domingo, 7 de agosto de 2011

Por los establecimientos



 Ramón de la Sagra

 New-York, 16 de setiembre

 Tomamos el vapor en New-York al mediodía del 10, y llegamos aquí a las seis y media de la tarde. Hallamos todas las posadas ocupadas, pues la anuencia de viajeros es extraordinaria. Después de haber mudado dos muy malas, hemos conseguido alojarnos en la de Mr. Cooving, Murray street, n. 7, perfectamente asistida, y que reúne en la actualidad varias familias de Filadelfia y de los estados del Sur, sumamente apreciables.
 Tratando de aprovechar los pocos días que debo permanecer aquí, he continuado mis excursiones a los establecimientos que no visité anteriormente, y ayer destiné toda la mañana al examen de la cárcel y casa de corrección, situadas en Bellevue, juntamente con el hospicio de pobres y el grande hospital. Me acompañó en esta visita D. Próspero Herrera, ministro que fue en Paris de la república de Centro-América, y sujeto tan recomendable por sus prendas morales como por su ardiente amor a la humanidad y al progreso de la civilización.
 El grande establecimiento de Bellevue, sostenido por los fondos de la ciudad, comprende en edificios separados pero inmediatos, la casa de pobres, la cárcel, la casa de corrección trasladada de la antigua, y el hospital. La primera dista mucho de ofrecer el cuadro de orden y limpieza de las de su especie en los otros estados. Tiene cuarenta piezas, donde se hallan distribuidos los pobres, según sus achaques y ocupaciones. Hay un departamento de niñitos, la mitad de cada sexo, al cargo de una pobre ciega que los lava y los asiste con el mayor esmero, y me pareció el más aseado de la casa. Durante el año de 1833 recibió 5163 individuos de ambos sexos y de todas edades, salieron despedidos 2,817 y muertos 899. En el siguiente fueron admitidos 4,926 y salieron 2,614 despedidos, 111 huidos y 508 muertos; quedando de consiguiente 1,603 al terminarse dicho año, en cuyo número eran adultos varones 548, hembras 567, muchachos y niños 377, hembras 201. (…) La administración de la casa distribuye también limosnas a los pobres de fuera, cuyos socorros importaron 14,842 pesos en 1833, y 13,173 en 1834. Consisten en dinero, combustible y patatas.
 Los pobres se ocupan en varios talleres, y cultivan también el terreno anexo a la casa, que da legumbres para su consumo y una porción de avena, patatas, nabos y forraje para el mercado.
 El alimento que se les da, consiste en una libra de carne de vaca, cinco días de la semana, media de puerco salado el sexto, y media de pescado el séptimo, una libra de pan de centeno y patatas. Comen además sopa y a la cena pan con té negro, lo mismo que al almuerzo. Algunos días se sustituye la sopa con papas de maíz y melaza.
 La administración de los socorros de pobres en el estado de New-York, está al cargo de un cuerpo de superintendentes, que vigila sobre las familias indigentes, y presenta al gobernador, cada año, la cuenta de la inversión de los fondos destinados, y un informe sobre los socorros necesarios para el siguiente (…)
 Las casas de pobres de diversos condados tienen tierras asignadas por el estado, donde aquellos se ocupan, y sus productos contribuyen a disminuir los gastos de subsistencia. En la actualidad se hallan destinados a este fin 6,084 acres de tierra, y el valor de estos establecimientos se aprecia en 959,784 pesos. Recibieron durante el año último 11,714 pobres, y nacieron en los mismos 336 niños. La mortandad general fue de 1,421. Durante el mismo período fueron despedidos 7,800, jóvenes puestos en aprendizaje 656, fugados 986. La existencia al fin de año era de 6,457, de los cuales 3,454 varones y 3,003 hembras. De los socorridos eran extranjeros 5,686, dementes 809, idiotas 255 y sordo-mudos 58. (…)
 Salimos del primer establecimiento de Bellevue, situado casi a la orilla del agua, y pasamos al segundo que reúne los talleres donde trabajan los pobres, y además, en una pieza baja, cuya entrada se halla en la parle posterior del edificio, están las mujeres de la casa de corrección, abriendo estopa. El tercer edificio comprende la cárcel de corrección de mujeres y la casa de detención para hombres, que antes formaban la cárcel Bridwell, cerca de la Casa de Villa.
  He recorrido con sumo disgusto esta prisión, pésimamente establecida, en la cual todos los presos se hallan juntos, en piezas malsanas, en viciosa comunicación y malamente asistidos. Es notable, ciertamente, que los Estados Unidos, cuyas penitenciarias pueden presentarse como un modelo, no tengan aun cárceles bien establecidas para los reos y los detenidos ínterin se sustancian y sentencian los procesos. En las primeras se tiene el mayor cuidado en observar las reglas del silencio y la más severa incomunicación, esperando conseguir por estos medios la reforma de los criminales, y se mantienen las segundas bajo el viciosísimo sistema de relajación, que corrompe la moral de los menos criminales, expone la virtud de los simplemente detenidos, y constituye, en fin, semejantes prisiones, en verdaderas escuelas de depravación. Al emprender la reforma de las cárceles debiera haberse empezado por estas, adonde se destinan no solo los criminales sino los sospechosos y los simples testigos, y seguir después a las prisiones de castigo y reforma, ó sean las penitenciar1as. Pero se ha invertido el orden, en lo cual se hizo un mal, que afortunadamente se ha reconocido y trata de evitarse para lo sucesivo, estableciendo casas de detención, bajo sabios principios.
 Terminamos nuestra visita por el hospital, que se halla inmediato y está sostenido por la misma administración du los fondos de la ciudad. Hállase bien situado y exactamente asistido, pero tiene vicios de construcción, que influyen directamente en el buen orden del establecimiento. Uno de ellos, es la situación de las piezas destinadas a los infelices dementes, que son las más bajas del edificio, y los comedores y calabozos en unos sótanos húmedos y oscuros, sin vista alguna agradable. Recorriendo aquellas tristes mansiones, me costaba trabajo creer que me hallaba en los Estados-Unidos; y a no reconocer la máxima de que la censura debe contenerse, cuando se reconoce la falta y se empieza a poner el remedio, no dejaría pasar la ocasión de manifestar cuan deshonroso era para la municipalidad de New-York, el triste cuadro que ofrecen sus cárceles, sus hospitales y sus casas de corrección, al paso que los filantrópicos vecinos han establecido y sostienen, establecimientos semejantes, dignos de presentarse como modelo. Pero repito, el mal está reconocido y se trata de aplicarle un pronto y eficaz remedio, para lo cual se construyen a la ver, una casa para dementes, de que he hablado en la página 21, una gran penitenciaria en Blackwell's Island, que visitaré mañana, y una cárcel de detención en el centro de la ciudad (…)
 De los 701 enfermos entrados en el hospital, salieron curados 524 y muertos 204. En aquel número había 235 dementes, de los cuales salieron 182 y fallecieron 43. Estos resultados, no son ciertamente los que ofrecen los establecimientos de Boston, Worcester y Hartford.
  En el total de 5,163 pobres admitidos, había 1,754 extranjeros, de los cuales fueron despedidos 488 durante el año, y fallecieron 225. El número de extranjeros entrados en el puerto de New-York en el mismo año fue de 37,977, de consiguiente cerca de un 5 por ciento pasaron a la mansión de la miseria. (…)
Conforme me había propuesto, y acompañado del mismo amigo, visitamos ayer la penitenciaria de Blackwell's Island y la hacienda de Long Island, donde se hallan los niños pertenecientes a la casa de pobres. La primera, distante unas tres millas del centro de la ciudad, no está del todo concluida, pero no obstante los presos habitan la parte terminada. Está formada por un cuerpo central, donde se hallan las habitaciones y dependencias, y dos alas en una misma dirección, al norte y al sur de aquel, con cuatro pisos de calabozos en cada una. El ala del sur está concluida y contiene 256 celdas, a 32 de frente, por el sistema mismo de las de Auburu, Sing-Sing, etc. El terreno anexo a la prisión, que forma la islita, comprende 100 acres de tierra fértil y las canteras. De estas se ha extraído la piedra para el edificio. Los mismos presos son los que le construyen, y así se ven ahora distribuidos en ellas y en los talleres de carpintería que la obra exige. Siendo tan reciente, no se halla establecido aun con exactitud el sistema penitenciario, y de consiguiente no ofrece resultados dignos de mencionarse.


