lunes, 5 de septiembre de 2011

La tuberculosis en La Habana I





  Antonio M. de Gordon y de Acosta 
 
 
 Bien sabemos que la tarea es difícil, no se nos oculta que el empeño es arduo, que la senda que hemos de recorrer es un calvario de múltiples sinsabores y grandes escabrosidades, de infinitos escollos, porque los obstáculos para llegar a la verdad aparecen por instantes, lo que constituye una triste ley de la humanidad; por lo que la época moderna se distingue y patentiza por un batallar continuo, por una lucha sin tregua ni cuartel.
 Donde quiera que dirijamos la mirada, se encuentra, no muy distante, un problema trascendental, cuando no una cuestión tenebrosa que se manifiesta de modo alarmante, exigiendo completo y eficaz remedio.
 El hombre ha nacido para la sociedad, ha dicho La Harpe, y, aunque hay algunas peligrosas, no es de aquella de la que debe huirse, sino de éstas.
 La civilización a medida que ha ido perfeccionando los elementos de la vida colectiva, ha traído consigo la propagación de los gérmenes de muerte, figurando entre ellos los de la tuberculosis en sus diversas manifestaciones, el más terrible y despiadado de los males entre los varios que afligen al ser racional; cuyo mal hace muchas veces práctica la máxima de Mad. Guibert de que aquellos son  plantas que se ajan antes de madurar.
 Merece seria y eficaz atención una enfermedad devastadora de todas las edades, común a cualquiera clase del pueblo, que alcanza cifras de mortalidad espantosas, que es motivo de irreparables perjuicios, así a la sociedad en general como a la familia en particular, por las grandes pérdidas de energías que suponen esos enfermos y que determinan tantos fallecimientos.
 Alarma la noticia de una epidemia que se presenta, la rapidez con que se suceden las defunciones, el gran número de semejantes que en poco tiempo desaparecen, sembrando el pánico y tétricas angustias en el ánimo aún de aquellos ciudadanos que mayores pruebas hayan dado, en momentos difíciles, de espíritu viril, de carácter valeroso, de entereza sin igual.
 Sin embargo, esos mismos que tanto se inquietan por el comienzo de las pandemias, que adoptan serias precauciones tan luego saben la aparición de alguna, ven impávidos, indiferentes, los pavorosos estragos que a diario causa la tuberculosis, sin que les preocupen en lo más mínimo, en lo absoluto, las víctimas inmoladas, siendo lo infinitamente pequeño, árbitro del que fue hecho a imagen del Criador.
 La mortalidad causada por el micro-organismo tisiógeno es inmensa, superando en mucho, con usura, a las otras enfermedades infecto-contagiosas, conforme lo prueban las defunciones ocurridas en París, en el solo departamento del Sena, durante el quinquenio de 1889 a 1893, de que habla el Dr. E. P. León Petit en su obra, publicada en 1895, «Le Phtisique et son traitement Hygienique».
 En efecto: en los 5 años bajaron a la tumba, por la viruela 724, por la escarlatina 1154, por la fiebre tifoidea 4912, por difteria 9590 y por tuberculosis 72 814.
 Haciendo un estudio comparativo por año de las personas desaparecidas por las enfermedades mencionadas, resulta que la tuberculosis, en ese espacio de tiempo,  ha causado en el departamento del Sena, 38 veces más estragos que la viruela y la escarlatina reunidas, seis veces más que la fiebre tifoidea y ocho más que la difteria, siendo seis veces y media más mortífera que los cuatro males infecciosos juntos.
 Al lado de la tuberculosis resulta también insignificante la mortalidad por el cólera, lo que está comprobado por las minuciosas observaciones del Dr. Laveran desde el año 1824 a 1854, en que sucumbieron, en las diferentes epidemias del viajero del Ganges que hubo en distintas épocas en Francia, 57.135 de los atacados, guarismo que equivale a poco más del número de muertos por el bacilo de Koch en tres años en el citado departamento.
