lunes, 21 de mayo de 2012

Lydia Cabrera, poeta de la metamorfosis





 
 María Zambrano



 Es relativamente moderno, conquista trabajosa de la conciencia, el ver las cosas y los seres, determinados y fijos, aprisionados en una apariencia siempre la misma, a manera de esclavos a quienes no se les permite mostrarse más que en una sola figura. Desde que el hombre sabe que las cosas tienen un ser, cada uno el suyo, adquirió una seguridad, un respiro que bien pronto decayó en pereza y hasta engendró el más inesperado de sus enemigos: el tedio. Porque al quedar cada esencia o "fuerza" encerrada en su forma -en una sola- se perdió la sorpresa, la danza en que vivía hasta entonces la creación toda como si agradeciese al creador el haberla dejado salir de sus manos, tan suelta y tan libre; el haberla creado en un acto de gracia "para su gloria". El orden y la seguridad del mundo compuesto de cosas iguales a sí misma, distribuidas en familias, especies y géneros, resultó sumamente tranquilizador y ¡lo más importante! adecuado para que la acción humana se abriera camino, pero hizo palidecer, como si una sutil capa de ceniza se extendiese al resplandor de la gloria del mundo, de la vida múltiple, inasible en perpetua metamorfosis.
 Esta fijación tranquilizadora, fue la hazaña del pensamiento llevado al extremo por afán de poderío y dominación. Pues la Filosofía por sí misma, al delimitar a cada cosa, a cada esencia en su forma lo hizo guiada por algo más noble que el afán de seguridad, por el deseo de rescatar la forma originaria, el rostro escondido bajo la tornadiza apariencia. Fue la voluntad, el afán humano de reinar sobre un mundo de cosas inmóviles, quien dijo: un día ¡está bien!, ya todo ha de quedar como está.
 Acabó el tiempo de la metamorfosis y de la danza, el tiempo de la gloria de Dios, para dar comienzo a la gloria del hombre. Y así, pareció quedar establecido definitivamente
 Pero, algunos hombres no se sometieron a esa determinación en que todo quedaba ordenado; guardaban memoria, azuzada por la nostalgia del tiempo perdido, en que las cosas danzaban en libertad y una piedad sin límites las ganaba al contemplarlas mudas, sometidas como esclavos a quienes está vedado dejar salir de su interior la voz de la alegría, obligados a mostrar su ser solamente bajo un rostro, el de la servidumbre. Si quedó gente que encontraba insoportable esta servidumbre, que es el original verdadero de la separación de las clases, de cosas, de especies... Pues en el principio todo estaba en todo, todas las cosas eran unas y diferentes, multiplicidad sumergida en la unidad, concordia donde nadie, ni nada era más ni menos. Paraíso destruido por el afán del hombre de reinar y ¿cómo podrá reinar lo que no es Dios, si no introduciendo la diferencia? esas que según el viejo Anaximandro habrían de pagar inexorablemente las cosas, la "injusticia de ser"
  Poetas fueron llamados quienes no podían soportar la injusticia de ser anticipándose a la expiación, recordaban a la vez el tiempo antiguo, cuando los seres podían transitar libremente por todos los estadios del ser. Pues especies, géneros, siempre los hubo, mas será posible ir de uno a otro visitándolos, porque estaban abiertos hospitalariamente. "Porque yo he sido alguna vez doncel, doncella, ave y en el piélago salado, pez mudo" que dijera un filósofo que no se había olvidado de esos tiempos.
 La poesía quedó así como la manera más intensa de recuerdo, también de presentimiento de esa felicidad, de la vida en libertad a la total gloria de Dios. Los poetas aún a trueque de enajenación la sirvieron, mantenedores de la esperanza de todas las cosas y los seres sometidos a esclavitud, liberadores en ejercicio constante.
 Todavía existen mundos, lugares en el planeta donde las cosas y los seres no han sido dominados del todo por el afán de definición, donde aún palpitan asomándose por entre las rendijas de un mundo todavía sin cristalizar. La isla de Cuba es uno de esos lugares. Las islas han proporcionado al alma humana la imagen de la vida intacta y feliz, como si fuese un regalo, del paraíso donde las dos condenas, el trabajo y el dolor quedan un tanto en suspenso, mundo mágico en que la "realidad" no está delimitada, y aún el sueño puede igualar a la vigilia. Por  ello fueron cuna de Dioses y de Mitología. Y patria inextinguible la metamorfosis.
 Las islas son más antiguas que el Continente, y siempre vírgenes Cuba es isla arquetípica, por su luz que parece levantarla hacia el cielo,  haciendo aún más leve el peso de la tierra. Pues es la luz quien hace al caer sobre la tierra resaltar la gravedad, hay una luz de caída que se desploma sobre la tierra abrumándola como sentencia del cielo. Hay otra luz que vibrante y ligera llega a posarse, atrayendo sin violencia la tierra hacia sí.
 Tal la que cae sobre la isla de Cuba, dispersa en azul inigualable que se expande dejando a la tierra un lugar que ya parece haber entrado en el orden celeste.
 Y bajo esa luz, una vida que aún se confunde con el sueño. La conciencia toca más que ve y los sentidos penetran en la realidad sin encontrar resistencia. Mundo de la metamorfosis donde las formas escondidas aguardan la voz que los haga manifestarse danzando. No es posible que en tales sitios falten los poetas, surgen necesariamente como hecho natural: exacto y misteriosamente. De un modo exacto y misterioso Lydia Cabrera es en múltiples maneras poeta de este mundo, entre cielo, agua y tierra donde la luz es creadora de todo. Y así sirve a la más elemental, imperiosa necesidad del mundo que la vio nacer, pues tales mundos mágicos cuando son vistos, por las miradas no poéticas, producen una inquietud y hasta un malestar indefinible; no se sabe qué son porque no se encuentran en ellos la cristalizada apariencia, la mudez propia del mundo en que todo ha sido ya definido. Y los contrarios parecen marchar sueltos sin fundirse. Necesitan estos mundos antes que leyes, razones u otras cosas prácticas, la poesía capaz de entender a las cosas esclavas, de oír su voz y apresar su huidiza figura.
 Lydia Cabrera se destaca entre todos los poetas cubanos por una forma de poesía en que conocimientos y fantasía se hermanan hasta el punto de no ser ya cosas diferentes, hasta constituir eso que se llama "conocimiento poético".
 Si el conocimiento intelectual es el que recae y exige la unidad de cada ser, el poético anda en ese amplio y liberal territorio, por ese anchuroso espacio donde se produce la metamorfosis. Quien sólo entienda su poético oficio desde el lado de la fantasía, avanzará por los caminos del sueño; así toda la lírica moderna en que el alma solitaria del poeta se aventura sola y llega a perderse en la enajenación, en el delirio! El último ejemplo, Antonín Artaud. Mas quien tiene la fortuna al par que la esclavitud, de pertenecer a un mundo no hecho ni cuajado, puede como Lydia Cabrera ejercitar ese arte adivinatorio al par objetivo, puede juntar el conocimiento a la fantasía y realizar así la poesía, en su sentido primero de ser la reveladora de un mundo, el agente unificador en que las cosas y los seres, se muestran en estado virginal, en éxtasis y danza.
 Danza y éxtasis son estados del alma en que el movimiento pleno y la plena quietud coinciden. El alma recogida en sí misma está al mismo tiempo en muchas partes, viaja, transita, conoce.
 Lydia Cabrera lo patentiza así en su libro (1) escrito en prosa pero que sólo como poesía puede ser entendido. Ejemplo de "conocimiento poético", escrito en nuestros días en su país de Cuba, donde aún se siente palpitar la metamorfosis, realiza el conocimiento poético en una forma aún más sutil y complicada. Son poemas transformados en cuentos y como tal expresión directa de su memoria viajera. Es el mundo de la raza esclava hasta el dintel de nuestros días el que ella libera. Pues ¿cómo el esclavo alcanzará la libertad, sino siendo escuchado y más aún recibiendo la palabra que a veces no tiene la forma que aún le falta o se le fue quedando en el camino de la servidumbre? Una lenta, trabajosa investigación es la fuente de la actividad poética de Lydia Cabrera, cuya dificultad sólo puede ser superada por quien, como ella, posea el sentido de la orientación, especie de vuelo de la paloma, memoria, facultad eje de la poesía. Pues quizá la poesía sea en su origen una especie de memoria de la "evolución creadora".
 Y tras la investigación realizada más que con ciencia con sabiduría, la participación en el mundo mágico, como si habiéndose deslizado por el secreto laberinto en ruinas, hubiera llegado al mismo centro donde puede ser visible, reconstruido. Mas, ¿quién podría reconstruir fielmente sin haber alcanzado el centro de la inspiración, el fuego central con su medida específica? Y esos dos libros que Lydia Cabrera con intervalo de diez años ha entregado a la prensa -sin prisa porque no se propone "llegar" a ninguna meta- viene a ser ejemplo de conocimiento poético en el que la "Ciencia", la investigación ha tenido su parte.




 Tuvo que ir muy lejos porque ha tenido que adentrarse en su infancia. La raza de piel oscura es la nodriza verdadera de la blanca, de todos los blancos en sentido legendario. Lo ha sido de hecho desde la esclavitud y verdadera libertad del liberto de esta Isla de Cuba donde las gentes de más clara estirpe fueron criados por la vieja aya de piel reluciente, cuyos dichos, relatos y canciones mecieron, despertando y adurmiendo a un tiempo, su infancia. Y así la venturosa "edad de oro" de la vida de cada uno se confunde en la misma lejanía con "el tiempo aquel" de la fábula, ¡felices los que tuvieron pedagogía fabulosa!
 Quizá ese vínculo de amor por la vieja aya, por el mundo que rodeó a su infancia de leyendas sea el secreto que a Lydia le ha permitido adentrarse en el mundo de la metamorfosis que es al par el de la poesía primera y el de la infancia. Memoria, fiel enamorada que ha proseguido su viaje a través de las zonas diversas en que cosas y seres danzan.
Encontramos en "los poemas" de este libro la mezcla primaria en que Dioses, hombres y mujeres, animales y plantas juegan en el instante en que se echan los dados, las suertes de la creación. El instante en que el juego de cada cual se está diciendo. Pre-historia legendaria de nuestro histórico juego. Y así nos cuenta por qué se perdió la suerte de resucitar y cosas menos trascendentales; como el despojo de las ranas supieron de las mujeres y la mujer que por la mañana el marido ausente recobra su condición original de Guanaja; la Tiñosa y la Lechuza sorprendidas en su vida de comadres cumplidoras y parloteras; el estigma de la jutía procedente del comadrazgo fanático... el mundo de los árboles sagrados intermediarios a veces entre el hombre y la divinidad... Y los dioses; la Diosa Oschún, antigua y siempre joven afrodita saliendo de su morada fluvial, reina y dispensadora de la hermosura, la gracia y la bendita alegría. Una burla ligera, una perenne sonrisa traspasa el libro todo y deja la imagen final, de un aire ligero, la dulzura aromada de la brisa que estremece a la isla, el susurro de las hojas y de los insectos a la caída de la tarde, la viviente esmeralda del cocuyo en las noches de verano y ese fuego invisible, ese palpitar como de alas que fueran a desplegarse...
 Conocimiento poético que ha apresado el instante de lo que ya va a ser, de lo que todavía no es, el temblor que da la vida, a la que ninguna forma puede domar por entero, el soplo creador que da gracia y libertad para la forma más plena de la vida: la danza. Danza en cuyos arabescos se dibuja un incompleto poema cosmogónico. Por lo cual añoramos trabar la lectura de Por qué una continuación; es un libro que abre la puerta de un ancho espacio poblado de misterios; el espacio que despeja no se agota; queríamos seguirlo recorriendo. Impresión que las notas agrupadas al final, justifican, pues en su brevedad descubren un amplio mundo poético, una especie de mitología que nos hace desear, casi exigir al autor que descubra en su totalidad. Rara "totalidad" pues que la religión poética del esclavo se ha enlazado con la Religión aprendida, buscando los intersticios practicables para deslizarse por ella como el agua entre las rocas. Y por otra parte, la vida y el paisaje de la isla han de haberse impreso en la tradición africana. Sutil tejido de influencia tan delicadamente captado por ese "conocimiento poético" del que Lydia Cabrera no se ve desasistida ni un instante.
 El mundo mágico donde suceden las metamorfosis es ya ambiguo, mas aquí, en el mundo que este libro nos revela, la ambigüedad se complica con la magia de la Isla de Cuba; interferencia de dos mundos mágicos, metamorfosis de la poesía del alma misma trasplantada. Mas la revelación poética de la Isla de Cuba exige la captación, esa otra metamorfosis que la hizo formar parte de la cultura occidental: la del alma del blanco, del español que esperamos también que la poesía de Lydia Cabrera nos muestre en un día no muy lejano. Y le pediríamos para entonces que nos ponga en camino de aclararnos este enigma: el español. ¿Es de los hombres occidentales, el más cercano al mundo de la metamorfosis o el más alejado de ella; el más libre de definición -de identidad- o el que por tener substancia tan idéntica no ha tenido las mudanzas? Y aún más, ¿qué ha persistido de lo español en las tierras nuevas, y de qué manera? ¿La Historia verdadera de esta "historia" de la colonia, los cambios, las metamorfosis de lo español? Y sabemos que sí, que Lydia Cabrera puede con su "poético conocimiento" y con su memoria ancestral, conducirnos por el laberinto que forman estas interrogaciones.


(Orígenes. La Habana, 1949)

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