miércoles, 3 de agosto de 2011

Casa de San Dionisio

 


  Cirilo Villaverde

  Un temor religioso sobrecoge el ánimo del escritor al estampar el solo nombre de S. Dionisio, mayormente, cuando sin quererlo, por sobre las almenas de la casa, divisa los pinos del Cementerio. Aquí la tumba de los dementes! allí la tumba de los muertos! Qué consonancia tan terrible! La muerte y la locura juntas! Nosotros respetamos las intenciones del sabio magistrado que así lo dispuso, y aún aplaudimos su filosófico pensamiento. La locura y la muerte son una misma cosa. El hombre demente existe en un mundo donde aún no han podido penetrar los sabios de la tierra: el hombre muerto reposa en otro mundo cerrado definitivamente para el hombre vivo. La casa de los locos y la casa de los muertos deben estar pues, en un mismo sitio. Si la sociedad tiene un sepulcro debajo de la tierra para sus muertos, que sirve de asilo a sus huesos, es cosa muy puesta en razón que erigiese también asilo sobre la tierra, para aquellos que, perdiendo el juicio, perdieron la existencia moral, y demanden una tumba o lugar apartado, donde sus delirios no exciten a todas horas, el horror, la lástima y tal vez el escarnio del hombre sensato. La sociedad en esto obedece a Dios callando. Desgraciado el hombre que no encuentra un hueco en la tierra donde descansar sus huesos! Desgraciado el loco, que no tiene un asilo donde ocultar a los demás hombres las miserias de su razón extraviada!
 La situación de la casa de S. Dionisio es al costado oriental del cementerio, entre este y el hospital de S. Lázaro, al fondo de la caleta del mismo nombre, dando su frente al Sud, y bañada en todos los sentidos por las brisas del mar; casi a las faldas de la célebre loma de Aróstegui, poco menos de dos millas del centro de la ciudad, y cerca de una del Castillo del Príncipe. Esta situación, según se ve, no puede ser más adecuada al fin de su instituto, como lo es la de San Lázaro y la del Cementerio general. Sitio retirado y silencioso, fresco y puros aires: ved aquí los requisitos que demanda naturalmente una casa destinada para los hombres de suyo achaquientos, y ved los que goza la de S, Dionisio en la Habana.
 Su erección fue el año 1827, gobernando el Sr. D. Francisco Dionisio Vives, de quien tomó el título; y su apertura el 1ro. de septiembre del siguiente año. Hízose la obra a expensas de una suscripción voluntaria promovida por dicho Exmo. Sr. Con el santo fin de amparar o recoger a .los infelices dementes que, o vagaban por las calles hechos la burla y el escarnio de los muchachos y de la mendiguez juntamente, o gemían sufridos en los calabozos de la antigua cárcel sin aire, sin luz y sin abrigo corporal y espiritual.
 El edificio tal como le representa la estampa que encabeza este artículo, descubre a primera vista una fachada sobreelegante, de firme y sólida constricción. Su sencillo ante-pórtico de orden corintio, junto con el enverjado de hierro sobre muros de mampostería, que rodea el pequeño jardín que tiene la casa delante y los pinos, obelisco, rejas y flores del Cementerio, que se ven al fondo del cuadro, producen un contraste bello, que dan a la estampa y al objeto real muy gracioso y pintoresco aspecto.
 La puerta de entrada, queda precisamente en medio, bajo el ante-pórtico, a cuyos lados abren cuatro ventanas de fuertes rejas de hierro, que dan luz y aire a otros tantos cuartos ocupados por el loquero, el mayordomo de la casa y dos soldados y un cabo, que no montan guardia sino que están de respeto, para en caso de necesidad. Sobre el umbral de la citada puerta, en una lápida de mármol, con letras doradas de relieve, se lee esta inscripción:
  
 A LA HUMANIDAD
 AL SANO JUICIO
 Mens Sana in Corpore Sano.
 Francisco Dionisio Vives Juan José Espada
 GOBERNADOR  OBISPO
 AÑO DE 1827

 La entrada es un pasillo de dobles puertas: la exterior o de la calle y la interior, que además tiene una reja de hierro y cae al primer patio. En este un cuadrilongo de 28 varas de largo. Y más de 12 de ancho, con pasadizos todo alrededor, soportados por gruesas columnas de piedra del mismo orden que las del ante-pórtico, bajo de ellos están las celdas de los dementes pensionistas, que por todas suman quince, con más de tres calabozos reforzados de fuertes rejas, de los cuales actualmente solo estaban ocupados dos.
 Cuando se abrió la casa en 1828, no tenía más que este patio y un gran jardín al fondo; pero posteriormente lo destruyeron para fabricar otras celdas, con patios correspondientes, según veremos después. Para entrar en el segundo que es cinco varas más chico que el primero y que tiene los mismos pasadizos y columnas, atravesamos otro pasillo al cual abren dos puertas, que lo eran de otros tantos salones corridos a derecha e izquierda, donde se veían las largas mesas y bancos de pino, en que se sientan los reclusos blancos a comer, pues los de color tienen las suyas en los pasadizos. En el centro de este segundo patio hay una hermosa fuente, que derrama un choro abundante de agua por la boca de una bestia marina; y corona la pila el Dios del silencio, representado en un precioso niño de mármol ordinario, que se ve de pie, con el indicador sobre los labios.
 Aquí en vez de celdas hay dos salones, de N. a S, de 30 varas de largo cada uno, con muchas ventanas para su mejor ventilación, que sirven de morada a los locos que recoge y mantiene la caridad pública: sus camas son duras tarima y su abrigo una frazada de lana. Antes de pasar al tercer patio, reparamos sobre el dintel en una lápida de mármol donde se lee una inscripción del tenor siguiente:

 Por el Excmo. Capitán General
 DON JOAQUIN DE EZPLETA
 Bajo la dirección
 Del EXCMO. SR: MARQUÉS DE ESTEVA
 Y dirección del Coronel D. Manuel Pastor,
 AÑO DE 1839

 Este tercer departamento pertenece exclusivamente a los hombres de color; tiene dos salones a la derecha, divididos de por mitad, y a la izquierda algunas celdas angostas, provistas de cepos para encerrar y sujetar a los locos que se muestran inquietos o desobedientes a la voz del loquero, también tiene dos baños de agua corriente, con dos llaves cada uno y dos estanques enladrillados de vara y media de profundidad.
 En fin en el cuarto y último patio están el lavadero, la cocina y la letrina; es el más chico; está rodeado de un alto muro que tiene dos puerta, la una falsa y grande que sirve para extraer las basuras, la otra pequeña y da al callejón divisorio entre la casa y el cementerio. Los salones de los cruceros son muy ventilados; lo mismo que las celdas, que abren ventanas a todos los aires; y los cinco departamentos, de que se compone la casa de S. Dionisio, están enteramente divididos entre sí, porque en todos los pasillos hay dobles puertas, que cierran hacia el Sud.
 Los patos, celdas, calabozos, pasillos, pasadizos y paredes respiraban tal aseo y limpieza que sobremanera nos admiró, no menos que el religioso respeto con que aquellos seres de extraviada razón miraban a su guardián o loquero, D. Ignacio Franco, quien tuvo la amable condescendencia de enseñarnos el establecimiento y darnos cuantas noticias e instrucciones le pedimos. Mientras pasábamos de un patio a otro solía quedarse atrás el loquero cerrando alguna puerta; entonces los dementes nos rodeaban hablándonos a un tiempo y cada cual conforme a la tema de su locura; pero se aproximaba aquel y todos se alejaban y le abrían paso, atentos siempre a sus menores acciones, como a sus palabras. La mayor parte de esos infelices estaban echados en sus tarimas cuando entramos; mas según fuimos penetrando en la casa, fueron ellos poniéndose de pie, por manera que a nuestro retorno, ya casi todos los 119, que hoy encierra el establecimiento, ocupaban los pasadizos del primer patio, y comenzaron a darnos voces e insultarnos desde lejos, porque nos veían con el lápiz y el papel en las manos, apuntando las noticias con que redactamos este artículo.
 Desde la edad fresca y lozana de los veinte años, hasta la débil y madura de los setenta, vimos allí locos; y es cosa singular que ninguno furioso; porque si bien es cierto que hay calabozos y estrechas celdas, rara vez, según nos dijo el loquero, se han visto en la necesidad de ocuparlos; y los cepos y los encierros; más se dan como corrección de pequeñas faltas, que como medios preservativos contra la furia de algún demente.
 A las seis de la mañana toman ellos un ligero desayuno, compuesto de pan y café puro; almuerzan a las nueve; báñanse (los que lo permite su estado) a las doce; comen a las dos de la tarde, y a ls cinco meriendan con lo mismo que desayunan. El esquilón se halla en el pasillo del primer departamento, avisa las horas de ponerse a la mesa; y el cañonazo que disparan en el puerto a las ocho de la noche, es la señal que les manda a acostarse y todos lo hacen sin necesidad de apremio, ni de otro aviso: a las nueve reina en todo el edificio, el silencio de un convento de religiosos.
 Nosotros nos retiramos de S. Dionisio al cabo de una buena hora, es decir a las cinco y más de media de la tarde, Quedando encantados de la amabilidad del Sr. Franco, a quien los dementes tratan con el respeto de u padre cariñoso, y él a ellos como a hijos desgraciados. Hoy no hemos olvidado ninguna de sus cortesanas atenciones, para con nosotros extraños e importunos visitantes; tampoco se nos borrará nunca de nuestra imaginación la fisonomía de esa enfermedad que llaman locura, fisonomía espantosa que inspira lástima, y horror al mismo tiempo. La palidez del rostro, la vaguedad en los ojos ahuecados, la macilenta expresión del semblante, y las manías de todos y cada uno de los locos agrupados en torno de nosotros mirándonos unos como estatua, asustándonos otros con sus contorsiones ridículas... oh! estas son cosas que no se pueden olvidar jamás. Dios nos conserve la razón y tenga misericordia de sus pobres criaturas, porque el hombre demente vive, es verdad, pero no existe en el mundo de los vivos.

 Paseo pintoresco por la Isla de Cuba, La Habana, 1841, Establecimiento Litográfico del Gobierno y Capitanía General, pp. 231-236.


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