 La afección endémica en las Indias Orientales, desde que apareció en la más grande de las repúblicas europeas, en 1832, ha causado 382,955 defunciones, mientras que, en el mismo espacio de tiempo,  la tuberculosis ha arrebatado más de seis millones de vidas.
 Para formarse concepto de la notoria importancia que tiene el número de muertos por tuberculosis, basta decir que en la nación que preside Mr. Faure, en que la beneficencia particular y oficial se encuentra perfectamente dispuesta, en que existe realmente plétora de hospitales en forma, fundados y sostenidos con arreglo a los últimos adelantos, dispensarios modelos para niños, con sobrados recursos, como diferentes y completas asociaciones para socorrer a los obreros indigentes; han fallecido, por tan implacable enemigo, en el departamento del Sena, durante 5 años, por término medio 465 individuos por cada 100 000 habitantes.
 La mortalidad por tuberculosis habida en Francia en 1897, ha igualado a la ocurrida en épocas de fatídicas epidemias, llamando la atención que por cada cien defunciones sesenta de ellas reconocieran precisamente por causa el bacilo de Koch, venciendo así el mundo de los microbios al mundo de los hombres.
 En igual espacio de tiempo, Jelinck, haciendo uso de la ciencia que  Achenwall considera que es de todo lo que se encuentra de real en una sociedad política, demostró que murieron en Viena por la tuberculosis 34,878 personas, cantidad tan exagerada que ha sido causa de que los médicos austriacos denominen a la enfermedad  Mortus Viennensis.
 Algo más; en el Congreso de Buda Pest, el profesor Leyden, en la brillante conferencia que dio en 7 de Septiembre de 1894, calculó en 170 000 los sujetos consumidos por el bacilo de Koch en la confederación germánica, de los que sobre 4,500 corresponden a Berlín, fijando el guarismo de tísicos que existen en el imperio en 1 300 000, cálculo confirmado por la Comisión nombrada para estudiar la construcción del hospital especial de Worms, que fijó un caso por cada 50 habitantes.
 La estadística inglesa de los catorce años de 1881 a 1804 da un 12, 3% de muertos por tuberculosis en Inglaterra y Gales. En Escocia la proporción es mayor, pues asciende a 13,8 p. 100,  y en Irlanda aún más numerosa, porque llega á 14 por 100.
 Muchas demografías más pudiéramos citar; pero siendo igualmente desconsoladoras, basta con las expuestas por ser en dichas naciones donde los adelantos se hallan a mayor y más envidiable altura, donde la civilización, por fortuna de ellas, parece haber asentado sus reales.
 La que para un sabio escritor "cuenta, pesa  y mide'', relativa a la tuberculosis entre nosotros, es terrible, aunque en ella no están comprendidas con severidad, con entera certeza, la tuberculosis mesentérica, la no menos fatal con asiento en las meninges, y el llamado escrofulismo, así como las restantes viscerales; porque si bien en los registros civiles se inscriben como corresponden las muertes producidas por cada una de las localizaciones, todas ellas van confundidas y mezcladas en un sólo capítulo, otras tuberculosis, resultando así una informe e incompleta necrografía que impide precisar, que se opone a que tengamos idea cierta de aquellas.
 Aunque lógico parece que nos ocupáramos a renglón seguido de la estadística de defunciones por tuberculosis en la Habana, creemos que conviene mejor hacerlo después que conozcamos la influencia que la capital de Cuba tiene en la patogenia del mal, lo que probará que no es la casualidad, «motivo ignorado de un efecto desconocido» como diría Voltaire, la responsable del hecho.
 Admitido lo que precede, correspóndenos aquilatar la participación que posee por sí misma la Habana bajo el punto de vista indicado, esto es, sus condiciones propias en favor del bacilo de Koch para que se propague, al extremo que asombra el contingente de mortalidad por la tisis, que es un promedio de cinco por cada mil habitantes, cifra enorme, brutal, horrible, que acusan las tablas obituarias, la que supera a las demás enfermedades y a la mortalidad, por la entidad patológica que nos interesa en las poblaciones adelantadas de la tierra, en donde es de 3 por 1000, según Strauss,  en su obra «La tuberculosis y su bacilo», pág. 471;  lo que justifica que estamos muy distantes de figurar en el concierto de los pueblos cultos, sin que de ello sean responsables más que el descuido y el abandono, olvidando que la salud pública, como la necesidad, son las dos primeras leyes de un Estado, según Ferrand.