 

  La casa de dementes, o Bloomingdale asylum, se halla situada sobre una bella colina a cerca de seis millas de la ciudad, en un terreno de ocho acres de extensión que le está anexo. En años antiguos, varios médicos de la ciudad en unión de muchos vecinos filantrópicos, hicieron una suscripción para establecer un hospital, y a esta asociación le fue concedida carta de incorporación en 13 de junio de 1771. En el año de 1821, la misma Sociedad erigió y abrió el asilo para los dementes, capaz de doscientos enfermos, y cuyo costo fue de 200,000 pesos. El jardín que le sirve de entrada, es sumamente gracioso, y las distribuciones interiores, para varones y hembras con separación, muy bien entendidas. Las armaduras de las vidrieras son de hierro, y de consiguiente hacen, sin parecerlo, el oficio de rejas. En todos los departamentos y dependencias notamos un aseo extraordinario, pues ni en los pisos, ni en las paredes vimos una sola mancha; todo está lavado o pintado, y ninguna casa particular puede hallarse más aseada.
 Recibió, desde su establecimiento hasta fin do 1832, 1507 locos, de los cuales salieron perfectamente curados 661, mejorados 202, por petición de sus parientes 345, y 109 fallecieron. En fin de diciembre de 1833, había en esta casa 80 varones y 40 mujeres, y durante el año de 1834 se admitieron 67 de los primeros y 35 de las segundas, lo que hace un total de 222 asistidos durante este período. Salieron de estos, 38 varones y 13 mujeres curados, y 8 de cada sexo aliviados.
 (…) Este establecimiento no ofrece sus medios benéficos a las clases indigentes, a menos que la caridad de los vecinos no satisfaga las dietas semanales para asistir a algunos infelices; de lo cual, me han dicho en la casa, había muchos ejemplos. Mas para ofrecer estos medios, se trabaja actualmente en la construcción de un vasto edificio para pobres dementes, en Long Island, costeado por los fondos de la ciudad. El proyecto comenzó por el informe pedido al doctor James Macdonald, médico del Asilo de Bloomingdale, y sobre el cual dieron su dictamen en principio de 1834 dos comisiones especiales. El primitivo plan, era una copia del Asilo construido en Limerick en Irlanda, con ligeras modificaciones. Después, y en vista de los planes del Asilo de locos del condado de Middlesex, cerca de Londres, propuso la comisión, en octubre de 1834, un proyecto modificado, consistente en un edificio central cuadrado de 90 pies de lado, dos alas de dos pisos de 200 pies de largo cada una, atravesadas por un corredor de 10 pies de ancho, con celdas a ambos lados de 10 pies sobre 8 y 11 de altura. El edificio será capaz de 300 enfermos, y ofrecerá todas las separaciones convenientes, según los sexos, grados de la demencia, etc., oficinas, dependencias y todo lo demás necesario al objeto. Este plan fue aprobado en 5 de enero del presento año, y se pondrá en práctica inmediatamente en lo concerniente al edificio central y una de las alas (...) 

                                                                  ...A las nueve y media vino a buscarme el puntual Mr. Brott, para ir a Charlestown, barrio de la ciudad donde se hallan aquellos establecimientos. El primero se denomina, en memoria de su fundador, The MacLean Asylum for the insane. Está situado sobre una bella colina que domina la ciudad y el puerto, y constituye una sección del hospital general. Fue abierto en 1818, costó 186,000 pesos, y como se construyó expresamente para su objeto, se han observado todas las reglas convenientes. Los sótanos contienen las hornillas o estufas cuyo calor se distribuye por tubos de hierro a todas las piezas de la casa; los depósitos de leña, los de agua, el baño de lluvia para los dementes, y los calabozos solitarios para los que necesitan de represión, calentados por tubos subterráneos, para que aun cuando el enfermo arroje las ropas y la cama, no se halle en contacto sobre un suelo frio. En las habitaciones, claras, espaciosas, bien ventiladas y con bellísimas vistas, todas las armaduras de las vidrieras son de hierro, y estas se hallan dispuestas de tal manera en las piezas de los indóciles, que no está á su arbitrio sino al del guarda, el abrirlas o cerrarlas. Precauciones semejantes se han observado en el baño y el lavadero, cuyos caños se cierran por sí mismos; en los tramos de las escaleras, para evitar violentas caídas, en la forma y colocación de las puertas, para impedir las fugas, ele. etc. Sobre los dos cuerpos o alas del edificio, sobresalen los ventiladores, cuyos tubos descienden y suben por el interior de todas las paredes, y presentan sus válvulas en todas las piezas para establecer dobles corrientes de aire.
 Cada enfermo paga 3 pesos semanales, algunos por habitaciones más espaciosas contribuyen con 4p, y las hay perfectamente amuebladas, para los que pueden pagar más: pero la asistencia que se presta a todos es igualmente esmerada, lo mismo que el alimento, del cual participan sin variación alguna, el superintendente, el facultativo y el capellán. Se observa el mayor aseo en todos los departamentos, hasta en los más retirados, y los empleados tratan a los enfermos con suma dulzura y afabilidad. El uso de medios morales ha conseguido los excelentes resultados que ofrece esta casa. Desde su establecimiento en el mes de octubre de 1818 hasta el mes de enero de 1834, recibió 1005 enfermos, de cuyo número salieron completamente curados 362, decididamente mejorados 143, aliviados 140, sin mejora alguna 103, heridos 21, muertos 80 (…)


                                                         fragmentos de Cinco meses en los Estados Unidos de la América de Norte, desde el 20 de abril al 23 de septiembre de 1835. Diario de viaje de Ramón de la Sagra, Director del Jardín Botánico de La Habana y miembro de varias sociedades sabias nacionales y extranjeras. París, 1836.  

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