! -El niño genio no había estudiado las fórmulas geométricas; pero se puso lívido y jadeante, durante tres o cuatro minutos. Parecía que iba a llorar. Sudaba a mares. De repente sus ojos se iluminaron. Levantó con orgullo la pequeña cabeza, y respondió explicando los términos de la ecuación.
 -Se ha equivocado, dijo el curioso examinador. Sin embargo, los sinodales comprobaron públicamente el análisis, en una inmensa pizarra; y en efecto, hallaron pequeños errores, pero las faltas eran del confundido maestro. El niño había acertado y vencido con pasmosa exactitud.
 Enseguida el Capitán General le dijo el día, la hora y también el minuto en que él había nacido, preguntándole lo siguiente:
 -¿Hasta este instante, en que son las nueve de la noche, cuántos segundos ha durado mi existencia?
 Las mejillas de Solá se enrojecieron, al verse directamente interpelado por la primera autoridad. Durante algunos momentos pareció que hablaba con el vacío, murmurando: ah! sí!... no! no!.... quizás...
 De súbito exclamó:
 -Eso es bien fácil.
 Designó con firmeza el largo guarismo que se deseaba, y el general, que había ya preparado su teorema, y averiguado la respectiva solución, movió la cabeza, en señal de desagrado o de inconformidad.
 -No se olvide V. E. de los años bisiestos, repuso el niño. Y entonces las aclamaciones fueron grandiosas e imponentes, como nunca se habían escuchado en aquellas venerandas naves, embalsamadas por el incienso y dignificadas por la oración.
 - Es el Manghiamele cubano, dijo Montaos.
 -No estoy conforme, replicó Primo de Rivera.
 El calculista siciliano era un hombre, y este es un niño. No hay entre ambos ninguna comparación que sea posible.
 ¡Y no estar allí los padres de Solá, porque era huérfano!
 Todos los grandes colegios del mundo solicitaron, por telégrafo, el honor de encargarse gratuitamente de perfeccionar la educación de aquel prodigio, pero el gobierno acordó que Solá continuase bajo los auspicios de un instituto nacional, o sea del conocido entonces en Matanzas con el nombre de La Empresa




 Los años transcurrieron, y el 8 de Octubre de 1893 publiqué en El Fígaro un artículo denominado: Un portento mexicano y una maravilla española. Esa maravilla era el niño Raúl Fausto Capablanca, el cual, no teniendo cinco años de edad, y sin haberle enseñado nadie los misterios del ajedrez, con sólo ver jugar a su señor padre, ganaba partidas a los amateurs de tercero o cuarto orden, del célebre club ajedrecista de la Habana.
 Sé que vive, y estudia mucho las primeras letras,  Capablanca, para gloria y orgullo de su familia,  mientras que el autor de sus días se bate, como un  bravo, en cumplimiento de sus deberes militares.
 En aquella época lo dije, y en esta ocasión necesito repetirlo: el niño Raúl Capablanca es uno de los mayores galardones del siglo XIX. Ni Filidor, ni Labourdonnais, ni Deschapelles, ni Morphy, pudieron entender los intrincados arcanos del ajedrez, hasta después de haber cumplido los diez años.
 Se me ha asegurado que Solá y Camps arrastra ahora mísera existencia, como tenedor de libros, en una casa mercantil de los Estados Unidos.
 Ya que no puedo darles otra cosa mejor, a los estupendos niños Capablanca y Sola, he tratado de exhibir ante el mundo civilizado, los refulgentes ramos de sus trofeos intelectuales.
 ¿Cuál de esos dos niños admirables habrá de ser considerado como superior?
 Si yo fuera espiritista, sostendría que sus almas habían sido cultivadas en anteriores y selectas encarnaciones.
 Mas aun cuando no soy espiritista, sí milito en la escuela del más depurado espiritualismo; creo en la inmortalidad; lo espero todo de la Providencia.
 Sus conquistas dejan, en la humana historia, imperecederas huellas.
 Segün exclamaba el dulce rimador andaluz, Manuel Reina, en su hermosa Vida inquieta, los triunfos de talentos portentosos, como los de Raúl Capablanca y Francisco Javier Solá y Camps, serán siempre un manantial de fecundísima poesía, aunque alguna vez la imaginación o los sucesos nos los presenten rodeados de pasajeros eclipses, porque:

 Vencidos, los gallardos paladines
 vuelven por la ancha vía,
 ¡mas siguen resonando sus clarines
 con mágica armonía!


 Marzo del 97.

  
 En el ocaso: Reminiscencias amaericanas y europeas, La Habana, 1898, Imprenta Avisador Comercial, pp. 336-343.

1 comentario:

Carlos R. Escala Fernández dijo...

Trabajo en el Archivo Histórico de Manzanillo y tengo información sobre Francisco Javier Solá.. me gustaría poder reconstruir la mayor parte de su vida... a nuestra disposición hay un largo artículo biográfico publicado por el periódico La Antorcha de esta localidad, de donde era oriundo el niño y además, un documento notarial de cuando él vivía en Nueva York, casado y empleado, y encargó al gerente de la sucursal del Royal Bank of Canada que vendiera las propiedades que le correspondían como herencia a él y a su hermano Eduardo, residente en México.
Carlos Escala Fernández
cescala@ahmzllo.granma.inf.cu
Archivo Histórico Municipal de Manzanillo.