 Está muy lejos de ser una Hiliápolis, nombre dado por Richarsond a las ciudades modelos, la última de las villas fundada en la isla en que vivimos por el adelantado D. Diego Velázquez, en la desembocadura del río de Güines, o Mayabeque, el día de San Cristóbal, 25 de Julio de 1515, luego trasladada a la del Casiguaguas,  y  en, 1519  a la provincia india Habana.
 Lo que decimos con sentida pena nos obliga a analizar la influencia que pueda tener nuestro pueblo favoreciendo ventajosamente el cultivo del bacilo de Koch  y el contagio de la afección.
 Principiaremos por el examen de las condiciones topográficas de la erigida ciudad en 20 de Diciembre de 1592, si bien por extravío del Real titulo no lo fue hasta 1635; toda vez que por el conocimiento de las costumbres de un pueblo, dijo el gran Cuvier, es posible adivinar la estructura geológica del país donde resida y de igual modo la ultima noción puede enseñar previamente la manera de ser de sus moradores; porque no es difícil demostrar, a ejemplo del erudito Wanger, que hasta los hábitos y el lenguaje se modifican en proporción de las cualidades del territorio.
 Encuéntrase situada la urbe en la península que, en su banda occidental ofrece el magnifico puerto de su nombre, conocido antes por de Carenas, a los 23 y 26  latitud y 76 a 40 long. O. de San Fernando.
 Está limitada al S. por pintorescas colinas cuya elevación media es de 54 metros y la máxima de 78 sobre el nivel del mar  y al oriente por el río Almendares.
 La altura media del terreno en donde está asentada es de 17 ½ metros, con desigualdades más o menos marcadas que se inclinan, unas hacia el litoral, otras a la bahía.
 El suelo háyase formado por una capa permeable de poco espesor, compuesta de margas, arenisca y detritus orgánicos en cantidad, el que se halla sobre formación cretácea al S., cocena y miocena; al O.  y en moderna al N., cual lo expuso el  respetable ingeniero de minas Sr. D. Pedro Salterain, en su "Descripción Físico-Geológica de la jurisdicción de la Habana y Guanabacoa”, existiendo entre la porción superficial y las indicadas una faja arcillosa intermediaria, que se halla limitada, por una parte, por la línea sinuosa que forma el banco de roca calcárea coralina de San Lázaro, que atraviesa la ciudad de E. a  O. y termina en la falda del castillo del Príncipe.
 La cubierta superficial hállase en condiciones y lo verifica, de absorber los fluidos exteriores las aguas y gases, lo que es indispensable a pesar del declive propio del terreno, por la gran cantidad de lluvia que cae en determinadas estaciones; motivo por el que su evaporación y la del mar hacen húmeda la atmósfera.
 Además, e independientemente de lo citado, considerado hidrológicamente el asiento de la Habana, resulta por sí mismo  encharcado, porque se levantaron las viviendas sobre antiguos riachuelos, perfectamente señalados en los planos del terreno, correspondientes a la pasada centuria, bien por la presencia de manantiales yacentes e ignorados, ya por lo permeable del subsuelo hasta cierta profundidad o por el conjunto de esos factores reunidos; siendo el hecho, que descansa la población en una base completamente mojada, con excepción de la parte del banco rocalloso de la costa de San Lázaro. Ahora bien; el aire, cargado de vapor acuoso y caliente es de todos el peor, y un estudio comparativo de la mortalidad por tuberculosis en los distintos barrios de esta ciudad, demuestra que en aquellos más bajos, en donde hay no poca cantidad de agua subterránea y pluvial en la superficie, el número de defunciones por la tisis es mayor.
 Las observaciones del Dr. H. T. Bowditch han confirmado de modo irrecusable que los individuos que habitan en moradas construídas en lugares sumamente húmedos están expuestos a la tisis pulmonar, quizás porque el elemento patógeno, bacilo de Koch, se mantiene por largo tiempo, virulento, suspendido en el aire de esas casas.
 En distintos países, en donde algo análogo acontecía, se ha hecho desaparecer en gran parte el estado morboso por medio de un buen sistema de drenaje; el Dr. Buchanan lo ha probado, y dice el señor Latham que por el proceder mencionado antes se ha logrado sanear diferentes poblaciones de Inglaterra, tales como Ely, Bambury, Newport, al extremo de disminuir en un 47, 41 y 32 las defunciones originadas por el bacilo de Koch.
 La temperatura húmeda y cálida es, según Monlau, la más falta de principios respirables y la que da, por tanto, menor resistencia al organismo, facilitando, por consiguiente el medio para la infección, además de favorecer, tal cual está probado, el cultivo y multiplicación del micro-organismo patógeno, enemigo pequeñísimo, pero grande por sus efectos.
 Desde las trascendentales investigaciones de Villemin, se sabe que el esputo es la principal materia para la propagación de la tisis siendo aquellos con abundancia lanzados a las calles, bien por los tísicos que transitan por ellas, o por los desperdicios de las casas de los enfermos, que diariamente se colocan en las aceras para que sean recogidos por los carros de la limpieza pública.
 Con las lluvias son llevados los esputos, especialmente en verano y otoño, épocas de más aguas, a los lugares de declives, filtrándose por la capa permeable del terreno, en que permanecen almacenados; y como la temperatura del suelo en estío está dentro de los límites, necesarios de calor para la producción de la bacteria, cifra térmica para los cultivos que puede ser hasta de 20° c., según Maffucci, se explica lo que afirmamos.
 Como, por otra parte, en esos mismos puntos hay abundantes, considerables cambios químicos de las sustancias orgánicas aglomeradas en cantidad, determínanse productos útiles a la nutrición del micro-organismo, sin que la putrefacción sea obstáculo a su vida, pues Chantemesse, Widal y Galtier han demostrado que el microbio permanece potente durante largo tiempo en aquellas condiciones.
 Acrecentados en número en tales circunstancias, en los días de seca, por la evaporación del agua del suelo, pasan al aire y de este modo á los hombres y animales depauperados para determinar en ellos la enfermedad y la muerte.
 En virtud de las desigualdades propias del sitio de emplazamiento de nuestra ciudad, resultan pantanosas la parte SE. de la población, en especial la llamada ensenada de Atarés que se encuentra al O. de la bahía; la de Marimelena al  E. y  la de Guasabacoa al SE.
 La mencionada ensenada de Atarés es un espacioso vertedero de toda clase de inmundicias de los lugares inmediatos, llevadas a ella por las lluvias y por el riachuelo que arrastra los múltiples desechos del matadero.
 En aquella, por la poca profundidad y el movimiento de la marea, quedan al descubierto, sometidos a la acción de los rayos solares, los productos orgánicos, los que fermentan, y sus emanaciones son llevadas por los vientos hacia tal barrio y los inmediatos de Chávez y Jesús María, en donde es notoria la mortalidad por toda clase de enfermedades, y en especial por la tuberculosis.
 La estrechez de las más de nuestras calles, cuyo trazado se hizo teniendo en cuenta lo dispuesto en el tit. 7, lib. 4  de  la Recopilación de Indias; su poca limpieza, el mal estado del pavimento, al extremo que de los 124 kilómetros de longitud que representan las 148 vías públicas de esta ciudad, sólo hay 42 kilómetros adoquinados; la carencia de aceras espaciosas y de buenos desagües, son también causas que contribuyen a la propagación del bacilo de Koch por idénticos motivos que los factores anteriores.
 Sería de desear, como dijo el Sr. Ariza, arquitecto municipal, en la pág. 108 de la Memoria sobre el «Estado del Ayuntamiento de la Habana hasta el 30 de junio de 1897» que las vías públicas, en lugar de estar trazadas de N, a  S. y de E. a O, lo fueran de NE.  a  SO., que  es el punto de donde sopla la brisa y el que mejor repartiría la acción del sol, dando a todas el beneficio de la sombra.
