domingo, 11 de marzo de 2012

Juan M. Chailloux Cardona: Los horrores del solar habanero I



 
 No hay barrio de La Habana, por aristocrático que sea, que se encuentre libre de la presencia de solares que semejan zocos marroquíes por su lamentable estado anti higiénico y el hacinamiento que los caracterizan. En los lugares más céntricos aparecen como llagas pustulentas que merman el prestigio del conjunto urbano y son una amenaza para la salud pública. Con mayor profusión, están en los barrios pobres y más densamente poblados, en los suburbios de La Habana, como Belén, Santa Teresa, Jesús María, Los Sitios, Atarés, etc. Pero el solar, en su expresión más indecorosa, tiene representación en las calles más elegantes de la ciudad, como San Lázaro, Belascoaín, etc.
 Sin determinar el número de solares existentes, por falta de datos estadísticos, imposible es conocer el número exacto de habitaciones que hay en ellos. Pero nuestra investigación, muy dificultosa aunque somera, nos permite ofrecer datos con los que el lector puede formarse una idea bastante aproximada de la magnitud del problema. Como ya hemos dicho, la cantidad de habitaciones, tanto como el aspecto sanitario del edificio destinado a vivienda colectiva de pobres, son los elementos básicos para catalogarlo como casa de vecindad, solar o ciudadela, aunque por lo común el vocablo solar comprende a los tres tipos. La casa de vecindad generalmente consta de una docena, o poco más, de habitaciones, y mientras el solar tiene un promedio de veinte a treinta, las ciudadelas cuentan a veces con más de un centenar de ellas. Por ello el número de habitaciones también es elemento fundamental en la clasificación de referencia.
 El promedio que obtuvimos en nuestra pesquisa que (como dijimos) abarcó 50 solares, fue de 28, 6 habitaciones por edificio. De estos, 23 eran de una sola planta, 26 de dos y 1 de tres. El número máximo de habitaciones correspondió al edificio de tres plantas, sito en Lagunas 357, con 79 habitaciones; mientras que el más pequeño contaba con nueve habitaciones, una casa baja de la calle J y 9 en el Vedado.
 En los 50 solares contamos un total de 1434 habitaciones. Puesto que podemos calcular en más de 2000 los solares que tiene La Habana, con el promedio obtenido de 28, 6 habitaciones para cada uno, tendremos unas 60 000 pocilgas de las que estamos tratando, donde se pudren más de 50 000 familias cubanas en su casi totalidad (…)
 Cada solar se encuentra bajo la supervisión inmediata de un encargado, de acuerdo con lo dispuesto en el artículo 76 de las Ordenanzas Sanitarias; cuyas obligaciones incluyen cuidar el orden, prestar o facilitar los servicios de limpieza, luz, agua, etc. Resulta interesante el gran número de españoles que ejercen estas funciones. En los 50 solares que recorrimos, encontramos 29 encargados de esa nacionalidad. Desconocemos a punto fijo el origen de esta predilección, quizás se explique por el gran número de españoles que son propietarios de esos edificios.
 El encargado es, por lo común, utilizado como agente de coacción por el propietario o arrendatario principal del solar. Simpre, ante cualquier inspección oficial, se le encuentra interesado en ocultar el verdadero estado general (sanitario principalmente) del edificio. Los jueces correccionales conocen con frecuencia de casos en que el encargado ha tenido que responder de acusaciones por coacción, formuladas por inquilinos a quienes ha pretendido desalojar compulsivamente o privándoles de servicios esenciales como el agua y la luz. Por eso resulta, en la mayoría de los casos, un personaje antipático en el solar.  
 (...) El alquiler de una habitación corriente en los solares más perniciosos, fluctúa entre seis y ocho pesos, llegando hasta doce. No obstante ser una sola pieza que, excepcionalmente, incluye una cocina sin puertas a la entrada de la misma habitación.
 Para la generalidad de los moradores en los solares, estos alquileres representan un alto porcentaje de sus entradas mensuales. Tratándose del caso de obreros, jornaleros, criados domésticos y otros trabajadores dedicados a humildes actividades, los alquileres de las covachas que insumen el 50% y, a veces, hasta la casi totalidad de sus ingresos, puesto que trabajan intermitentemente o con jornales de miseria. Sin embargo, en los pueblos civilizados están sentada la inconveniencia social de toda vivienda de pobres cuyo costo represente más del 20% de sus ingresos.
 Además, hay que tener en cuenta que, según los datos oficiales, el 27% de los trabajadores cubanos estaba sin empleo, aun antes de producirse los numerosos despidos con motivo de la crisis planteada por la guerra. En La Habana, más del 80% de los trabajadores desocupados viven en los peores solares. Es el paso previo para caer en alguno de los campamentos de indigentes que impunemente desafían el pudor de la ciudad.
 Una habitación relativamente adecuada para albergar una corta familia, alcanza un precio en alquiler de 12 pesos o más. Si tomamos en cuenta que el jornal mínimo establecido legalmente es de 45 pesos mensuales, advertiremos que los alquileres consumen el 37.5% de las entradas del trabajador con jornal tipo permanente (…)
 Nada más repulsivamente impresionante que el estado anti higiénico en que se mantiene la generalidad de los solares (…)
 Hay ciertas características comunes a casi todos los solares de La Habana, que identifican a estos con la vivienda popular de principios del siglo XIX descrita por Juderías en sus “Hombres Inferiores”. El cuadro no puede ser más deprimente. Apenas nos adentramos en un edificio de esos, quedamos inmersos en un ambiente denso, viciado. Niños sucios y harapientos, algunos sin haber aprendido a andar todavía, se entregan a sus juegos con objetos llenos de porquería, en lo que llaman patio: más bien parece un túnel largo, estrecho, sombrío, o el fondo de una fosa formada por las paredes dos o tres pisos sobre el suelo. El pavimento hundido en muchos lugares, está cubierto de residuos hediondos. A veces nuestra vista tropieza con esputos disparados al piso que nos estremecen de repugnancia. En el marco de cada puerta de las habitaciones, a una altura determinada, la mugre parece estar de gala por el brillo que le proporciona el roce de los cuerpos. En el interior, fracciones de repello levantadas y agujeros de clavos, en indecente complicidad, ocultan cucarachas, chinches y otras especies. Las manchas de sangre como pinceladas oscuras en el fondo sucio de las paredes, son huellas del combate feroz entre las personas y las chinches que caen hasta del techo, en una versión original de paracaidismo instintivo.  
 El techo, por lo general con un rendijoso cielo raso de madera, tiene sombras extensas de humo negro y grasiento procedente del fogón que se enciende en el interior de la habitación. Cada movimiento en el piso superior o azotea impulsa chorrillos de mezcla desintegrada por el tiempo, que cae en los muebles y a veces en los alimentos.
 En derredor todo es miseria, sillas rotas, bastidores deteriorados sobre cajones, que sirven como lechos, fragmentos de mesa apoyados en la pared, agua en cubos de dudosa limpieza, para suplir la falta del precioso líquido cuando a determinada hora se retira de la pluma. Aun en los pisos altos el aire es pesado y sofocante, antes de llegar a la habitación se ha contaminado al ponerse en contacto con las inmundicias dispersas por doquier. Las lámparas de luz brillante que observamos nos presagian un espectáculo dantesco para cuando llegue la noche, con tanta miseria alumbrada a media luz. Estos tugurios rivalizan con las bodegas de los barcos negros durante el tráfico de esclavos (…)
 Es sorprende la ínfima proporción en que se encuentran los inodoros en relación con el número de los vecinos en esos edificios. En los 50 solares investigados obtuvimos una proporción de uno por cada 36,7 vecinos; pero encontramos casos verdaderamente impresionantes. En Vives 521, por ejemplo, para 211 moradores solo había cuatro inodoros. Uno para cada 52, 2 vecinos, y como ese, varios. Hay casos en que el encargado se reserva uno para uso particular de su familia, con la consecuencia de multiplicar el número de vecinos obligados a utilizar los restantes. Así ocurría en una casa deteriorada de la calle 10 esquina a 25 en el Vedado ¡187 personas usaban dos inodoros! Porque el tercero estaba reservado a la familia del encargado (…)

 Desconocemos si el censo de 1919, confeccionado por la Secretaría de Sanidad, comprendió en detalle el número de residentes en las casas de vecindad, para deducir el promedio de población domiciliada en estos edificios. Consideramos que tal número tuvo que ser inferior al obtenido por nosotros en los 50 solares estudiados, que es de 117, 6 vecinos por cada edificio, alcanzado 5880 el número total de personas domiciliadas en los mismos.
 Tomando como punto de partida la cantidad de 1548 casas de vecindad, revelado en el censo de 1919, un cálculo muy conservador representará en más de 2000 las casas colectivas para pobres existentes en La Habana, todas inadecuadas para una vida sana, pero más de la mitad son exponentes de una patética insalubridad (…)
 Con el promedio de 117, 6 personas por cada solar, obtenido por nosotros, resulta que muchos más de 200 000 habitantes, aproximadamente un tercio de la población capitalina, vive en condiciones idénticas o semejantes a las que describimos en este trabajo.
 Bueno es que la sociedad entera tenga conciencia plena de que el nivel de vida en el tipo medio de vivienda que detallamos, se mantiene al rasero casi con la indigencia. Allí es donde se encuentran los verdaderos milagreros de la subsistencia. Frecuentemente oímos en clamor de la prensa y de personas al parecer bien informadas de nuestra vida económica, proclamando la tragedia del obrero o empleado, por ejemplo, que no puede cubrir sus necesidades elementales con 40 o 50 pesos mensuales de sueldo. Pensamos que serían capaces de decir frente a los medios económicos de que disponen los residentes en la generalidad de los solares de La Habana. Quedarían verdaderamente perplejos.
 Detallando los datos que obtuvimos en los 50 edificios investigados, encontramos que allí viven 343 criados domésticos, generalmente mujeres, con un sueldo promedio de nueve pesos mensuales (es corriente encontrar criadas de mano y cocineras con cuatro y cinco pesos mensuales de sueldo). En muchos casos es el único miembro de toda la familia, formada por cuatro o seis personas, que disfruta de entradas regulares. Con el sueldo pagan el alquiler de la pocilga que habitan, se alimentan con las sobras, se visten con los desechos.
 Asimismo, comprobamos que en estos solares estaban domiciliados 158 vendedores ambulantes. Ciertamente esperábamos encontrar muchos más, entre vendedores de periódicos, dulces, viandas, baratijas, etc. Porque no sabíamos que muchos de estos, los de periódicos principalmente, no tienen domicilio algunos. Terminadas sus actividades comerciales, siguen deambulando por las calles las calles hasta que, en la tertulia de algunos de los cines más humildes o, protegidos por nuestro benigno clima, en parques o portales, se entregan al sueño, fatigados por una dura jornada que es incapaz de proporcionarle una cama y un techo. De otra manera, viven en los solares y, con la penuria de sus vidas, son casos típicos en el nivel de miseria común que rige en estos edificios. Sus entradas diarias no exceden casi nunca de 50 a 60 centavos diarios.
 Los jornaleros en esas 50 casas sumaban 276. Como todos carecen de un trabajo permanente, ni siquiera en un grado de intermitencia que les permita ganar con su esfuerzo lo imprescindible para subsistir. Muchos de ellos jefes de familia, trabajan dos o tres días a la quincena. Son inconcebibles las privaciones a que quedan sometidos sus hijos y demás familiares que de ellos dependen. En este caso se encuentran muchos de los que prestan servicios en la recogida de basuras, bacheo, en los muelles, en industrias intermitentes como las del calzado y otros centros de trabajo con modesta remuneración.
 Los obreros con cierto grado de especialización eran 428, casi con las mismas dificultades económicas afrontadas por los jornaleros. Pero el mayor número en este aspecto de nuestra investigación correspondió a los desocupados, ellos sumaron 742. En su mayoría viven de milagro. En parte de la caridad pública, en parte parasitariamente junto a familiares que les proporcionan un poco de mala comida y alguna que otra oportunidad para descansar en la cama.


 Fragmentos del Capítulo III, “La vivienda popular habanera. Época republicana, Estado actual”, de Síntesis histórica de la vivienda popular. Los horrores del solar habanero, (Jesús Montero Editor, 1945); Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2008, pp. 111-28. 


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