lunes, 8 de agosto de 2011

De los asilos de alienados en España





 Muchas son las obras de que debemos ocuparnos en la Revista del pasado mes. Sentimos que esta misma circunstancia nos obligue a pasar más de corrida de lo que quisiéramos sobre alguna de ellas que merece un estudio y una atención especial. En este caso se halla el interesante opúsculo del Dr. Desmaisons, cuyo título es el siguiente: Des asiles d'alienes en Espagne, recherches historiques et medicales.
No es la primera vez que un escritor francés, ilustrado y amante de la verdad, se nos presenta constituyendo una honrosa excepción en medio de esa turbamulta de extranjeros declamadores e ignorantes que hablan de las cosas de nuestro país con una ligereza que pasma y con una injusticia que indigna.
La Francia que ha tenido un Moreau de Jonnes, un Dozy y tantos y tan ilustres viajeros que han venido a nuestro país con ánimo deliberado de estudiar concienzudamente, ora las condiciones de nuestro clima y población, ora los tesoros de nuestra literatura o los grandes hechos que brillan en lo pasado, protesta nuevamente, por medio del Dr. Desmaisons, contra las frivolidades de los Aragos y los Dumas, y manifiesta comprender que en la patria de Calderón y Cervantes, de Laguna y de Mercado, de Floridablanra y Jovellanos, no hay para qué motejarla de africana. Los franceses cada día nos conocen más, y por lo mismo su respeto y su benevolencia hacia nosotros aumentan de día en día; esperamos, sin embargo, que los ferrocarriles acabarán de disipar el último rastro de prevención con que algunos miran todavía la civilización española.
 Con motivo del concurso abierto por el gobierno de S. M. para los planos del manicomio modelo, M. Desmaisons estudia la historia de las casas de orates en nuestro país, y se digna darnos algunos consejos respecto del establecimiento mencionado, y aun ha tenido la amabilidad de borrajear el anteproyecto de un cuartel capaz de dar albergue a 80 enajenados tranquilos de la clase de indigentes.
No nos agrada el opúsculo del Dr. Desmaisons, porque nos tribute elogios apasionados, no; muchas veces crítica la conducta que hemos seguido en la parte de la pública administración concerniente a los orates, y aun hay en este libro tal o cual reproche para los médicos españoles que renuncian a su iniciativa y sólo saben copiar punto por punto las cosas del extranjero; pero en medio de todo, y por esto apreciamos dicha obra, vemos siempre el designo de predicar la verdad, y un conocimiento bastante exacto de lo que pasa en España.
 «No hay que ocultarlo, dice en las primeras páginas, los españoles se han negado demasiadas veces a sí mismos la libertad de apreciación y de crítica necesaria para los progresos de las instituciones de beneficencia, así como de todas las cuestiones de pública utilidad.»
 «Ya pesar de todo, dice en otro lugar, los ejemplos de un estudio profundo de las calidades que exigen las instituciones de beneficencia, y entre otras las que tienen por objeto la extinción de la vagancia, los expósitos y la mayor parte de las miserias humanas, abundan en la historia del glorioso pasado de la España».
 Tiene razón M. Desmaisons; la nación española en punto a beneficencia pública no ha carecido de nada; hospitales generales urbi et orbis; hospitales especiales, de la lepra, de enfermedades venéreas, casas de orates, inclusas, hospicios, casas de refugio, hospederías para peregrinos, casas de corrección, presidios y galeras modelos; y en la actualidad, beneficencia domiciliaria, consultas públicas, casas de socorro y de maternidad, enseñanza dominical, premios a los artesanos virtuosos, cajas de ahorros, vigilancia de la prostitución, etc., todo lo hemos tenido y lo tenemos todo mejor o peor organizado, según las vicisitudes porque pasó la cosa pública, y según las diversas necesidades de los tiempos: pero, ¡cosa digna de notarse! siempre con un aire eminentemente español; siempre con un aroma marcadamente piadoso.
No es esto decir que en lo tocante a los adelantos higiénicos no debamos aprender mucho de los extranjeros; pero ello es, que al traer dichos adelantos al suelo español, no podemos prescindir del inmenso caudal de experiencias que nos ofrece el estudio de nuestra propia historia.
