viernes, 12 de agosto de 2011

Un día a locos




 Chroniqueur


 Fue uno de los últimos del ardoroso y florido Mayo, que acaba de pasar. El sol calentaba locamente la tierra. Después de una hora de ferrocarril llegamos, sudorosos y caldeados, al manicomio de Mazorra.
 A poco, me rodearon los locos, cada uno con su tema, y después… ya no supe distinguir los cuerdos de los locos. Y como un loco hace ciento ¡hasta yo mismo me consideraba loco de atar!
 Los alumnos de Antropología, de la Universidad, visitaban también el Asilo en compañía de su maestro, el doctor Arístides Mestre: éste les mostraba los casos típicos de ciertas enfermedades mentales y les explicaba prácticamente multitud de cuestiones relacionadas con el crimen y la locura.
 Una de las cosas que confunden al visitante de un manicomio es la aparente cordura de algunos locos. ¿En dónde está la línea divisoria, a veces imperceptible, que separa al demente del cuerdo? Yo acabo de oír en Mazorra a varios locos expresándose con más coherencia y claridad que muchos que tenemos por cuerdos y con quienes nos codeamos todos los días.
 Esa incertidumbre acerca de la cual no ha dicho la ciencia la última palabra fue, sin duda, la que hizo exclamar a Ribot en ocasión solemne:
 -¿Hay en la humanidad un solo hombre que no haya sido loco alguna vez en su vida, siquiera por breve tiempo?
 -Aquí me tienen ustedes –nos decía un joven puertorriqueño- víctima de una broma. Me fingí demente en Santiago de Cuba para obtener el amor de una nurse; me pusieron allí en observación y cuando cansado de la comedia le dije a los médicos: “ea, señores; basta de sainete; yo no soy loco, ni ese es el camino”, efectivamente… me dieron de alta; pero no para la calle, sino para Mazorra!
 Todo eso dicho con gran locuacidad, con frase galana, algunas veces conmovido, suplicante, para que nos interesemos por su suerte y pidamos su libertad.
 ¡Dichoso él, que, estando loco, se figura que su demencia es fingida! Más triste es la suerte de los que tienen que fingirse locos, siendo cuerdos…
 Oímos después explicar su crimen y discurrir sobre su realización a un ejemplar tocado de la manía homicida.
 -Lo suprimí, -se refiere a su víctima- con arreglo a mi derecho y dentro de la Ley –dice con cierta arrogancia, y aludiendo al hecho de no haber sido condenado por su crimen. ¡El pobre loco! Cree, en su locura, que es libre. Y lo mismo le pasa a la mayoría de los cuerdos.
 El departamento de melancólicos es conmovedor: centenares de seres estáticos, de mirada fría, de movimientos perezosos… ¿No es mejor la muerte que ese vivir mecánico, que no es vivir?
 Prefiero el loco furioso: en este hay exaltación, acometividad, signos de vida, rezagos de voluntad!
 Me asomé a un patio de mujeres furiosas: parecía un rincón del Averno. Centenares de mujeres en gritería infernal…
 Así eran las furias que perseguían a Orestes…
 
 Fotografías de Santa Coloma, especiales para El Fígaro.
 
 El Fígaro, junio de 1906, p. 340.

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