sábado, 3 de septiembre de 2011

Del alcantarillado





 Cesáreo F. de Losada

 Entrado ya en el estudio concreto de las reformas sanitarias más importantes que exige el estado actual de insalubridad de la Habana, he de comenzar tratando del alcantarillado. Un buen sistema de alcantarillas es la primera necesidad higiénica de toda ciudad populosa que no quiera verse convertida en vaso de cultivo de cuantas bacterias patógenas viven y se desarrollan en el suelo, y ser víctima, por tanto, de las numerosas enfermedades infecciosas que ocasionan las referidas bacterias.
 Del período puramente instintivo de la humanidad viene el horror con que los pueblos han mirado siempre la acumulación de sus excretas en el interior de las habitaciones, y la tendencia de alejar, por procedimientos más o menos racionales, los peligros que aquellas representan para su salud. En la Roma antigua, ya se construyeron algunas obras públicas encaminadas al saneamiento del suelo y al alejamiento de las inmundicias, y es memorable, como tipo de arquitectura sanitaria de aquella época, la célebre Cloaca Máxima, construida por Tarquino más de 600 años antes de J. C., y que todavía se conserva y sirve a fines sanitarios de la Ciudad Eterna. Andando el tiempo, y poco a poco hasta la época moderna, los móviles instintivos que impelían á los pueblos a procurarse el alejamiento de las materias excrementicias, se han ido convirtiendo en razones poderosas de la ciencia sanitaria; de tal modo imperativas, por cierto, que, hoy por hoy, obligan a todos ellos sin escusa a preocuparse con preferencia de esto, so pena de dar muestras de una marcada incultura en cosa que tanto importa á su existencia.
 Lo que ha venido a esclarecer y fundamentar más esa tendencia de sanear el suelo de las poblaciones, ha sido el descubrimiento de la naturaleza vegetal de los gérmenes morbosos, causas eficientes de las enfermedades epidémicas.
 Al tratarse de plantas, microscópicas o no, todo el mundo ha comprendido desde luego que han de vivir con preferencia en el suelo, donde encuentran sobradamente las condiciones de calor, humedad y materia orgánica, necesarias a su desarrollo. De estas ideas ha surgido el conocimiento de la importancia higiénica del suelo, y de aquí han nacido también los muchos trabajos llevados á cabo sobre este punto; los cuales, por 1o terminantes y decisivos, han dado lugar a que, lo que fué en un principio una intuición obscura, y luego una sospecha racional, haya terminado por ser una verdad patentizada por la ciencia teórica, y corroborada por la experiencia de los higienistas qne han visto constantemente mejorar la salud de las poblaciones a manera que se ha drenado el sue1o y se han construido alcantarillas para la evacuación de sus inundicias. En este concepto, puede decirse que ha habido poblaciones, así en Europa como en América, en las que el tipo de mortalidad ha descendido en un 50 por 100, y aún más, de su cifra anual, por sólo la construcción de un nuevo altarillado con arreglo al sistema exigido por las condiciones especiales de la localidad.
 Para dar una idea de la urgencia con que deben realizarse las obras de desagüe de las inmundicias de la Habana, conviene llamar la atención sobre la cantidad enorme de materias excrementicias u que dan lugar las grandes poblaciones.
 La cantidad media de los excretas correspondientes a un solo individuo, ha sido calculada por Pettenkofer en 90 gramos de materias fecales. Y 1170 gramos de orina al día. Según este cálculo cada 1000 personas darán lugar anualmente a 34000 ki1ógramos de heces y 428000 litros de orina. Si a esto se agregan 159 litros diarios de aguas sucias por habitante, que son los que se evacúan próximamente, procedentes del servicio de las casas, resulta un total de 160000 litros diarios de inundicias por cada 1000 personas. Tomando ahora el último censo de población de la Habana, tendremos aproximadamente un total de 38000000 litros diarios, los cuales ascienden al año a la enorme cantidad de 8870000000 litros de materias orgánicas fementecibles y peligrosas, que por falta de evacuación conveniente, se infiltran por todas partes, contaminando el suelo y subsuelo de la ciudad.
 Añádanse a eso, las aguas de las lluvias torrenciales, que arrastran las materias orgánicas encontradas en las calles, siempre sucias, y entonces se comprenderá hasta que punto es difícil vivir sin enfermar, bajo la contínua influencia de esta infección general espantosa del suelo de la Habana.
 Por 1o demás, no hay para qué hablar de esas inmundas madronas, que, en unión con las fosas fijas, constituyen hoy todo el alcantarillado de la población; porque construidas como se hallan sin plan arquitectónico alguno, ni pendiente regular, ni impenneabilidad de sus paredes, ni forma adecuada de sección, ni ninguna de las demás condiciones que la higiene exige a esta clase de construcciones sanitarias, vienen a representar como una gran cloaca que, en contacto con el aire, se extiende por todo el subsuelo de los barrios más populosos de la urbe, siendo, en mi juicio, de más perniciosos efectos para la salud pública, que los propios pozos negros, con ser éstos el tipo más elemental y primitivo de ese linaje de obras sanitarias. De este modo, no solo se infestan de contínuo el suelo y la atmósfera de la ciudad, sino que, dando a la opinión de los habitantes un concepto falso de 1o que debe ser un buen alcantarillado, despierta, hasta en las personas mas ilustradas, cierta marcada desconfianza sobre el resultado útil que pueda obtenerse del dinero gastado el día de mañana en la construcción de un perfecto sistema de alcantarillas. Para evitar, en cierto modo, estos errores y prevenciones, conviene vulgarizar las nociones científicas sobre la influencia que el suelo ejerce en la salud de los individuos.
 Un suelo húmedo y saturado de materias excrementicias, es un peligro constante para la salud de las personas que sobre él viven. El suelo, como si fuera un ser vivo, respira y cambia sus gases con la atmósfera; y si por acaso es asiento de fermentaciones pútridas, envenena a aquella, colocando a los individuos que la respiran en aptitud orgànica para sufrir toda clase de infecciones. Esos gases que se desprenden del suelo, son el efecto de la vida de los seres microscópicos que en él se agitan y pululan; y muchas veces, esa vida micróbica, cuando está representada por bacterías específicas, claramente patógenas, es en las poblaciones el orígen de muy graves epidemias. Todo el el mundo conoce cómo se engendra el paludismo, y cómo se propaga la fiebre tifoidea por el suelo; y aunque no tenemos bastante razón todavía para afirmarlo de una manera categórica, hay muchos motivos para suponer que el gérmen de la fiebre amarilla sea también de naturaleza telúrica, y que, por tanto, viva y se consene en el suelo, sobre todo, en aquellos puntos de la costa en que persiste latente y permanece endémico durante los meses del invierno. Si esto fuera cierto, como hay grandes indicios para sospecharlo, ¿cuán grande no sería la responsabilidad de los que pudiendo contribuir a sanear el suelo de la Habana, no cooperan con su dinero y su inteligencia a realizar mi propósito de construir pronto un sistema de alcantarillas que llene por completo todas las exigencias de la higiene?

 
 (...) El sistema llamado separador, estudiado singularmente por el ingeniero norteamericano Varing, con su principio de evacuar las deyecciones humanas y las aguas sucias domésticas con independencia de las demás cosas, por ser aquellas las únicas materias verdaderamente nocivas de los excretas; con la facilidad de resolver el problema hidrodinámico del acarreo regular de las inmundicias de una manera fija y matemática, dada la cantidad conocida y constante de esas materias; con la utilización de tubos de arcilla de todos tamaños, vidriados por dentro y perfectamente impermeables, que colocados con la inclinación correspondiente aseguran el desagüe, sin riesgo de infiltraciones  del suelo; con la colocación de estanques automáticos de agua, sistema Fie1d, (F1ush-tank) en la cabecera de los grandes ramales de alcantarillas, para que al vaciarse rápidamen te barran y arrastren, de tiempo en tiempo, cuantas materias puedan detenerse en los conductos; y con otros mil perfeccionamientos que cada día van agregándose al referido sistema, hacen de él, el único que, con las modificaciones exigidas por las circunstancias especialísimas que aquí concurren, sería aplicable con éxito a la población de la Habana (...)
 Yo estoy seguro, que de todos estos procedimientos, el único que quedará en pie, andando el tiempo y a manera que vayan venciéndose las dificultades prácticas que en cada localidad se ofrecen, será el del destino de los excretas de las poblaciones al riego y abono de las tierras, como se hace ya en Berlín y en muchas otras cindades de Europa y América. Esta es la ley de la Naturaleza en lo que se refiere al ciclo evolutivo de la transformación de la materia, y no creo que el arte pueda en esto, como en tantas otras cosas, seguir otros derroteros que los señalados por la Natnraleza misma.
 Si he insistido, Sres. Académicos, tanto en este punto, débese a la importancia excepcional que yo concedo al saneamiento del suelo en el plan general de mejoras higiénicas de la Habana. La prueba de esta verdad, la teneis en el hecho de que, no obstante las reformas que, al fin y al cabo, se han realizado en esta ciudad de medio siglo a esta parte; no obstante la gran obra de Albear, trayendo a la Capital de Cuba las puras y caudalosas aguas del Canal de Vento, no ha variado gran cosa el tipo de la mortalidad, y sigue siendo la Habana una de las poblaciones más insanas y la razón consiste, en que se ha olvidado lo principal por 1o secundario; en que se ha comenzado en ciertas cosas por el fin, y en que se ha desconocido, que en estos países tropicales, donde todo es espléndida y frondosa vegetación, 1o mismo se dan exuberantes en el suelo, las palmas y cañaverales, como se reproducen y propagan los gérmenes de las epidemias, representados por formas criptogámicas del reino vegetal.
 Hay que agregar a esto, que la necesidad de sanear el suelo de la Habana ha crecido con la traida de las aguas de Vento. En los pueblos, como en los seres vivos, es un contrasentido aumentar la cantidad de los ingestas, sin tener preparados y dispuestos de antemano los órganos encargados de la expulsión de los excretas. Esa enorme cantidad de agua, que utilizada como bebida y usos domésticos va, después de saturada de materia orgánica, a desembocar en las inmundas cloacas de la ciudad, aumenta extraordinariamente las infiltraciones del suelo, y mantiene a éste en aquel grado de humedad que más favorece la vida microbiana.

 Consideraciones higiénicas sobre la ciudad de La Habana (fragmentos), por el Excmo Sr. D. Cesáreo F. de Losada, Inspector de Sanidad Militar, La Habana, 1897. 

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