Ya veremos cómo Desmaisons ha sabido encontrar en ella un guía seguro al fijar la población para la cual debe erigirse el manicomio modelo.
 Pero no hay que alterar el orden de las cosas; veamos el capítulo segundo del libro que nos ocupa, y en él leeremos dos pasajes, uno de Pinel y otro de Bourgoing, que prueban lo que decíamos poco antes, que nuestras antiguas instituciones tuvieron un carácter, a la par español y piadoso, que era la admiración de los extraños.
 «Tenemos que envidiar a una nación vecina, dice Pinel, un ejemplo que nunca pregonaremos cual se merece. Este ejemplo no nos lo da Inglaterra ni Alemania, hay que buscarlo en España.
 «En una ciudad de este reino existe un asilo abierto a los enfermos y particularmente a los enajenados de todos los países, de todos los gobiernos y de todos los cultos, con esta simple inscripción urbis et orbis. La solicitud de los fundadores de este establecimiento no se ha limitado a un trabajo mecánico. Ha querido hallar una especie de contrapeso a las perturbaciones del espíritu en el atractivo y el encanto que inspira el cultivo de los campos, en el instinto natural que conduce al hombre a fecundizar la tierra y a ocurrir a sus necesidades por medio de los productos de la industria.
 Los enajenados aptos para el trabajo se dividen por la mañana en diversas cuadrillas y cada una de ellas tiene un capataz que reparte el trabajo y lo dirige y lo vigila. El día se pasa en medio de una actividad continua, interrumpida solamente por algunos ratos de descanso, de manera que al llegar la noche, el cansancio produce sueño y calma. Las curaciones realizadas por esta vida activa son muy comunes; al paso que la locura de los nobles es casi siempre incurable, porque se avergonzarían de trabajar corporalmente.


Así hay en primera línea dos casas de orates en España, dice el conde Bourgoing, una en Toledo, otra en Zaragoza. Quedé edificado y sorprendido al ver el orden y la limpieza que hay en ellas; y acordándome mucho de otros establecimientos análogos que se hallan en el mismo caso, he admirado muchas veces la devoción y la caridad cristiana que, en nuestros días, se las ha creído tratar con indulgencia, limitándose a cubrirlas de ridículo, ¡cómo pueden hacer cambiar a los hombres y corregirles sus defectos más arraigados! Cuando se visitan las fundaciones piadosas de los españoles, se olvida esa apática indolencia y esa falta de limpieza que nos obstinamos en echarles en cara. Si la religión no hubiese hecho más que estos bienes a los hombres, deberíamos, cuando menos, perdonarla.»
 Examina inmediatamente el Dr. Desmaisons las causas que determinaron la erección de la casa de orates de Zaragoza, y rechaza la idea de que la frecuencia de la locura en aquella provincia pueda darnos la explicación del origen de dicho edificio. Estudia la estadística formada por D. Pedro María Rubio, en la que este autor hace subir a más de seis mil la cifra de enajenados existentes en España. Investiga las oscilaciones que ha presentado el número de acogidos en nuestras casas de locos, y cree que el mal estado a que vinieron casi todas, a juzgar por lo que escribía Villargoitia, da la razón del corlo número de enajenados que albergamos en ellas.
El capítulo tercero del libro de Desmaisons contiene una serie numerosa de investigaciones importantes. Si consideramos las pruebas aducidas, la idea de levantar casas de orates, nos vino del Oriente.
El Cairo tenía en el año 682 de la egira (1304 de nuestra era) un asilo de locos denominado Morisan, anterior de más de un siglo á la casa de Valencia. León el africano dice que en el siglo VII, el hospital de Fez tenía una sección consagrada a la secuestración de los dementes. Los viajeros que han visitado la Turquía, señaladamente los Sres. Howart y Moreau de Tours, aseguran unánimemente que las casas de locos de Constantinopla son un modelo en su clase.
 Estos y otros datos tienden a probar, que la orden religiosa de la Merced, que tanto fomentó en España la creación de los asilos que nos ocupan, y que el religioso mercenario Juan Gilaberto Joffre, cuya elocuencia tuvo tanta parte en la fundación de la casa de Valencia, pudieron tomar del Oriente el ejemplo de esas instituciones y aclimatarlas en España. Por consiguiente, la conjetura de Hernández de Morejón, que explica el origen del asilo de Valencia por el gran número de enajenados existentes a la sazón en las orillas del Júcar, a consecuencia de las revueltas políticas por que acababa de pasar aquel riquísimo país, caerían por su base, en tanto más, cuanto que la idea de edificar la casa de orates de Valencia data del año 1409, y los disturbios de aquel reino empezaron después de la muerte de Martin I, acaecida en el año inmediato.
En el capítulo cuarto examina los asilos de enajenados de Sevilla y de Valladolid, fundado el primero por D. Marcos Sánchez en 1436, y el segundo por D. Sancho Velázquez en el propio año. La casa de Sevilla la califica de insuficiente e impropia, apoyándose para ello en la autoridad de Morejón, y la segunda, si bien después de haber trasladado los locos al local inaugurado en 1849, puede satisfacer, tal como está, las necesidades del presente, como el número de acogidos ha duplicado en dos años, aconseja el pensar seriamente en las contingencias del porvenir, y en la necesidad de no aglomerar muchos orates en un local insuficiente.
M. Desmaisons alaba la previsión de Velázquez, al excluir de la casa de enajenados, para cuya erección legó sus rentas, a todos los enfermos de locura senil, puesto que en aquellos remotos tiempos, añade, columbró y dio solución a uno de los problemas que más han preocupado a los alienistas modernos. Le parece bien que el sostenimiento de la casa de Valladolid no dependa, como antes, de la limosna de los fieles, y que por los nuevos reglamentos de beneficencia, cuente con una subvención asegurada, procedente del presupuesto provincial. Critica la afición desmedida que tenemos los españoles á las grandes construcciones arquitectónicas, y el afán de poner establecimientos de beneficencia en el centro o en las inmediaciones de las grandes capitales, haciendo imposible, cuando se trata de manicomios, el que los locos puedan ocuparse en los trabajos agrícolas, cuya práctica es tan oportuna para el alivio de la enfermedad que les aqueja.
 Últimamente, se conduele de que la dirección de las casas de orates corra a cargo de personas extrañas a la ciencia médica, siendo estas, por lo general, del estado eclesiástico; así como se lamenta de que la mezquindad del sueldo asignado al médico de la casa, (5300 reales) no le permita vivir en ella y dedicarse exclusivamente al cuidado de los locos.
En el capítulo quinto ensalza las condiciones y la fama de que gozaba la antigua casa de orates de Zaragoza, fundada en 1425 por el rey Alfonso V, cerca de la puerta de Santa Engracia, en el lugar donde existe hoy un paseo, casa que fue destruida en 1808, a consecuencia de un incendio, cuando la gloriosa y memorable defensa de la heroica ciudad. Estudia las circunstancias del edificio moderno, que no es más que una dependencia del hospital general, y declara lo mucho que hay en él de censurable. La dirección de dicho asilo de locos no corría a cargo de un médico cuando Desmaisons lo visitó. En el preámbulo VI Reglamento dado en 1844 por la administración del hospital, se leen estas singulares palabras: «es inútil que los facultativos que lo dirigen (el hospital) eleven su pensamiento a planos grandiosos, dignos del objeto que nos ocupa. Esta es la historia de la mayor parte de las direcciones no facultativas.
 Inmediatamente da cuenta del Reglamento por que se rige el manicomio, explicando el cargo de padre de los locos, tan conocido con la designación de pare deis bous y de toda la antigua corona de Aragón. Desmaisons y Vieta citan a un cierto padre Juan, cuya dulzura de carácter ponen en las nubes El padre de los locos que nosotros hemos conocido en Barcelona era ni más ni menos que la persona que ejercía, como otro empleo, el de rapar los cadáveres que servían para la sala de disección; cuatro locos le ayudaban en esta tarea.
 Reprueba la costumbre de mandar a los dementes, con su histórico traje, mitad verde mitad moreno, a todas las grandes solemnidades religiosas, al pago que se duele de que se vaya perdiendo aquella sabia práctica de enviarlos a trabajar en el campo; hoy día son ya muy pocos los que se dedican a esta ocupación.


   Pasa, a renglón seguido, a estudiar la casa de orates en Barcelona. También allí está enclavada en el hospital general. El Dr. Desmaisons llena de elogios a la administración de dicho asilo y al Sr. Pí y Molist, porque, al paso que proyectan un manicomio grandioso, no han olvidado las mejoras más perentorias que exigía la casa actual de orates. Por fortuna, ni el Dr. Desmaisons ni ningún extranjero la pudo visitar allá por los años de 1848. La administración, o mejor el canónigo y el prior que a la sazón gobernaban en aquel departamento, lo tenían cerrado a todo el mundo; y se cuenta que una persona caritativa quiso regalar o regaló en efecto unas cuantas camisas, medio de represión entonces desconocido en aquellas terroríficas espeluncas, y al Sr. Canónigo no le pareció bien la innovación, porque había de ser muy engorroso el tenerlos que lavar a cada momento.
  Los ayes y los lamentos que se exhalaban de las mazmorras destinadas a las pobres locas hubieron de poner en sobresalto a los vecinos de la contigua calle de las Egipciacas, los cuales dieron parte a la autoridad, motivando aquella célebre visita a las tantas de la noche, hecha personalmente por el señor Pérez Calvo, corregidor de Barcelona, de la cual guardarán eterna memoria las personas responsables de los escándalos que entonces se descubrieron.
 Tenía razón Villargoita: los dementes en nuestro país no tenían asilos en consonancia con los adelantos de la época. Cuando la historia llame a su tribunal a muchos de los gobiernos que han regido en la nave del Estado acá en España, sabremos con rubor la razón de este y otros hechos vergonzosos.
En el capítulo sexto el Dr. Desmaisons examina las causas de la decadencia de nuestras casas de locos, y se fija principalmente en los decretos que dio el concilio de Trento en el siglo XVI, que tendían á poner un límite á las fundaciones parciales, y trataban de centralizar los esfuerzos individuales y de las pequeñas colectividades. Entonces tomaron origen esos hospitales generales, construcciones inmensas que a fines del siglo XVI se erigieron en todos los puntos de la Península. Felipe IV funda el hospital de Madrid, destinando las salas que hoy ocupan los locos a los delirantes de enfermedades agudas. El hospital general no se construyó con la mira de dar albergue a los dementes. Desmaisons dedica en este capítulo un testimonio de buen recuerdo a los malogrados D. Jacobo de Llanos y D. José Rodríguez Villargoitia. Inmediatamente pasa a considerar la benéfica influencia que los españoles ejercieron en Italia, creando en Roma el primer asilo de dementes que tuvo aquella península. El hospital de Santa María della Pietá dei poveri pazzi fue fundado por los españoles Fernando Ruíz y Diego Bruno. El cardenal Queva, igualmente español, dispensó toda su protección a dicho asilo. Últimamente, da una idea de la orden hospitalaria de San Juan de Dios, y de su fundador Juan Ciudad, la que, en muchos hospitales del extranjero, tuvo a su cargo el cuidado de los locos.



En el capítulo séptimo estudia la psiquiatría en España. Examina la opinión del doctor D. Luis Martínez Leganés, que da a los médicos españoles del XVI la primacía en el dominio de la psiquiatría de aquellos tiempos. El Dr. Desmaisons juzga a las Universidades de Alcalá y Salamanca bajo un punto de vista pobre y mezquino, que contrasta con la elevación de miras que despliega en toda la obra. Ya se ve que el clero tenía intervención en nuestras casas de locos; es verdad que algunas veces e1 sacerdote era llamado para remediar una afección mental; nosotros mismos hemos visto exorcizar en la iglesia de monjas capuchinas de Gerona a un atacado de epilepsia; pero cuando en medio de esas preocupaciones generales brilla un escritor de la importancia de Alfonso Ponce de Santa Cruz, y dígase lo que se quiera, de un Juan Hilarte, es preciso detenerse un poco más a estudiar lo que dicen, y no desentenderse de ellos, porque el uno hubiera estudiado en París y porque el otro admitiera en los locos el don de la adivinación. Tampoco se cita la opinión de Feijóo para probar el atraso de los médicos del siglo XVI. Es una cosa que estamos dispuestos á probar, que aun en el siglo XVI la medicina española empezó a decaer, y que en tiempo de Carlos II llegó al último grado de postración y abatimiento.
No se vaya, pues, a juzgar lo que eran los médicos del siglo XVI por lo que decía el P. maestro Feijóo de los que ejercían en una época en que la medicina española salía penosamente de su letargo, y en la que una gran parte de ellos participaba todavía de la ignorancia harto general en todas las clases de la sociedad española. Además, Feijóo solo considera el lado malo de la España, no solo no es un apologista, pero ni siquiera un historiador; es ni un crítico que considera lo censurable para corregirlo, y deja a un lado lo bueno, como cosa que no necesita de su fecunda intervención. El sabio benedictino no habla de todos los médicos; en el pasaje que copia el Dr. Desmaisons se alude solamente a los indoctos.
La historia de la psiquiatría en España es un estudio muy formal que nadie ha verificado todavía de una manera completa.
El Dr. Desmaisons se ocupa luego del manicomio de Toledo, conocido vulgarmente por la casa del Nancio, nombre que recuerda el antiguo asilo fundado en 1485, en cuya época, Fr. Ortiz, nuncio apostólico y canónigo de Toledo, legó su morada para que en ella se recogieran los locos. Posteriormente, en 1790, el cardenal Lorenzana emprendió la construcción del manicomio que existe en la actualidad. En el año que se concluyó no tenía rival en Europa, pues si Bedlam ofrecía mayor ostensión, hay que considerar que estaba destinado a recoger todos los orates de Londres. En la actualidad el asilo de Toledo requiere algunas mejoras, y como cosa la más perentoria, necesita un jardín que procure solaz y esparcimiento a los acogidos. M. Desmaisons encuentra bastante bueno el reglamento de dicha casa, y le parece que cuando esté construido el manicomio modelo, sería útil destinar la casa de Toledo a las mujeres enajenadas.
En el capitulo octavo, el ilustre alienista francés estudia la historia y estado actual de la casa de Santa Isabel de Leganés. Explica cómo existió el pensamiento de fundar una casa de locos aneja al hospital general de esta corte, aprovechando para ello los terrenos que este posee en la Ronda de Atocha, cómo luego se desistió de esta idea, comprando una casa particular de los duques de Medinaceli, en el pueblo de Leganés, construyendo allí un manicomio en el qué hay muchas cosas censurables. Desde luego se echa de menos la abundancia de aguas, tan necesarias en un establecimiento de esta clase, y la costumbre de dejar pasear a los enfermos por los prados inmediatos a la casa, exponiéndolos de esta manera a encuentros muy perjudiciales para su salud. La situación topográfica le pareció buena al Dr. Desmaisons, así como alaba la limpieza y el buen orden de las hermanas de la Caridad —en lo cual no estará conforme nuestro buen amigo el señor D. Robustiano Torres—; encarece el celo del Sr. Miranda, médico encargado de la curación de los dementes, aunque halla mezquino el sueldo asignado a este profesor, así como le parece mal que la dirección superior esté a cargo de un eclesiástico. Por último, propone que se conserve dicho asilo empleándole para dar albergue a los epilépticos, idiotas y enfermos afectados de demencia senil, los cuales deberían ser excluidos del manicomio modelo, evitando de esta manera el que en este se aglomerará un número muy considerable de enajenados.
El capítulo noveno y último está consagrado por entero al proyecto de manicomio modelo.
En primer lugar estudia la población que deberá contener, representada por la cifra de 300 dementes de ambos sexos, sin contar los empleados, y no la halla justificada; en tanto menos, cuanto que, aun erigido el manicomio, se podrían seguir utilizando los asilos de Toledo y de Leganés.
 Analiza luego la idea de reunir en una misma casa á los pensionistas y u los indigentes, y le parece probable que las clases ricas rechazarán esta confusión, y que en el caso de que se reúnan los 200 pensionistas presupuestados, estos absorberán la atención del médico con detrimento de los pobres. El Dr. Desmaisous quisiera que el manicomio no admitiera más que a los primeros; en una palabra, que-fuera el Cuarentón español. Examina inmediatamente el número de secciones que deberá tener la parte del edificio destinada a los orates menesterosos, y no le parece tan defectuosa como a un crítico español que se ocupó del provecto de manicomio, en las columnas del Diario de Zaragoza. Luego después, el alienista francés, presenta, explica y defiende un anteproyecto original, destinado a dar albergue a 86 enajenados tranquilos de la clase de los pobres.



No podemos extractar esta parte de la obra que nos ocupa, porque en materia de planos no debe omitirse ni truncarse cosa alguna.
 Nosotros nos holgáramos de poder trascribir puntualmente todo lo que dice Desmaisons; pero esta revista va siendo ya demasiado extensa. Recomendamos, sin embargo, eficazmente a la consideración del consejo de Sanidad el anteproyecto mencionado, pues, como dice su autor, si no es aplicable al manicomio de Madrid, puede tenerse presente al plantear algunos asilos parciales en distintos puntos de la Península.
 Cree también que debe haber la debida separación entre los agitados y sucios, y se lisonjea de que el gobierno ha dado a la palabra cuartel el sentido de conjunto de disposiciones locales constituyendo un recinto especial.
 Propone que el asilo modelo de Madrid se edifique para 300 pensionistas; que la casa de Toledo se destine a 200 indigentes del sexo femenino, y la casa de Leganés a 200 menesterosos del otro sexo, lo que arroja un total de 700 locos, cifra más en armonía con las necesidades de las provincias centrales, cuya población es de 1.022,674 habitantes (Madoz), número que es 500 como 1 es 2,045. Según Rubio, hay en España un loco para cada 1,667 habitantes Véase, pues, cómo la cifra de 500 no está en relación con las necesidades del país. El Dr. Desmaisons concluye lamentándose de que no haya en Madrid quien cultive la ciencia psiquiátrica. Nada queremos decir de ese lamento. Deseamos que el gobierno dé por oposición las plazas de médicos del manicomio, que Desmaisons tenga la bondad de venir a presenciarlas, y algunos amigos nuestros que para ellas se preparan, le demostrarán que está en un error.
Antes de pasar á otra cosa, séanos permitido decir dos palabras acerca de una de las ideas más culminantes del alienista francés. Aludimos a la de que el manicomio se reserve para los ricos. No vamos a ostentar aquí vanos intempestivos alardes de filantropía, diciendo que no concebimos por qué lo bueno tiene que ser parar el opulento y lo malo o menos bueno para el indigente y desheredado. No, otros son los reparos que opondremos a esta idea. En nuestro concepto, si no se quiere que para el porvenir el Estado haga una tremenda bancarrota, o que por lo menos se desentienda por completo de la beneficencia pública, es preciso aligerarle cada día de esta pesada carga. Hay una escuela que no carece de insignes partidarios en España y que solo asigna al Estado la misión de velar por la seguridad individual; y hay otra escuela económica que acepta aquellas trises palabras de Malthus: «el que no tenga un cubierto en el banquete de la vida debe salir le ella por las puertas de la muerte».
No sabemos nosotros si estas escuelas profundamente solidarias entre sí, triunfarán algún día en España y en toda Europa. Estas tienen una base filosófica, una organización social muy meditada, y no carecen de grandes y elocuentes propagandistas, así en la tribuna como en la prensa.
No es este el lugar de decir si nosotros deseamos o tememos e1 advenimiento al poder de esas doctrinas económicas; lo que sí diremos, que es indispensable, y tan indispensable como urgente y perentorio, poner a la beneficencia pública en un estado que nada pueda temer del advenimiento al poder de esas doctrinas. El bello ideal pura nosotros sería que el Estado no interviniera para nada en los establecimientos de beneficencia, y sin hacer alarde de eso que se ha dado en llamar mojigatocracia, nos cumple manifestar que solo la religión y la caridad cristiana deben ser los patronos de todas las instituciones filantrópicas.
En un país donde se hallan tan arraigados los sentimientos cristianos, esto no puede considerarse jamás como una utopía. En el estrado de la propia obra de Desmaisons, el lector puede haberlo advertido; nuestras primeras casas de orates, para nada necesitaron del gobierno. Sin la intempestiva intervención del Estado, las rentas de los hospitales, de los hospicios, de las inclusas, ete., etc., hubieran aumentado indefinidamente. Después que se ha hecho la desamortización, después que la beneficencia figura en los presupuestos, se han agotado las mandas y los legados, y como los gastos aumentan diariamente, diariamente aumenta también la partida correspondiente de los presupuestos generales provinciales y municipales. Y esto, ¿qué significa? Nada menos que una limosna, forzosa; y cualquiera escuela que tienda al individualismo y se aparte de las doctrinas socialistas ha de verificar en este ramo una reforma radical. Lo que nosotros deseamos, lo que pedimos encarecidamente, es que se vaya allanando el camino a la reforma precitada; de otro modo llegaremos a ella de una manera demasiado brusca, y los indigentes se resentirán. Que de una vez cese ese prurito de centralizarlo todo; renunciemos ya a esa copia servil del doctrinarismo francés; autoricemos y protejamos los esfuerzos, ora de los individuos, ora de las cofradías, ora de esas nobles juntas de damas…; sustituyamos los patronatos oficiales de las juntas de beneficencia por los patronatos de personas caritativas y piadosas, y sin dejar de ayudar a los establecimientos de beneficencia con una subvención mayor o menor, por todo el tiempo que lo necesiten, procuremos, sin embargo, que sus rentas vayan en aumento hasta no necesitar de ninguna clase de estipendio oficial. Esta cuestión deja intacta la de la dirección facultativa; en favor de esta abogaremos siempre; pero que los facultativos sean auxiliares de la pública caridad, mas no auxiliares del Estado. Nuestras ideas podrán parecer hijas de un carácter caviloso; si por prepararse para las eventualidades del porvenir y precaverse de los sacudimientos de partidos que crecen y cada día allegan nuevos y numerosos prosélitos puede llamarse a una persona cavilosa, nosotros aceptamos ese dictado.
He aquí nuestra formula abreviada. Sustitución del gobierno por la caridad cristiana en el sostenimiento de los establecimientos de beneficencia. Cuando decimos caridad cristiana, y cuando hemos hablado de cofradías y de asociaciones piadosas, hemos creído que no por ello dábamos armas a ningún partido; indigna fuera de nosotros esta conducta, y si como médicos no estuviéramos al abrigo de este cargo, lo estaríamos por nuestro modo de pensar, que de nada está más distante que de favorecer miras torpes y menguadas. En las asociaciones caritativas queremos un espíritu cristiano, y nada más. El partido liberal, lo mismo que el absolutista, caben perfectamente en estas sociedades, y el medio más seguro de que pierdan el viso que se va pronunciando en algunas, es que todos entremos en ellas y las demos el carácter que deben tener; es decir, que las hagamos caritativas y españolas.
 Después de lo que acabamos de exponer, se comprenderá perfectamente por qué no nos place que el manicomio modelo se convierta en una industria ejercida por el Estado, en la que se cambie la asistencia facultativa por una retribución A ó B. Tan lejos estamos de pasar por esto, que veríamos de buena gana que en el artículo primero de la ley de beneficencia se leyeran estas palabras: “Para ser admitido en los establecimientos de beneficencia, es requisito indispensable ser pobre de solemnidad.»
 Déjese que la asistencia a los ricos sea objeto de la industria privada, y por este método, no lo dude el Dr. Desmaisous, veremos formarse manicomios particulares, como el de San Baudilio de Llobregat, la Torre Lunática de Lloret y casas de curación como las de Chamberí y Atocha...
  
 Revista médica del mes de mayo
 La España Médica…, volumen 4, números 214-265, pp. 379-83. Madrid, 1860.

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