 La agradable brisa es tanto más provechosa como que viene del mar, cuyo aire es el que contiene menos micro-organismos, toda vez que el océano, como expuso Gautier, es el desinfectante de la tierra, porque aprisiona los gérmenes que esta produce, y no los devuelve.
 El estado saludable de las ciudades, dice el insigne Fonssagrives en su "Higiene de las poblaciones", depende, bien de causas permanentes, o ya de otras transitorias; en el número de las primeras coloca el hacinamiento, la impureza del aire y el contagio, tres incógnitas del problema que son de suyo difíciles, si bien cuanto más enmarañado sea aquél, afirma Hogarth, es más grato el trabajo de resolverle.
 La densidad relativa de población constituye un factor que ejerce muy atendible influencia en la propagación de las enfermedades debidas a la contaminación bacilar del ambiente. Los climas, la situación geográfica de los lugares, la dirección constante ó variable de los vientos, la presión del aire, las oscilaciones térmicas, la frecuencia y cantidad de lluvia, la higrometricidad del ambiente, todo se modifica y cambia con el cúmulo de moradores.
 El hacinamiento de individuos en los distintos barrios de la población trae consigo, para cada una de dichas divisiones, lo que manifiesta Levy que ocurre con las villas muy habitadas: sobreviene la falta de aire y de su renovación, la ausencia de luz solar, la humedad, la infección y las privaciones, causa de males sin cuento, de desgracias infinitas; porque la pobreza, ha sentado Oxenstiern, priva al hombre de los medios de alcanzar las cosas que le son propias por naturaleza y ahoga, en su nacimiento, los más bellos pensamientos.
 No se olvide nunca que la ciencia prescribe que cada vecino debe tener, por lo menos, 40 metros cuadrados de terreno; recuérdese que la comisión francesa para el cólera, en 1832, al encontrar en ciertos lugares 1500 habitantes por hectárea, dijo: "¿Se osaría, acaso, confiar 1000 árboles a la misma medida de superficie si se quisiera tenerlos sanos y vigorosos?"
 Dadas las reglas invariables seguidas por las leyes de la patogenia en la propagación de las morbosidades contagiosas, los casos de tuberculosis guardan constantemente, y de modo cierto, relación directa con la densidad relativa de los barrios de esta capital, puesto que cuanto mayor sea el número de ciudadanos en donde haya tuberculosos, tanto más habrá en el lugar la materia contagiante.
 La teoría de la difusibilidad en la enfermedad que examinamos no puede ser más seductora después del descubrimiento de Koch, por estar conforme con los ideales de la Patología contemporánea, según los que la naturaleza bacilar y la inoculabilidad de la tisis son hechos reales, evidentes.
 Conforme a los estudios del ingeniero Mr. Byrne, realizados en esta capital desde Diciembre de 1894 al 13 de Septiembre de 1895, el número de casas de la Habana es de 17 000, y el promedio de personas que las habitan era, por casas, de 11,87, las que no están igualmente repartidas por todos los barrios.
 En nuestra urbe, en los de San Lázaro y Pueblo Nuevo, Villanueva y Atarés, Peñalver y Pilar, Guadalupe y Dragones, en donde es grande el número de pobladores, es también donde mueren más de tuberculosis, según puede deducirse de la estadística de todos los años, así las debidas al ilustrado Dr. Gonzalez del Valle, como las del Dr. la Guardia, y la que redacta la Junta Provincial de Sanidad de esta capital.
 A lo dicho debe agregarse las condiciones antihigiénicas de nuestros distritos populosos, los que se encuentran completamente olvidado del cuidado de las autoridades -sus vías públicas son las peores y las mas abandonadas- y los alimentos, escasos en cantidad y no de los mejores en calidad; siendo todo ello causa justificada de la miseria fisiológica de muchos de los habitantes de esas localidades.
