sábado, 23 de junio de 2012

Casino tropical




 Federico de Ibarzábal


 Este Casino de amplia fachada impresionista
que quiere ser a un tiempo moderna y señorial,
no es más que una casona donde algún detallista
suele pasar el rato leyendo El Imparcial.

 A veces, algún alma neurótica y artista
sueña en la biblioteca con "Las flores del mal”,
mientras en el contiguo salón un tresillista
comenta una jugada que le salió fatal.

 Y por la tarde, en tanto discurren los paseantes
por la avenida, llegan dos ricos comerciantes
que hablan de transacciones con fervor mercantil.

 O bien, bellacamente, los socios del casino
hacen chistes picantes de hondo sabor cretino...
¿Comprendes ahora, hermano, “las torres de marfil”?




 Nació en la Habana en 1894. Estudió primera enseñanza en colegios locales, cursando segunda enseñanza en el Instituto de la Habana. Muy joven ingresó en el periodismo militante, al que ha consagrado una buena parte de sus esfuerzos, llegando a ocupar puestos elevados en los mejores periódicos y revistas del momento. El ejercicio de esa profesión no le ha impedido cultivar -intensamente al grado que lo ha realizado– su labor poética.  
 Después de publicar Huerto lírico (1913), libro de principiante y de escasos méritos, en que, influido por poetas románticos dará una nota de melancolía lúgubre, nacida de un falso estado de ánimo, consigue orientarse hacia un rumbo más propio y característico, que en El balcón de Julieta ya alcanza a definirse, y en Una ciudad del Trópico se precisa inconfundiblemente. Se nos revela entonces como nuestro poeta urbano, que sabe decir el encanto apacible de los viejos sitios coloniales, evocar el prestigio eclipsado de una silenciosa avenida junto al puerto o el ambiente asfixiante de un casino tropical. En ese urbanismo un poco pintoresco, conseguido frecuentemente con el uso de palabras o frases sencillas o vulgares, abundará la observación penetrante, que en un detalle, al parecer trivial, apresará toda una escena y nos la describirá con frases naturales y sin efectismos. Tras estas breves visiones hallaremos un fondo de humanidad, una como exaltación del heroísmo de vivir, que fortalece y estimula. Su poesía no evoca o describe simbólicamente, sino que nos asocia a un pensamiento que el poeta probablemente no dice, pero que retoza y se regocija más allá de las palabras. Aunque alguna vez aparezca en su obra algún vislumbre de reproche, es de los poetas optimistas y alegres, que encuentran una fiesta en la vida y saben vivirla con plenitud.
 Pero no sólo ha sido el poeta de la ciudad, sino que ha sabido expresar también, en forma directa y ruda, una ideología fuerte, con una técnica fácil, apta para transmitir el pensamiento tanto como para darnos una visión directa del paisaje.
 De Castillos en el aire, libro que publicará en breve, dice Arturo Alfonso Roselló que “es un libro que justifica el esfuerzo y destruye la torpe leyenda de la faena inútil»; en él el poeta ha dejado volar libremente la fantasía, insuflando en sus composiciones una filosofía muy humana, preocupada hasta del más allá; pero nada abstracta, sin embargo:
      Creo en el más allá por razones concretas...
 Ha sentido las influencias de Herrera Reissig y de Tomás de Morales, principalmente; pero está lejos de ser un imitador. Ibarzábal ha sido en nuestra lírica un caso raro de superación de sí mismo y de afán de libertarse de toda extraña influencia, de tal manera, que puede decirse que anda por cuenta propia.

No hay comentarios: