sábado, 9 de julio de 2011

Carta crítica del hombre mujer





      El Amante del Periódico
  
  Señores diaristas
  Muy señores míos: impulsado del gusto con que deseaba oír el último discurso de la hermosa y aguda Señorita, llegué a su Casa, y a poco rato de esperarla yo y los demás Señores concurrentes, apareció manifestando la afabilidad de su semblante, y derramando la misma gracia que la tarde pasada nos dixo: Poco se necesita para conocer a donde va a aparar mi discurso, quando su título EL HOMBRE MUJER, está indicando que me contraigo a hablar del torpe y abominable vicio de la Afeminación, antiguo BOLERO o enfermedad que ha contaminado a un porción considerable de hombres en nuestro País. No parece sino que mal hallados con el favor que las ha hecho la naturaleza, voluntariamente quieren desposeerse por sus caprichos extravagantes, del privilegio que gozan, haciéndose indignos del honroso título de Hombres. A eso pretendo combatir esta tarde, y aunque nunca he creído corregirlos por más que les ponga delante sus puerilidades y ridiculeces, quiero con todo darles una buena zurra por lo que pueda importar.
 ¿Quién podrá contener la risa quando ve a un hombre barbado gastar la mayor parte de una mañana en peinarse, ataviarse, y en ver copiada su hermosura en un espejo, qual lo practica la Dama más presumida? ¿Quién no se asombra de ver que en dengues, delicadezas y melindres, nos den los Señores míos tres y la topada? A la verdad, yo no sé cómo hay Muger que admita a su trato semejantes avechuchos. Ellos representan el papel de Gallos entre las mujeres, y de Gallinas entre los hombres, al paso que de éstos merecen la compasión, quando de aquellas el desprecio. No tratan de otra cosa que de necedades, muñecas o títeres, como dixo el Pensador de Madrid; y yo añado, que tendrían un bello acomodo en las sombras chinescas. En hora buena dexen de venir Monos del Petén, a mi no me da cuidado, como haya Petimetres y Afeminados con quien divertirme. Porque ¿qué mayor deleite, que ver estos Tirulillos en la calle tan estirados, que como dixo Quevedo, parece que han almorzado asadores, y comido virotes? ¿Unos, pelados hasta más de media cabeza, como los Indios que vienen de la costa, y otros con dos salchichones de Génova, por bucles, o bien dos guatacas formadas del mismo pelo batidas y empolvadas hasta el extremo de asemejarse a los perros de agua? ¿Qué diremos de los tacones y palillos? No parece sino que van en zancos, tan ajustados y metidos en sus calzones, que yo no sé cómo pueden hincarse en la Iglesia sin que revienten, y sin que les cueste un sumo trabajo. Lo peor es que no han bastado a contenerlos, ni las sátiras, ni las burlas que han hecho de ellos los poetas y escritores públicos de todas las Naciones, ni lo que es más, las declamaciones fuertes de los celosos Predicadores en los púlpitos. Por puntos se aumenta el número de los que quieren hacerse Mujeres en sus trages y acciones con notable detrimento del estado, y con gran dolor de los hombres de juicio, que no pueden remediar tan terrible locura. Aun quando el pudor y la honestidad no les proscribiera la indecencia con que se presentan, la Religión sola bastaría para apartarlos y contenerlos en los límites de la moderación.
 Hay afeminados por otros estilos, y a la verdad los que causan mayor daño. Estos son aquellos que se dedican a vestir las Petimetras de iguales cascos que ellos, y los Ayos que dirigen sus acciones, mueven sus voluntades, y no darán paso sin consultar el feliz ingenio de estas despreciables criaturas, que quando andan llevan en su aire todos los reconcomios, repulgos y cosquillas, que gasta el ídolo que componen y atavía, quando aspira a provocar el apetito. No sin gran fundamento los han llamado Diptongos o equivocación de la naturaleza, común de dos en el gesto, ambiguos en las facciones. Tal con calzones, y Margaritillas sin faldas. Aquí viene bien el cuento de Diógenes, quando siendo preso por unos ladrones lo sacaron a vender a la Plaza donde viendo un hombre igual a los que habemos pintado, llegándosele al oído le dixo, según escribe Philon. Tu me emito, viro enim opus habere videris.
 En diciendo esto soltamos la risa los tertulianos, y admiramos igualmente la discreción con que no nos quiso dar traducido el paisaje, tal vez por respeto a su modestia y honestidad. Ella se sonrojó algo, y prosiguiendo su discurso dixo: Dios nos libre cuando el hombre da en afeminarse, que vestido de la condición femenina, es peor que la misma muger, al paso que es un monstruo que espanta, risa que alegra, novedad que admira, y juego que entretiene. Vaya otro cuentecito: Era [¿Hortensio?] tan afeminado en toda su composición de cuerpo, que se miraba y remiraba al espejo como si fuera una filis mundana, grangeando con esta vanidad servir de mofa y entremés al Pueblo Romano. A tanto llegó el donaire, que Lucio Torquato le llamó públicamente DIONISIA, en presencia de todo el Senado. ¿Y quién era esta Señora mía? Una danzadora pública que comúnmente las tales sirven en las Ciudades de rameras. ¡Quantas DIONISIAS e INESES se podían poner en nuestro País también a la vergüenza! Por evitar pues esta afeminación con que los hombres son infamados dondequiera, les está prohibido por todos derechos, que ni la mujer se vista en hábito de hombre, ni éste en traje de muger. El que así lo hacen ha sospecha de que tiene el corazón como ella, que quiere renunciar su autoridad, y ser como ella liviano.
 Si los antiguos no quisieron que fuese uno el mismo trage y ornato de las Matronas honestas, que el de las mujeres disolutas, ¿con quanta mayor razón deberá prohibirse lo que arriba hemos apuntado? –si perdida la joya de la vergüenza, no hay que esperar virtud de la muger, menos se debe esperar y confiar del hombre, vendida su libertad por este vicio, pues trueca su suerte con ella, y en todo se torna qual ella es. De modo que su mirar, su andar, su hablar, su reír, su llorar, su tratar y comer, todo, todo huele a vanidad mugeril.
 Pregunto ahora. ¿Si se ofreciera defender a la Patria, que tendríamos que esperar en semejantes Ciudadanos o Narcisillos? ¿Podrá decirse que estos tienen aliento para tolerar las intemperies de la Guerra? ¿Cómo han de ser varones fuertes y esforzados, decía Séneca, los que así ostentan su ánimo mujeril y apocado? Desengañémonos, el que se cría con músicas, bayles, regalos y deleites, forzosamente degenera en femeniles costumbres.
 ¡Infelices criaturas que no habéis llegado a conocer el privilegio y la gloria de ser Hombres, les diría yo, no queráis haceros imbéciles perdiendo la gran prenda de la robustez, que según el Padre Feijoo, es la característica en el hombre, y en la que sobrepuja a nuestro sexo. Dexaos de seguir el camino de la locura, pensando en lo adelante en vivir como Hombres, conociendo que no hay hipérboles bastantes que ponderen su dignidad: que sois un compendio admirable y cifra hermosa de todas las criaturas visibles: que el Orbe entero respecto del Hombre, es solo un corto teatro de sus acciones: que no hay Estrella en el Cielo como su buen juicio, ni flor en la tierra como sus castos pensamientos: que nadie le aventaja en lo noble, galán, elevado y precioso. ¿Qué fábrica puede inventar el Artífice más sutil que cotejada con él, no salga vencida y avergonzada a vista de su delicadísima arquitectura? De todo esto carecéis hombres poco reflexivos en el punto que os abandonáis en brazos de Afeminación. Y si aun todavía persistís en seguir una pasión que tanto os envilece, sirva por remate de todo la siguiente
                                  
    DÉCIMA
    
    Infeliz Afeminado
    Que mereces este nombre
    Porque el carácter de Hombre
    Tú mismo lo has degradado
    Sigue tu camino errado
    Y juzga como delicia
    La más notoria estulticia;
    Pero no te has de montar
    Si te dicen al pasar
    Agur mi Doña DIONISIA.

 Concluyó su discurso la Señorita, y repitiéndole nuestras celebraciones nos despedimos hasta otro día. Yo llegué a mi Casa, puse en limpio la obra que remito a Vms. para que siga a la VIEJA NIÑA si lo merece.
 Dios guarde a Vms. ms. as.
 Havana y Marzo de 91.

 Papel Periódico de la Havana, no 29, 10 de abril de 1791. El Amante del Periódico: Según Roberto Agramonte, seudónimo de José Agustín Caballero. 




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