 Además de tal estado de cosas, el paludismo y la disentería, que se mantienen endémicos entre nosotros, privan de la nutrición a los individuos, empobrecen sus organismos, dejándolos desarmados, escasos de recursos para hacer frente a la invasión y ataque del micro-organismo de Koch.
 En dichos distritos hay no pocas casas de vecindad, llamadas ciudadelas, en donde el hacinamiento es inconcebible, en donde se ven todos los horrores a que expone la carencia de recursos, en las que hay más que censurar que lo expuesto por La Bruyere, Vauban  d' Argenson y Simón Morgolin sobre las moradas de los indigentes; más que hacer que lo consignado por O. Du Mesnil en su obra “La habitación del pobre”, así como lo narrado y pedido para las viviendas mal sanas, «Habitaciones de los jornaleros» por Cacheux, y E. Müller; ciudadelas donde son letra muerta los artículos 124, 125, 126 y 127 de las Ordenanzas municipales aprobadas por el Gobernador civil desde 9 de Abril de 1881.
 En  tales lugares y condiciones continúan viviendo los sujetos que se tuberculizan, por cuyo motivo el mal hace rápidos y seguros progresos en sus organismos e infecciona las alcobas, encontrándose  aquellos y éstas en idénticas condiciones que los tuberculosos indigentes de Paris, a los que se refirieron los Sres. Dufurnier y Séailles en el cuarto Congreso para el estudio de la tuberculosis, celebrado en la capital de Francia, del 27 de Julio al 2 de Agosto de 1898 próximo pasado; para los que pidieron la desinfección de los alojamientos y medios posibles para evitar la reinfección, el alejamiento de los individuos curables en colonias agrícolas y el aislamiento de los incurables en pequeños hospitales.
 En medio de tanta desgracia, una ventaja parecen tener los tuberculosos sobre los otros conciudadanos, de mucha importancia en la Habana, en que abunda, como legado de la administración pasada, el muermo; y es que este estado patológico es refractario al otro, cual sostuvo M. F, Cartier en la reunión de lumbreras que acabamos de citar; pues la coincidencia de ambas enfermedades en un mismo sujeto animal no ha sido nunca señalada, si bien no es dable afirmarlo, por haber combatido dicho modo de pensar el sapiente señor Rocard.
 La segunda de las causas de insalubridad de las poblaciones, señalada por el ilustre profesor Fonssagrives, que a nosotros nos interesa, es de no menos trascendencia que la anterior, por cuanto, como aquella, es precisa para la vida del procomún, para la existencia de las urbes; es el elemento causa de lo creado, para Anaximeno, descompuesto por Lavoissier en 11 de Mayo de 1774; en el que Lord Raleigh y W. Ramsay hallaron, en 1894, el Argón, y el último sabio con M. W. Travers, dieron á conocer a la Academia de Ciencias de Paris, el 6 de Junio de 1898, el Kriptón, demostrando días después del mismo mes, en tan conspicua sociedad, la existencia de dos gases en el Argón: el neón y el metargón, pan de los pulmones, en el que se encuentra también hidrógeno libre como componente constante, en volumen la mitad menos que el ácido carbónico, cual lo probó M. A. Gautier en la dicha Academia de Ciencias de Paris, en su labor de 7 de Noviembre de 1898.
 Contiene así mismo en suspensión, el aire gran número de pequeñas porciones minerales, orgánicas, vegetales y animales, como no pocos micro-organismos.
 Buena prueba de lo que decimos son las investigaciones hechas con toda garantía por el sabio Pasteur, que confirmaron la presencia de los dichos gérmenes organizados y activos á expensas de experimentos que servirán   siempre como modelo de habilidad de talento y lógica.
 Demostró el inmortal bacteriólogo que el número de microbios disminuía a medida que nos elevamos en las alturas, y que eran muchos en las ciudades, habiendo menos en el campo y siendo raros en las montañas.
 Los discípulos del gran profesor, honra de la Francia contemporánea, han ido más lejos, contando las bacterias que encierra un volumen de aire determinado, así como Frendenreich, de Berna, realizó cierta serie de experimentos en los Alpes, entre 2,000 y 4,000 metros de elevación, y comprobó que los gérmenes eran pocos en esas latitudes.
 También, en Septiembre de 1892, hizo Christiani, privado docente de la Universidad de Génova, interesantes observaciones en una ascensión que llevo a cabo en un globo, en dicha ciudad; demostrando que a 1000 metros sobre el suelo no existían micro-organismos en el aire, cual atestigua en su labor, publicada en los «Anales del Institute Pasteur».
 Después el Sr. Miquel, inventor de un aparato para recoger las partículas de la atmósfera, probó que el medio respirable en la ciudad de París contenía un numero crecido de microbios, siéndolo mucho menos en el parque Monssuris, lugar en que se halla el Observatorio Meteorológico Central de Francia.
 En 1884 el referido sabio encontró 3480 bacterias en un metro cúbico de la atmósfera de la capital de Francia, y 480 en otro igual del medio respirable del mencionado Parque; en tanto que, en 1893, demostró 7040 bacterias en un metro cúbico del aire de la ciudad del Sena, y en el Parque 275 en la misma cantidad de producto analizado, disminución debida a la frondosidad mayor de los árboles de dicho lugar.
 Concuerdan con estos estudios los realizados en las casas nuevas y viejas, en las cloacas y hospitales de la capital de Francia; así como los del mencionado Sr. Miquel, asociado a Moreau, aire del océano, próximo o distante de las costas, siendo en ese lugar muy poco rico en micro-organismos.
 Afirman, por otro lado, lo que sostenemos los análisis del señor Rossi en el Hotel-Dieu de Lion, en que encontró en 10 metros cúbicos, 19 170 gérmenes.
 En el aire parece ser necesaria la existencia de algunos microbios, y por consiguiente, el completamente esterilizado no es el mejor para la vida; pero entiéndase que los que precisan no son los patógenos, sino los inofensivos e indispensables para favorecer las reacciones que pasan en el organismo en estado normal.
 Tal decimos porque nos autorizan a creerlo las observaciones de Mr. Kijanizin, catedrático en la Universidad de Kiev, las que se publicaron en la revista Archivos de Biología, y como son por demás curiosas nos permitimos detenernos en ellas. Colocó el profesor citado animales inferiores en aparatos especiales durante varios días, de suerte que no respiraban ni tomaban más que aire y elementos esterilizados.
 El aire, sobre todo, estaba enteramente purgado de microbios, hasta, el punto de que una placa de gelatina expuesta á la corriente de entrada en los aparatos, no presentó ni la menor huella de colonias de bacterias durante todo el período de los experimentos.
 Los animales fueron pesados antes y después de los ensayos, y sus secreciones analizadas, repitiéndose las observaciones en condiciones idénticas y en aire no esterilizado como comprobación.
 Según los primeros experimentos, parecía producirse una disminución de las materias azoadas, cuando el aire y los alimentos se hallaban limpios de micro-organismos. Estos últimos ayudan, evidentemente, a la descomposición de las materias azoadas que ingresan en el intestino, y es probable que la asimilación de ellas se reduzca más aún si se llega á poder purgar de microbios el mismo intestino antes del experimento.
 El segundo resultado obtenido es el de que los animales pierden peso más rápidamente que en circunstancias normales, al paso que aumenta exageradamente la secreción de nitrógeno y de ácido carbónico.
 El tercer resultado es más notable todavía, y consiste en que, en la mayoría de las investigaciones, los animales han muerto unas veces al cabo de algunas horas o de algunos días de comenzada la operación, sin que haya sido posible averiguar la causa.
 Si los microbios inofensivos del aire son favorables, no pasa así con los patógenos. Nuestras calles, hasta ahora, salvo algunas que otras, no se riegan; se barren mal a pesar de los buenos deseos de las oficinas americanas de limpieza de la ciudad, lo que determina, en los días secos y de algún  viento, el que se levanten espesas e irrespirables nubes de sofocante polvo.
 A propósito de esto manifiesta el ilustrado Dr. Grande Rossi, en la pág. 587, del t. XVIII de la Crónica Médico Quirúrgica de esta capital, que «la cantidad de gérmenes contenida en el polvo recogido en diversos puntos de la Habana alcanza proporciones extraordinarias, mayores de las que pudieran sospecharse, después de saber que en ésta es el aseo de las calles una remoción diaria del polvo que las cubre, y que, el riego excelente medio para limpiar el suelo y el aire está a cargo de la rara iniciativa de algunos habitantes.»
 Es muy difícil, agrega el referido Doctor, «encontrar entre los lugares civilizados uno donde concurran, como aquí, los requisitos necesarios para que el ambiente contenga el mayor número de microbios posible». 
 La acción perjudicial del polvo la ha dado a conocer el Sr. Kelsch a nombre del Sr. Simoni en la Academia de Medicina de Paris, en 5 de Octubre de 1897.
 Compruébase en dicho trabajo que el suelo de las viviendas contiene causas de infección muy poderosas.
 En realidad, dice el orador, aparte de la fiebre tifoidea y del cólera, la mayor parte de las otras enfermedades comunes, como las fiebres eruptivas, la difteria la pneumonía, y, sobre todo, la tuberculosis, son casi siempre debidas a gérmenes conservados en el polvo, cuando no reconocen por origen un contagio directo.
 La tal proposición es principalmente aplicable a las residencias que ocupan o frecuentan grandes colectividades, a los establecimientos de instrucción pública, a los talleres y fábricas de las grandes ciudades, a los hospitales y cuarteles.
 Recuérdese que Lippi, Schweninger, Tappeiner, Schottelius, Bertheau,  Veraguth,   Weichselbeum han  demostrado   positivamente que se puede producir la tuberculosis en los animales haciéndoles inspirar esputos pulverizados de tísicos.
 A mayor abundamiento, y en contra de la opinión que ha sostenido Fricke, de que la diseminación de los esputos secos de la tuberculosis no era peligrosa, ha demostrado el Sr. Cornet, por medio de un experimento concluyente, en las sesiones del 9 y 15 de Marzo de 1898 en la Sociedad Berlinesa de Medicina, que el bacilo se conserva en las condiciones antes dichas, activo, sin disminuir en sus dinamismos. He aquí cómo procedió:
 En una habitación de la oficina sanitaria imperial puesta a su disposición, extendió una alfombra sobre la que esparció esputos procedentes de un enfermo atacado de tuberculosis declarada, mezclándolos con polvo, dejando que todo ello se secara durante dos días.
 Introdujo entonces en el local unos cobayos de los cuales algunos fueron colocados sobre tarimas a diversas alturas  (7, 40 y 120 centímetros encima del pavimento) mientras que un segundo grupo de dichos animales quedó al nivel del suelo; barrió la alfombra con una gruesa escoba é hizo levantar el polvo.
 De los 48 curieles tomados para la experiencia, 46 fueron infestados  vistiéndose el operador, para evitar el mal con una blusa que le cubría completamente el cuerpo, y un capuchón  que le preservaba la cabeza, dejando en él dos huecos para los anteojos, cubriéndose  también la cara con  algodón; a pesar de lo que penetró cierto número de bacilos en las fosas nasales, puesto que, inoculando conejillos de india con el moco procedente de las mismas, se infectó uno de ellos.
 Demuestran a las claras las inquisiciones anteriores, dice el autor, y nosotros con él, que es peligrosa la diseminación de los esputos secos de los tuberculosos.
 Lo que no impedirá, ni la sustancia química de que dió cuenta el Sr. Laborde a nombre del Sr. Jaubert, y en el suyo propio, á la Academia de Medicina de Paris en 24 de Enero del actual año de 1899, para producir aire artificial, y que libra, al viciado por la hematosis, del ácido carbónico, del vapor de agua y de otros productos irrespirables, pero no de los micro-organismos; puesto que aquella materia da a la atmósfera el oxigeno que le falta para  que el hombre pueda vivir en ella, y, por tanto, el bacilo de Koch.
 
 
 La tuberculosis en La Habana desde el punto de vista social y económico. La Habana. Imprenta Militar, 1899. 

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