martes, 6 de septiembre de 2011

La vivienda en procumún (casa de vecindad)



 por el Dr. Diego Tamayo 


 El Comité Seccional a que tengo el honor de pertenecer ha formulado este tema: “La vivienda en procomún (casa de vecindad) sus inconvenientes y reformas que deben introducirse.”
 Nuestras observaciones se refieren a la casa de vecindad de la ciudad de la Habana; a lo que allí se conoce impropiamente con el nombre de ciudadela.
 El área extensa que ocupa la capital de la República, está por todas partes manchada con estas viviendas insalubres, que abundan en las zonas extremas, pero que la imprevisión tradicional y el lucro inmoderado las han injertado en los barrios que habitan las familias más acomodadas y alrededor de aquellos sitios en que es más activo el tráfico mercantil.
  No todas tienen las mismas condiciones, ni su instalación corresponde al mismo tipo; por esto se hace necesario agruparlas en cuatro clases distintas:
  La 1ra, que comprende las instaladas en casas de antigua construcción señorial; la 2da, las construidas expresamente para vivienda en procomún; la 3ra, las adscritas a los Establos, en las cuales viven, en primitiva comunidad, hombres y solípedos, y la 4ta, habitaciones con paredes de tablas y techo movedizo.
 Todas obedecen a este principio general: almacenar en el menor espacio el mayor número de individuos.
 En las casas de la primera categoría, las habitaciones, en su origen amplias y espaciosas, se dividen y subdividen por tableros de ajustes imperfectos y que no alcanzan al techo, lo que da por resultado que las distintas familias que las ocupan vivan en perfecta comunidad.
 El modelo de las segundas es un patio central, estrecho, que tiene alrededor una fábrica baja unas veces, pero más frecuentemente de piso bajo y alto y en éste un balcón corrido. Cada habitación tiene una puerta y junto a ella una ventana por donde penetra todo: el aire y la luz; los hombres y las cosas; la vida y la muerte. En el piso bajo estos huecos se abren directamente al patio y en los altos al balcón.
 En las que alojan hombres y caballos, una veces los caballos están a la derecha y los hombres a la izquierda, y otras los caballos en la planta baja y encima, separados por un tablado, los hombres. De donde resulta, más que una habitación humana, un corral con todas sus inmundicias.
 Pero las más sorprendentes, las que rompen con los hábitos de la cultura moderna y entran en ese período incierto y poco definido que caracteriza los primeros albores de un pueblo civilizado, es la cuarta clase cuyo tipo lo da la casa de vecindad conocida con el pintoresco nombre de “El solar de la Cáscara de Coco.” Cuatro tablas mal unidas sostienen un par de vigas, y sobre éstas, a manera de techo, descansan por la acción de la gravedad y mantenidas en posición por fragmentos de ladrillos y cáscaras de coco, pedazos de hoja de lata y planchas de zinc carcomidas por el uso. Estas covachas se alquilan en diez centavos diarios, y cuando el infortunado inquilino no paga con puntualidad cronométrica, el cancerbero de ese infierno gigantesco, donde viven y fructifican todas las malas pasiones, levanta el techo movedizo y el huésped mísero que la habita se queda completamente á la intemperie.
 Es un método de desahucio no definido en los Códigos, pero corriente en las prácticas seguidas en ese medio social tenebroso que la miseria emponzoña y degenera.
 Pero antes de entrar en más detalles, veamos --aunque sea en términos generales-- para qué necesita el hombre la habitación y qué condiciones generales debe reunir ésta. La casa, cualquiera que ella sea, debe resguardar al que la habita de los accidentes desagradables y a veces perjudiciales, que se producen por las oscilaciones incesantes a que están sujetas las propiedades físicas de la atmósfera.
 La habitación ideal sería la que le sustrajera a la acción de estos accidentes en la medida estrictamente necesaria, permitiéndole, al mismo tiempo, utilizar las propiedades químicas y biológicas del aire. Es decir, que el problema consiste en colocar al individuo fuera de la acción perniciosa de los cambios físicos de la atmósfera, pero de manera que pueda utilizar, en su mayor pureza, las propiedades bioquímicas del aire. De donde se deduce que una de las condiciones fundamentales de salubridad de una habitación, es que su construcción garantice la integridad del aire que en ella se respira.
 Pero esto no es suficiente; la conservación del estado fisiológico exige que se pongan en juego otros factores naturales de la salud, que lo mismo que la atmósfera, son también necesarios, como las aguas, la luz y el calor.
 En efecto, no basta que una casa esté fabricada artísticamente; que su distribución sea cómoda y útil, es necesario además que tenga aeración natural suficiente; luz adecuada a las funciones normales de nuestros ojos; agua en la medida de nuestras necesidades; manera de evacuar completa y rápidamente todas las materias de desecho, y distribuido el calor y la ventilación de modo que no disminuyan las propiedades respiratorias de la atmósfera.
 Pues bien, estas condiciones nunca se encuentran reunidas en nuestras casas de vecindad. Fabricadas en contacto íntimo con las vecinas, su suelo --inútil parece afirmarlo-- carece de drenaje adecuado y a él van a parar, impregnando de este modo los terrenos limítrofes de tal modo que no sería exagerado afirmar que el subsuelo de la ciudad está formado por una capa excrementicia.
 En algunas de estas casas se afirma que sus desagües están conectados con la cloaca; pero si recordamos que no hay en toda la ciudad verdaderas cloacas, sino malos caños, se comprenderá lo falaz y peligroso que es mantener esa falsa creencia, pues estos caños, de construcción morisca, con sus paredes porosas, lo que hacen es extender las zonas de infiltración a los terrenos que atraviesan.
 El aire, como sólo tiene paso por un costado de la habitación, porque, generalmente, la puerta y la ventana están abiertas en una misma pared, la corriente que entra por la parte inferior y sale por la superior de estos huecos, hace una curva de convexidad interna que penetra poco en el interior, y por lo tanto la renovación es muy limitada. En las habitaciones que tienen ventanas en paredes opuestas, el problema varía, pues por poco que sea el movimiento de la atmósfera o la diferencia de temperatura entre las dos paredes opuestas, se establecen fuertes columnas de aire que atraviesan el local. Con un viento muy poco sensible --de un metro por segundo-- y una ventana de cuatro metros cuadrados en cada costado de la habitación, pasarán por hora 1m.x 4m. x 60 x 60 igual a 14 400 m. cúbicos de aire; mientras que con una sola ventana tendremos menos de la tercera parte: próximamente unos 4000 metros cúbicos.
 Y bueno es advertir aquí que no compartimos con el vulgo el temor tradicional a las llamadas corrientes de aire, nombre más propio del que se enfila por las rendijas que de las masas que se precipitan por una amplia ventana y que van a oxigenar el espacio en que se difunden.
 Estas consideraciones de higiene elemental nos hacen suponer que la aeración es de lo más imperfecto posible y que la distribución del calor es completamente irregular.
 Por otra parte, como el sol tiene acceso a puntos determinados solamente, la luz no alcanza a los lugares recónditos, perdiéndose por esto su acción vivificadora y desinfectante.
 El agua, que en nuestro clima más que en ningún otro, es un elemento poderoso para la conservación de la salud y el mantenimiento de la vida, se distribuye tan mal, que mientas a los Depósitos de Palatino les han abierto un escape que desperdicia, sin utilidad alguna, más de la tercera parte del agua que le inyecta la vena líquida de Vento, en las casas de vecindad escasea tanto que es frecuente el tomar turno para proveerse de ella, y en los pisos altos necesario bombear, y bombear con energía y por largo rato, para tener la indispensable.
 De aquí que el aseo resulta un lujo, y sus refinamientos cosa inusitada o desconocida.
 En síntesis, que los factores naturales de la salud están muy mal representados en las casas de vecindad, y este es uno de los inconvenientes fundamentales de nuestras viviendas en comunidad.
 Pero lo más grave es que la Habana tiene 2839 casas de vecindad y que entre todas suman 33 230 habitaciones, donde se alojan 86 000 personas de todas las clases, condiciones, edades y razas.
 Es decir, que la tercera parte de los habitantes de la capital de la República viven en estas casas insalubres, y eso que no contamos los mercados (Plaza de Vapor, Colón, etc.), arcas de Noé que encierran, en aglomeración repulsiva, cuanto la ciudad consume, confundiendo lo vivo y lo muerto, los hombres y los animales, lo sano y lo enfermo envuelto en una capa de suciedad que hace de cosas tan complejas un todo homogéneo capaz de engendrar, por el maridaje de la incuria y la aglomeración, toda clase de dolencias patológicas.
 Pero, ya que conocemos la casa de vecindad, veamos como se vive en ella. Aunque las cifras generales arrojan dos y medio (2,58) inquilinos por cada habitación, es muy corriente encontrar mayor número cuando la casa no pertenece a las que hemos clasificado en la primera clase. 
 Lo frecuente es disponer de un solo cuarto para toda la familia; el marido trabaja afuera y la mujer cuida los hijos y se ocupa de los quehaceres domésticos. Junto a la puerta está la cocina portátil que funciona con carbón vegetal, y como no tiene chimenea, el humo entra ampliamente en la habitación que decoran las manchas de humedad que se divisan a través de la lechada de cal y las telas de araña entre cuyas mallas permanecen suspendidos cadáveres de moscas.
 El ajuar es pobre, y son desconocidos multitud de detalles que hacen cómoda y agradable la vida: la falta de luz justifica la exhibición de artefactos domésticos poco edificantes, y los catres, como galgos rendidos a la fatiga, inclinan sus largas patas contra un costado de la habitación, esperando la noche para abrir su vientre, en el que solo guardan una almohada mugrienta que el niño famélico masca por una punta, para llamar el sueño engañando el hambre.
  La letrina, por regla general, de uso común, da lugar a inconvenientes tales y tan evidentes, que no necesito señalarlos, pues es fácil imaginarse los conflictos que semejante sistema crea a la salud y el pudor. El pasto intelectual lo suministra el periódico La Caricatura; y se explica, porque tiene más muñecos que hileras de letras, y su lectura se reduce a un artículo barriotero --para usar el vocablo consagrado-- y al relato de crímenes y de cuantos atentados realiza diariamente la bestia humana.
 Los niños descalzos, en cueros a veces, sucios siempre y llevando, con frecuencia entre sus cabellos enmarañados, las señales de la incuria, viven en perfecta familiaridad con toda clase de animales domésticos, y juntos retozan sobre un suelo que manchan con toda clase de excretas.
 Con frecuencia el cuadro es más sombrío: sobre una cama o en un sillón, que a fuerza de ataduras se sostiene, se ve un ser pálido, demacrado, con la piel ardiente y la mirada brillante, que tose frecuentemente y arroja sobre el suelo y contra el muro ese esputo amarillento que se aplasta chorreando en la pared donde parece que escribe, con sus fibras elásticas, y sus vetas albuminosas, cuajadas de bacillus de Koch, la maldición que una miseria emponzoñada por todos los desconsuelos lanza contra los que se ufanan de disfrutar los muelles placeres de la vida cómoda y regalada.
 Ahí está el semillero de la TUBERCULOSIS; enfermedad tremenda que diezma esta sociedad con una epidemia constante y con una mortalidad que ocupa siempre el primer lugar, la cifra más alta en nuestras estadísticas demográficas.
 La Habana tiene sólo en sus casas de vecindad, 3407 tuberculosos.
 Pensadlo bien: o se mejora el alojamiento del infortunado que vive muriendo de miseria o pereza; pero perece esparciendo en torno suyo gérmenes de muerte que no respetan ni a los ricos, ni a los poderosos.
 Pero continuemos: ya hemos dicho que el aseo es sumamente elemental, porque el agua escasea y disponer un baño es cosa de romanos. Sucia la piel y sucia la ropa que la cubre; ahí tenéis un campo bien abonado para que vivan felices toda clase de parásitos.
 La alimentación, por lo común deficiente es a veces IDEAL. Los estudiantes de Medicina que me acompañan en la Policlínica del “Dispensario Tamayo”, extrañándoles que la cabeza de cherna figurase entre las sustancias alimenticias de uso frecuente en nuestros enfermos, investigaron el asunto y descubrieron --porque realmente es un descubrimiento-- que esas cabezas las regalan los industriales porque están invadidas por un gusano especial que con su presencia hace la mercancía imposible de salida. Y algunos enfermos afirmaban que esos restos asquerosos daban un caldo muy alimenticio!
 Yo he tenido en la Policlínica del “Dispensario Tamayo”, durante el año 1903, un número de enfermos que llega a 602 y que casi todos son inquilinos de casas de vecindad; de ellos 236 sufren de cloro-anemia o sea el 38 por ciento.
 Durante los meses de Enero, Febrero y Marzo de este año he visto 208 enfermos; son cloro-anémicos 77, o sea, el 37 por ciento.
 La proporción, aproximadamente, es la misma.
 Tomando como término mínimo el 33 por ciento, tendremos que la tercera parte de los no-tuberculosos --porque éstos van a otro Dispensario--, que viven en casas de vecindad, son cloro-anémicos.
 Sabemos que el total de habitantes en las casas de vecindad es de 86000, de los cuales son tuberculosos 3407, nos quedan 82593, cuya tercera parte, es decir, 27530 son cloro-anémicos que reflejan en su cara lo deficiente de la alimentación que los nutre, y lo insalubre de la casa que los cobija, y que empujados por la necesidad desempeñan los deberes que les están confiados en el continuo batallar de la vida, pero revelando, al ojo experimentado, que son terreno perfectamente abonado para que prendan y den sus frutos de muerte todas las infecciones.
 Resumiendo tenemos: que en esa atmósfera asfixiante donde el aire se renueva difícilmente; donde la luz es escasa; donde el aseo es imposible y la alimentación deficiente, se aglomera la familia pobre e infortunada, para vivir en perfecta comunidad grandes y chicos, dóciles y rebeldes, normales y degenerados; que las largas jornadas de trabajo hacen imposible toda elevación en la esfera intelectual y lo escaso del salario solo permite disfrutar los placeres que se originan en los sentidos; que la escasez de recursos determina una sobre sobreexcitación constante que hace el carácter violento y trato áspero, desapareciendo todas esas medias tintas, esos tonos de suavidad intermedia, con que la cultura social encubre al mamífero humano para que aparezca siempre el hombre como representante supremo de todo lo que vive.
  Se comprende así, que tras la degeneración física venga la degeneración moral, y que sean algunas casas de vecindad escuelas de vicios y camino para caer en las redes que a la criminalidad tiende el Código Penal.
  De todo esto podemos concluir, que en las casas de vecindad los factores naturales de la salud están muy mal representados; que la cultura intelectual deja mucho que desear y que en el sentido moral corre grave peligro de extraviarse por los senderos que conducen a la criminalidad y a la degradación.
 En tales condiciones las reformas deben ser radicales.
 Los Municipios populosos, como la Habana, deben tener una “Comisión Permanente” que solo se ocupe de las habitaciones insalubres, para que, oyendo a todo el mundo, pueda trazar el modelo a que ha de sujetarse la construcción de las casas para los pobres que en un clima como el nuestro podían tener por tipo el cotage inglés, aislado o en pareja.
 Pero de todos modos, sea cual fuere la solución que se dé a este problema es preciso que nadie esté privado de lo que la naturaleza a todos nos brinda por igual: la tierra y el aire, el agua y la luz; que todos disfruten de las brisas que oxigenan nuestra atmósfera renovándola veinte y cuatro horas, y del sol, con excesiva prodigalidad, cada mañana se distribuye por todas partes para desinfectar cuanto toca con sus rayos benéficos, porque así, confortado el cuerpo y en reposo el espíritu, se inflamen en el cerebro ideas de justicia y germinen en el corazón sentimientos de confraternidad y de amor.


 "La vivienda en procumún (casa de vecindad) sus inconvenientes y reformas que debe introducirse", III Conferencia Nacional de Beneficencia y Corrección de la Isla de Cuba (1904), Memoria Oficial, La Habana, 1904, imprenta La Moderna Poesía, pp. 235-242.



 

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