jueves, 31 de mayo de 2012

Moforibale fu






  Roger Bastide


 Al terminar la lectura de este Vocabulario Lucumí, me he preguntado si no ha sido escrito por un hada, pues Lidia Cabrera ha logrado esta extraña metamorfosis, la de transmutar un simple léxico en una fuente de poesía.
 Lo mismo que alcanzó a hacer en “El Monte” de un herbario de plantas medicinales o mágicas, un libro extraordinario en el que las flores secas se convierten en danzas de jóvenes arrebatadas por los dioses, y en el que de las hojas recogidas se desprende todo el perfume embrujador de los trópicos.
 Aquí, como alas de mariposas aún trémulas, están clavadas, palabras tras palabras, frase Lucumí y con ellas todo un mundo maravilloso, azul, púrpura y ébano para despertar y vibrar ante el lector, cuando lo abra.
 Pero este libro que llamo, a pesar de su título: un libro de poesía, es también, bien entendido, y ante todo, un libro de ciencia. La poesía está en él como flor de ciencia.
 No soy un especialista de lenguas africanas y no hablo como lingüista, de esta obra. No dudo que un hombre como Joseph H. Greenberg, que ha escrito un artículo tan pertinente como “An Application of New World evidence to an African Linguistic Problem”, u otros lingüistas preocupados por el método comparativo, encuentren en la obra de Lidia Cabrera una abundancia de datos de la mayor importancia para la fonética, tanto como para el estudio del posible cambio de los sentidos de las palabras cuando pasan de un grupo social a otro.  Aunque los vocabularios de que disponemos en el Brasil son menos ricos, la comparación, la pronunciación de las palabras africanas en dos medios diferentes, no dejará de sugerirles observaciones interesantes, ya que pueden servir para conocer mejor las comunidades originarias de los negros transportados como esclavos.
 Sin embargo, no es solo el lingüista quien hallará aquí un material que se presta a reflexiones: este Vocabulario Lucumís, es una fuente de información capital para el etnógrafo y el sociólogo.
 Para el etnógrafo. Primero, pues encontramos, asidos de cierto modo a las palabras, fragmentos de cánticos que tienen su lugar y llenan una función en las ceremonias religiosas, proverbios que nos abren perspectivas para una comprensión mejor de la sabiduría negra –una lista de los “Odu” de la adivinaciónlos nombres múltiples de una misma divinidad y sus equivalentes católicos respectivos, (lo que aporta una prueba suplementaria a la tesis que he defendido hace años, que la multiplicidad de los correspondientes católicos para un mismo dios, se explica en gran medida, por las múltiples formas de los Orishas) los términos que designan los diversos tipos de collares o los ornamentos sacerdotales, los nombres de las diversas partes del cuerpo del animal que se ofrece en sacrificio –las yerbas sagradas-, las diversas especies de magias. Lo que hace que el autor nos presente uno de los inventarios más completos de todo un sector, a menudo descuidado de las religiones afroamericanas. Al mismo tiempo, que cierto número de frases, dados como ejemplos de la significación de una u otra palabra por el informante de Lidia Cabrera, nos introduce en la psicología del negro de Cuba, en el conocimiento precioso de sus actitudes mentales, de su sexualidad, de su comportamiento ante la vida. La antropología cultural se preocupa cada vez más de no separar el estudio de la cultura del de la personalidad, personalidad y cultura que son el derecho y el revés de una misma realidad, captada ya en lo exterior o en lo interior, en su exteriorización, o en la vida en el interior de las almas. El vocabulario Lucumí nos pasea, al azar del orden alfabético, en estos dominios en reciprocidad, en el de la cultura exteriorizada en los signos de la adivinación, en sacrificios sangrientos, en vestidos religiosos, y en la cultura vivida, en proverbios, en sabrosas reflexiones, en actitudes eróticas.
 Se me permitirá de insistir un poco más sobre el interés sociológico de este léxico que la amistad de Lidia Cabrera me vale el honor de prolongar. Resulta extremadamente sugestivo para los fenómenos de aculturación, un simple estudio estadístico de las palabras africanas que se han conservado y de las que aparecen olvidadas, tomadas, tomando la precaución de no considerar como un olvido definitivo lo que acaso puede ser olvido de un individuo; se apercibe, en efecto, que si los términos del parentesco restringidos se han mantenido, aquellos que designaban el ancho parentesco, la familia extendida, los enlaces clásicos no han sobrevivido o han sobrevivido mal del naufragio de la estructura social africana, que la esclavitud rompió definitivamente. El lenguaje nos muestra, de cierto modo, por la ley de mayor o menor resistencia al olvido, el paso de la familia extendida tan como existe aún en el país yoruba, a la familia restringida modelo de la familia española de Cuba. Por lo contrario, la importancia del Vocabulario religioso, cuantitativamente, por el número de palabras conservadas. Y cualitativamente, por la existencia de palabras múltiples para designar cosas que en español no necesitan más que de una sola palabra, es una nueva prueba a añadir a tantas otras más, que la religión constituía el centro dominante de la protesta cultural del africano reducido a la esclavitud, bautizado y occidentalizado a la fuerza, o por su propia voluntad. El segundo centro de resistencia lingüista parece ser el de la anatomía del cuerpo humano o animal, del animal o causa de los sacrificios, lo que no nos aleja de la religión, pero, lo que nos interesa más, del cuerpo humano también, como si la personalidad del negro se confundiera con su cuerpo, y que el mejor medio de salvar esta personalidad, amenazada en sus fundamentos por el cambio de civilización, era el de agarrarse a las palabras descriptivas africanas de la anatomía.
 De seguro que otros factores actuaron aquí, en particular, la exclusión del negro de las medicinas de los blancos y la necesidad de poder describir los síntomas de las enfermedades sufridas por los desventurados esclavos a sus sacerdotes de Osain. Hemos hablado de la multiplicidad de términos utilizados para designar lo que en español no necesita más que de una palabra. Podemos sugerir de este hecho, varias explicaciones posibles, o bien se trata de variantes regionales, lo cual pueden los africanistas invalidar o confirmar, y esto nos permitirá conocer mejor las tribus o las aldeas de orígenes de los negros de Cuba, o bien, se trata de este carácter de las lenguas llamadas primitivas, sobre las cuales ya Levy Bruhl ha insistido tanto, que hace que se amolden sobre la rica diversidad de lo concreto. Si el informante de Lidia Cabrera, en este caso, no ha podido dar los matices de sentidos que diferencia un término de otro, es porque hay probabilidad de que la aculturación haya penetrado ya en el dominio de la inteligencia y que la acción de la lengua del blanco haya tenido un primer efecto en la evolución de esta mentalidad hacia la abstracción. No se trata todavía, naturalmente de una hipótesis, que tendría necesidad para ser confirmada, de una encuesta suplementaria para saber que diferencia los negros de Cuba pueden hacer todavía entre las palabras que, aparentemente, presentan el mismo sentido. En todo caso, nuestras propias investigaciones nos han llevado a distinguir dos tipos de aculturación, la aculturación material, que es la interpenetración de contenidos de las civilizaciones que están presentes y la aculturación formal, que es el cambio de mentalidad. Como la lengua es el vehículo del pensamiento o la expresión de formas particulares de sensibilidad, la mejor manera de discernir el proceso de lo que llamo la aculturación formal seguirá siendo aún el estudio de las modificaciones del idioma.
 Y ahora lector, vuelve pronto la hoja, para emprender a través de las palabras recogidas de la boca del pueblo por Lydia Cabrera el hermoso viaje que se ha prometido al comenzar, por el país de la fidelidad negra.


 "Prefacio", Vocabulario lucumí (el yoruba que se habla en Cuba), La Habana, Ediciones C. R, 1957. 

No hay comentarios: