lunes, 11 de junio de 2012

Matadero


  



 Carlos A. Aguilera


 La casa del escritor estaba justamente detrás del matadero.
 Era oscura, pequeña, estrecha, con un pasillo largo hasta la cocina y dostres cuadros con recorticos de animales en las paredes. A este tipo de construcción: edificios de cinco plantas con puertas puertas puertas..., algunos arquitectos lo llaman “trampas para ratones”.
 Si no fuera demasiado descortés podríamos decir que Beijing está llena de trampas para ratones.
 Existen grandes asentamientos de estos edificios por toda la ciudad y algunos de sus apartamentos ni siquiera poseen una pieza ritual destinada al sueño (huevecillos-de-cobre), sólo un baño, una cocina y una sala-comedor donde también se descansa. Según pudimos constatar la casa del escritor tenía una habitación con dos ventanas que daban directamente al matadero.
 Por lo que dijo la Pekinesa, señora que atiende desde el accidente al escritor, ese lugar es una metáfora de China: sólo sangre, sangre y vacas muertas. "Así que no podemos quejarnos", chirrió, "por mucho que querramos no podemos escaparnos de la maquinita historia..."
 Contó como el escritor quedó parapléjico después de una acusación pública en la Bolsa de escritores: “se supone que le haya dado un derrame cerebral bajando la escalera”, y cómo su cabeza barrió cada uno de los 57 escalones que separan a la Sección de Literatura de la Biblioteca. "Todo por culpa de esa acusación", dijo, "de esos escritores que se denuncian unos a otros".
 Parece ser que el último libro del escritor, la novela La gran marcha hacia el costado había caído especialmente mal en la república y había sido traducida a varios idiomas sin permiso oficial de la Bolsa...;  cosa castigada con varios años de cárcel o con un congelamiento ad infinitum en una fábrica o panadería.
 "Como el escritor quedó en este estado después de la acusación —y lo señaló, mientras éste en su silla de ruedas babeaba y miraba algún lugar detrás de las ventanas— lo que hicieron fue no reeditar más sus libros, prohibir cualquier referencia en revistas/periódicos y ofrecerle esta casa que es una especie de sarcófago, para que muera..."
 "Sabemos que cada vez que nos visitan, miró al escritor, varios funcionarios de la Bolsa se colocan en el techo del matadero y vigilan. Pero a mí ya no me importa eso, chirrió, lo único que pueden hacer es castigarnos como a las vacas, a corrientazos".
 Hasta donde entendemos, el problema de La gran marcha hacia el costado fue su cuestionamiento irónico de los últimos años de la república. Su visión de ella como zona de castigo: lugar donde las vacas matan a otras vacas y les hacen sufrir distintas vejaciones.  "Así que al final ellos fueron más irónicos que él", soltó la Pekinesa, "lo sacaron del mundo y para colmo lo pusieron a vivir en este lugar, para que se acuerde que con ellos no se juega".
 "Al principio el escritor pasó de hospital en hospital y después fue enviado hacia una clínica de rehabilitamiento por dos años en Zhinku; ahí fue cuando aparecí yo —tocándose las manos—, nos mudaron a este edificio y advirtieron que esto era hasta que ellos quisieran, que siempre recordáramos la palabra bondad."
 Sin dudas, ésta era una de las palabras más utilizadas por la retórica oficial de LaNuevaChina. Sólo en la versión en inglés del Aurora del futuro la contamos cuatrociento setenta y siete veces.
 La Pekinesa nos mostró cómo desde allí: la sala y el cuarto del escritor, se veían diferentes zonas del matadero, y cómo el olor a sangre a veces era tan fuerte que ella tenía que colocarse un trapo en la cara para no contaminarse. "Yo estoy segura, que a veces matan animales sólo para que el olor a sangre penetre en la casa y veamos lo que pueden hacer con cualquiera, cómo pueden destrozarlo hasta que pudra."
 "Hay vacas que han dejado más de veinte días en medio de ese patio, y tocó con el brazo derecho una de las ventanas, mientras las moscas y los gusanos hacen lo suyo. ¿Eso no les parece una advertencia?"
 Dijimos que no sabíamos exactamente pero que había varias maneras de deshacerse de animales enfermos: quemándolos al aire libre mientras alguien echa petróleo o dejándolos semimuertos hasta que hinchan y pudren. Según Granet, éste era el método preferido de los señores feudales: una larga “pestificación” hasta que el fluir del animal se acopla a la naturaleza.
 La Pekinesa hizo un mohín con la cabeza y nos condujo de inmediato hasta la puerta: Me parece que ustedes aún no han visto la manera en que cierra la boca un tigre... (plash)

 Resulta innecesario subrayar que a partir de aquí nuestra investigación sobre el escritor se hizo sumamente difícil, ya que la Pekinesa nos recibía cuando quería o nos ahuyentaba argumentando fuertes dolorcitos de cabeza. Cuando le pedimos revisar los inéditos del escritor dijo: "Para eso tienen que traer permiso oficial."
 Sus historias se hicieron cada vez más extrañas y sólo giraban alrededor de micrófonos, grabaciones detrás de las paredes y de cómo la Bolsa inyectaba sustancias en el pollo que le daban cada seis meses para adormecerla. Más de una vez articuló: "He encontrado la caja de fósforos fuera de lugar."
 En uno de sus arranques verbales supimos que ella estaba emparentada con el escritor por parte de madre (había sido la esposa del tío de -), y que el escritor durante mucho tiempo la había llamado mi tía periférica; que en Beijing sólo quedaban ellos dos; y que por atenderlo había enterrado su vida y ahora era un vegetal junto a él...
 Habló de cómo su angustia se debía a la fama cada vez más idiota del escritor y cómo en la misma medida que esa famita había crecido ella sentía también que “por tener que dar entrevistas que no quiero dar y salir en fotos donde no quiero salir” su odio crecía junto a ella.
 Nosotros charlamos de nuestra universidad y de cómo algunos departamentos estaban intentando crear un fondo para ayudar al escritor: “eso también va a ser para usted..., no se preocupe..., con nuestra investigación vamos a demostrar que el escritor puede ser considerado la resistencia más prestigiosa a China en los últimos cincuenta años”.
 Ella quedó durante un tiempo en silencio y después escudriñó bizcamente nuestros maletines en el suelo. Dijo: "está bien, pero hoy no, otro día..."; y abrió la ventana para ver como empujaban a una vaca y la colgaban viva en uno de los ganchos del matadero.
 "El día menos pensado le voy a dar un tiro en la cabeza...", dijo. 

 Por lo que preguntamos, el accidente del escritor no estaba tan claro como la Pekinesa había sugerido. Varios escritores cuyo anonimato es mejor no develar dijeron estar seguros de que no había existido tal accidente, y de que si había caído era porque seguramente lo habían empujado. Uno juró haber visto una sombra correr en dirección a las oficinas.
 Cuando registramos las actas del momento: tuvimos que esperar cerca de una semana para que nos dejaran observarlas, ya que un jefe superior debía siempre darle permiso a otro jefe superior hasta que acordaron que las revisáramos con unos de los poetas vicepresidentes, un batracio de ojos amarillos que nos interrumpía constantemente, vimos que de veinteysiete personas quedaron en el local a las 6 y 45 sólo tres contando al escritor y a la secretaria que levantó acta.
 Esto en principio nos dio mucha alegría. Aparte del escritor sólo dos personas habían quedado junto a él, nos decíamos, así que por algún lado tendrá que salir la verdad. Cosa que hizo que recesáramos ese fin de semana y fuéramos a comer pato cantonés a un restaurante que hay en las afueras de la ciudad. Un pato extraordinario, sin dudas, el mejor que hemos comido en años.

 De vuelta a casa del escritor fuimos desmontando las cajitas de inéditos de un closet disimulado en una de las paredes del cuarto, el que está frente por frente a las ventanas, y abriéndolas con mucho cuidado para ver qué contenían.
 Para nuestro asombro algunas de estas cajas, dieciocho en total, estaban semivacías. Habían sido abiertas antes y muchos de los papeles que encontramos se interrumpían, o lo que reconocíamos como “grafía de escritor” se hacía tan diferente que no era difícil sospechar que alguien las había cambiado o distorsionado.
 En una de las cajas sólo apareció un reloj.
 Cuando le comentamos a la Pekinesa esta arbitrariedad: la de papeles y letra de escritor, dijo no saber nada del asunto y que ella recordara era primera vez que esas cajas se manipulaban. "Es muy posible que alguna vez él trabajara con una secretaria".
 Después de pensarlo muchas veces decidimos que no. Nadie “alquila” una secretaria para que copie una hoja o la mitad de otra. Además, estaban colocadas como si no hubieran sido confeccionadas después sino en el mismo momento de lo que se llama flujo de creación.
 Por lo que vimos había fragmentos de una novela (“la novela que pone al límite mi vida”, según descubrimos a posteriori en unos apuntes) que no había avanzado mucho hasta ese momento y dos o tres libros de relatos y uno de teatro en cajas distintas. Éste último se llamaba Yuanxhei no fuanhg (Animales en movimiento). También, diferentes libretas que al principio no comprendimos (1)  y ensayos sueltos.
 Otras cajas sólo eran de cartas.
 Cuando al vuelo revisamos algunas de éstas, la mayoría escritas en inglés, vimos que un gran volumen estaban dirigidas a diferentes escritores de occidente, (2) y otras, aparentemente las últimas, a una tal Dear S.
 El escritor había viajado a París unos años antes presidiendo una delegación oficial y sin querer, comenta en una carta, la había conocido. Por lo que escribe fue muy importante recorrer con ella el antiguo Museo de Antropología y los Champs Elysées...
 Le comenta sobre un supuesto relato "que sólo tú puedes escribir, con todas estas frases sobre China que yo te iré dictando..." y advierte de cómo le gustaría que esa nouvelle se llamase: “Apuntes para un viaje a China”, así de sencillo..."
 La Pekinesa dijo no saber nada de esta relación: "No sé nada de americanas", dijo, y cuchicheó que no debíamos hacer ningún comentario sobre el asunto, si no los perros de la Bolsa vendrían y se llevarían las cajas. En la nueva república están prohibidos los vínculos amorosos entre personas de ideologías contrarias.
 Nos reímos de lo que nos pareció otra locura de la Pekinesa y prometimos silencio total. Como ustedes saben, una chinita desconfiada puede convertirse en algo muy serio.

 A partir de ese momento empezaron a ocurrir cosas muy raras en el matadero.
 Cada vez que llegábamos el mugido de las vacas se hacía más y más insoportable, como si todas hubieran sido pinchadas a la vez, y una banda militar vestida a la manera antigua hacía un recorrido por el gran patio, tocaba largamente un tambor y realizaba 4-5 fusilamientos.
 Lo extraño es que la manera usual de matar a los animales en los mataderos es con unos o dos cuchillos hasta descuerarlos (existen varias técnicas, entre ellas la pu fixj, patentada en la misma república) o con una serie de corrientazos hasta que las vacas, animales grandes y difíciles de mover, caen desplomadas por la electricidad.
 Pero nada de esto ocurría en la Segunda Estrella de Oro, así se llamaba este matadero. Cuando la banda militar daba todas las vueltas que iba a dar, que podían variar de seis a veinte según el delirio del capitán de turno, se colocaban seis rifleros en posición de alerta y disparaban.
 Esto sucedía ocho veces en la mañana y ocho en la tarde, según visitáramos al escritor. Cuando trabajábamos tiempo completo se articulaban en las dos sesiones.
 Lo más absurdo siempre era el comunicado. 
 Era leído sin exclusión a cada vaca “lista” y repetido innumerables ocasiones en tonos diferentes de voz, como si varias personas se relevaran una detrás de otra para condenar entre gritos y gritos a las vacas indefensas. Una vez finalizado este simulacro comenzaba la ejecución.
 Cuando le preguntamos a la Pekinesa si esto era costumbre en China, aseguró no saber nada de mataderos pero que hasta ahora nunca había visto esta manera de cortarle-la-cabeza-a-las-vacas. "Es un ritual nuevo", apuntó.
 Simulacro que nos molestó muchísimo por la cantidad de ruido y golpeteo que incorporaba, pero que terminamos por introducir en nuestro campus de trabajo.
 Otra de las cosas extrañas fueron los hombrecitos de cartón. Aparecieron un día en el techo del matadero, hacia la casa del escritor, y se corrían solos de lugar formando varios diseños. A veces una cruz, a veces una espiral, a veces una fila horizontal.
 Estaban pintados como los sheriff de las películas del oeste, con pistola/chaleco, y en vez de ojos tenían huecos, dos huecos por donde suponíamos alguien iba a mirar.
 Lo cierto es que nunca vimos a ninguna persona vigilantemente detrás de ellos, y siempre estaban ahí, como perritos de guardia.
 Sin dudas la presencia de estos mirones era más molesta que todo el tejemaneje con las vacas en el patio. Sobre todo si se piensa que las ventanas del cuarto estaban semirrotas y no podían cerrarse. Era como estar en una pecera en la que en cualquier momento un monstruo puede introducir su mano.

 A partir de ahí decidimos acelerar nuestro trabajo y visitar al presidente de la Bolsa en los días del accidente. Arrinconarlo. Sacar la verdad.
 El presidente era gordo, zambo, de uñas largas, con una sonrisita perenne y gestos afeminados. Ladraba tan enredadamente que muchas veces se perdía y al final ya nadie sabía qué estábamos hablando. Cuando miraba daba una extraña impresión de peep-show.
 Hizo muchos cuentos de su época y sermoneó largamente sobre el alma china. Cómo había escritores que habían traicionado “la ontología estríada” del alma china: fuan yei xo guahn, y por esa razón “no situaban su locus en el mismo lugar de la nación”. "Esos son los renegados", dijo, "a los que hay que cortarle los brazos para que aprendan a nadar a favor de la corriente".
 Narró cómo en su tiempo él agarraba a ese tipo de escritores falsos y desagradecidos y los amonestaba severamente por haber incumplido con el Código Aúreo del Soldado de las Letras. Recordó el famoso caso de un periodista que había burlado la censura “que nuestra protección impone a ciertos temas”, y cómo él en persona lo había arrastrado hasta el manicomio y pateado allí. "Un hombre", observó con los ojitos semicerrados, "que se atreva de esa manera sólo puede estar fuera de su centro."
 A las preguntas sobre el escritor se mostró evasivo y apenas dio datos que ayudaran a decidir si había sido accidente u otra cosa. Sólo dijo: "Yo se lo advertí muchas veces, con el inxj  (3) no se juega."
 Sobre la secretaria que había levantado acta aquella noche no pareció recordar mucho y cuando hablaba de ella parecía diseñar a dos o tres personas a la vez: alta, delgada, deforme, bajita..., que a él le parecía que estaba emparentada con él [el escritor], y que era una de esas mujercitas a las que no hay que tomar muy en cuenta. "Por mucho que nos hayamos esforzado, picoteó, ellas no han podido superar el terrenito medio de la inteligencia, ji ji ji ji...". 
 Acto seguido pasó a describir los logros literarios de los escritores bajo su mandato: 17 años siendo la cabeza-guía, y cómo él junto a dos o tres más había empujado el movimiento realistanacional “hacia la cumbre que se ilumina con el primer rayo de sol en la mañana”. "Descripciones duras", gritó, "no esos novelones sobre la existencia que nadie entiende."
 Habló de cómo en la república se había puesto todo en función de ese movimiento: “a pesar de las limitaciones que tiene nuestro país”, y de la manera en que la alta dirigencia “encarriló” a la verdadera literatura. "Eso nos hizo grandes", volvió a ladrar, "aunque hayamos sido al final muy criticados."
 Cuando nos levantamos para recoger nuestros bolsos, dijo "espérense" y apareció por la puerta con un librito de tapas negras que según él era el mejor testimonio que se había escrito sobre aquella época. "Acabo de publicarlo", se llama El alma profética de un soldado.
 Como ustedes imaginarán, mucho antes de llegar a nuestra casa, lo botamos.

 Lo más curioso de todas las opiniones que habíamos recogido era que varias coincidían en que la secretaria de aquella reunión estaba emparentada con el escritor e incluso, las más arriesgadas, especularon que la sombra que se había visto en la escalera antes de la caída era una sombra femenina. Un poeta, que no negó sus diferencias estéticas con el escritor, aseguró que existían rumores de que la secretaria era la tía de éste o algo así.
 ¿Sería posible que la Pekinesa fuera la secretaria que durante los dos últimos meses buscábamos? ¿La mano que redactó el informe? ¿La sombra que atravesó de lado a lado la oficina? Y si lo era, ¿por qué hasta ahora lo había negado? ¿Por qué nunca había hecho mención de eso?
 Cierto que nunca le habíamos hecho la pregunta directamente. Perdidos en nuestra propia pesquisa, y por lo despótico que sería que la tía del escritor —¡¡su propia tía!!— haya participado en un juicio contra éste, no habíamos concebido que ella pudiera estar de manera frontal detrás de todo.
 ¿Y si todo lo que había sucedido: los vigilantes en el matadero, el fusilamiento de las vacas, las palabras del Presidente de la Bolsa..., no era más que un plan puesto a funcionar por ella misma? ¿Un plan de constantes descentramientos y ocultamientos de la verdad? ¿Un plan nefasto concebido por una chinita nefasta?
 (Hmmmmmm...)
 ¿Y si la que lo había empujado por la escalera era ella y ahora como castigo o recompensa, que todo está muy raro y no se sabe, tenía que cuidarlo hasta que finalmente muriera? ¿Vigilarlo?
 (Hmmmmmm...)
 La visita a casa del Presidente nos dejó con muchísimas dudas y nos metió en un mundito lleno de atajos/paranoias. Sólo una cosa era segura: nada de lo que sabíamos era definitivo, había que desconfiar de todo y todos. Como ha escrito Confucio: "Un verdadero Príncipe es aquel que duerme con los ojos muy abiertos."
 Nota:
 Pasé por aquí. No estaban. Al escritor le han dado convulsiones y está en el hospital. Nos hacen falta medicinas.
 Los espero.
 ¿La grafía de la Pekinesa no era ya un indicio de sospecha? ¿Esa manera de hacer la a, con una bolita demasiado contraída abajo y sólo un palito arriba, de construir oraciones cortas, de obligarnos a ir al hospital sin obligarnos, no era todo fruto de un calculado y puntual entrenamiento? ¿No había en la autoridad que desprendía esta nota clavada en la puerta de nuestra habitación toda una vida en función de recibir y dar órdenes? ¿No se encontraba ya en esa tachuela de cabeza roja utilizada para martillar la nota algo íntimamente relacionado con el movimiento de sus manos cuando hablaba, así, como si tasajeara dos vacas en el aire? Incluso ¿no era ya todo evidente en las venas que le bajaban por el brazo hasta las manos y se ramificaban en cada uno de sus dedos?
 Innegablemente, una de las cosas que más nos llamó la atención de la Pekinesa fueron sus venas: anchas, multiformes, verdes... No porque hayan sido sensacionales en sí mismas, habría que ver que significa éste vocablo aplicado al mundo de las venas, sino por el simple hecho de que se tornaban visibles y se podía estar frente a ellas con relativa comodidad. Por mucho que una persona no entendiese, son —por decirlo de alguna manera— carreteras listas para el “viaje”.
 Aunque parezca curioso, en la república a las mujeres nunca se les observan las venas. Suelen echarse polvo de arroz para tapar la más mínima variación en sus cuerpos y usan vestidos largos con estampas oscuras o flores. De hecho, para aficionados a la angiología como nosotros se hizo sumamente difícil y sólo en la Pekinesa o en niñas que no pasaban de diez años pudimos recrearnos, ya que en la república consideran de mal gusto este arte e incluso incomprensible. Dicen: occidentales como siempre: aberrados...
 Ahora ¿el propio hecho de que en la república se empolven con talco de arroz y la Pekinesa no, de que las chinitas disimulen esa vena que pasa cerca del ojo (4) y la tía del escritor no sólo no la escondiera sino la mostrara constantemente, no es esto en verdad y sin exageración sospechoso?
 ¿No es síntoma de un carácter autoritario, de una voluntad al servicio del mal, de un desafío?
 ¿Alguien con ese tipo de venas, la del ojo la de las manos la de los pies, no puede irte estrangulando día a día y observar con total calma como pataleas hasta que mueres?
 ¿Agarrarte el cuello y sencillamente trackk...?
 Sí, ya no teníamos dudas. La Pekinesa era ese bicho que desde el principio tuvimos contra nosotros. A partir de este momento sólo había que investigar y mantenernos alertas. Si había arrojado por la escalera al sobrino, a nosotros era capaz de amarrarnos y sacarnos los ojos con una cuchara.

 En el hospital todo fue diferente. Se mostró particularmente amable y hasta las enfermeras, a las que se les tiene prohibido hablar con extranjeros, sonreían e inclinaban su cabeza a nuestro paso.
 Narró las varias etapas que había tenido esta nueva recaída: primero con manos viradas-lengua afuera, después con suplemento de oxígeno-ojitos en blanco, más tarde con espumarajos babosos-contorsiones epilépticas, y cómo desde hace dos días todo se había controlado y empezaba a mejorar. "Si continúa así", graznó, "estaremos muy pronto en nuestra casa."
 Frase que nos recordó nuestras sospechas —¡debemos investigar, debemos investigar!— y nos hizo pensar seriamente en la manera o las maneras en que debíamos entrar a la casa sin levantar sospechas:
 uno) Ofrecerle un té con somníferos a la Pekinesa, extraerles las llaves y hacerles copia.
 dos) Zafar con un cuchillo de mesa varias de las persianas de la sala y después retornarlas a su sitio –cosa que ocuparía mucho tiempo.
 tres) Forzar la puerta.
 Aunque, como imaginan, la que menos nos agradaba era la primera ya que incluía demasiado azar: si se tomaba el té, si le hacía efecto, si no había una reacción alérgica..., fue la que estimamos más conveniente para no fallar en nuestros propósitos. Así que inventamos un té inglés de muy reciente reputación, que seguro ella no había probado: nos guiñábamos los ojos cada vez que hablábamos de la grandeza de este té, y le echamos somníferos como para que estuviera durmiendo una semana. Cosa que no falló. Parecía una puerca a la que acaban de matar.
 Dos horas después estábamos entrando a la casa del escritor.
 Hacer el recuento de cómo nuestra investigación varió a partir de este detalle: la entrada a la casa, el juego entre lo que se muestra y se oculta, el asombro, sería un sinsentido, una manera de enmarañar las historias que posee esta historia. Sólo una cosa podemos adelantar: la Pekinesa no despertó y hubo que enterrarla en la misma posición que fue encontrada: cubito supino. Al escritor le dieron casa: una casa hermosa, con estantes de flores techo de pagoda, y ahora atiende un taller de jóvenes dramaturgos en una provincia cercana. El antiguo presidente de la Bolsa se mató. Según el Aurora del futuro: “el enemigo una vez más había demostrado, al-asesinar-a-este-matrimonio-símbolo-de-la-república, que no sabía observar las diferentes formas que conviven en una naranja.”


 Informe.
 Este informe no ha sido hecho para ser publicado. Debe ser leído en silencio; tomando apuntes. Es fruto de nuestro error, de la mala información que constantemente tiene occidente de lo que ve-siente el Otro. También, de nuestra ingenuidad. Es el resumen de las notas que poco a poco fuimos tomando ese día, el día de nuestro arresto, en el lugar de los hechos. Quisiéramos consignar que nos han tratado respetuosamente y nadie nos ha obligado a mostrar este diario. Lo hemos entregado sólo para que nuestra conciencia quede tranquila y facilitar en parte el proceso. Estamos seguros que la benevolencia de la ley será la única que caerá sobre nosotros.
 1. Todo en la casa ha cambiado. El orden aparentemente continúa: las tazas de té, los cuadritos sobre las paredes, la mesa en medio de la sala... pero a la vez “todo” posee un orden falso, como si hubiera sido trazado para despistar, coger en falta...
 2. Una foto del escritor ha sido colgada detrás de la puerta. Una foto muy pequeña, como las que se colocan en carnets o planillas, dentro de un marco muy grande. El marco ocupa más o menos la mitad de la puerta mientras la foto, ridículamente, está empotrada en medio. La imagen del escritor en la foto mueve los ojos hacia todas partes desenfrenadamente mientras nosotros recorremos la casa; a veces, salta.
 3. Han desaparecidos once cajas de textos. En las siete restantes sólo hay papeles sueltos y anotaciones sin demasiada importancia. En una de ellas, junto a un reloj antiguo de bolsillo, hay un gorrión disecado.
 4. El gorrión tiene una expresión muy rara en el rostro. Sus ojos y cierta apertura en el pico, como si quisiera decir algo, recuerdan los ojos y la boca de la Pekinesa. Es como si el artesano que lo momificó se hubiera basado en una foto de ésta. Quizá, en una foto de la Pekinesa joven. Por momentos, no sabemos cómo ni por qué, el gorrión mueve una pata.
 5. Del baño ha sido arrancada la tina de porcelana, aún se ven los huecos de los tornillos en el piso, y la ducha. En sustitución sólo hay dos cubos vacíos. Uno de los cubos tiene un hilo amarrado que llega hasta la foto dentro del gran marco tras la puerta. El hilo es blanco.
 6. En el baño hay otra foto del escritor. En ésta se ve desnudo, acostado sobre una camilla en un lugar que parece la sala de operaciones de un hospital. En el fondo hay una mujer con guantes blancos y una cuchilla en la mano izquierda. La mujer, quizá la Pekinesa, no parece estar mirando hacia el fotógrafo sino hacia una puerta que no se ve en la foto.
 7. En uno de los rincones de la sala hay un aparato. Es metálico, con varios bombillitos rojos y una bocina en forma de cono; por uno de sus extremos bota papeles.
 8. En las siete cajas de inéditos que permanecen hay un diario. Mejor, un fragmento de diario, ya que sólo sobreviven algunas páginas de uno mayor (5) que antes no habíamos visto. En este diario encontramos el siguiente apunte: “Están vigilando. Aparecen y desaparecen de mi casa y me obligan a pasar muchas horas inutilizado en un sillón de ruedas... Los occidentales hablan mucho. Calma, porque si no la situación se puede volver insoportable.”
 9. Analizamos las hojas que suelta el aparato. Hay fotos de nosotros abriendocerrando las cajas y en otras posiciones: hablando con la Pekinesa, de pie junto a la puerta, mirando por las ventanas, echando azucar en el té, etc. En algunas aparece el escritor babeándose. Su boca, en esta foto, recuerda también a la de la Pekinesa joven. Quizá cierta deformación —hasta ahora imperceptible— en la comisura de los labios.
 10. El aparato está registrando lo que ahora mismo hacemos. Reproduce imágenes detalladas de nuestros movimientos por la casa y va describiendo a pie de foto nuestras acciones. Por ejemplo: Si nos sentamos a leer el diario del escritor dice: "Occidentales sentados leyendo diario. 19.07 GTM."
 11. Por lo que está escrito en el diario, el escritor tiene que obligar constantemente a la Pekinesa e incluso a veces convocar reuniones urgentes con los “kamaradas de la Bolsa” para que ésta cumpla “eficazmente” su papel. En un esbozo de carta que aparece pegada sobre otra hoja en el mismo, dice: “...no estoy seguro que este teatro del accidente sea lo indicado. Tal parece que muchos piensan que no hubo tal accidente y que en realidad me empujaron. Para nuestra tranquilidad debemos intentar desmentir esta versión. Charlar con F.”
 12. Bajo el sofá descubrimos otras cajas con fotos: con la misma calidad de impresión del aparato. En algunas aparece el escritor disfrazado de militar en el patio del matadero ordenando la ejecución de las vacas y, en otras, con su rostro muy cercano al de varios de estos animales como si estuviera susurrándoles algo. En un álbum, el escritor y la Pekinesa pintan y recortan los hombrecitos de cartón. Sonríen.
 13. Encima del escaparate hay otros gorriones disecados: 75 para ser precisos. Todos más o menos tienen el mismo tamaño y la misma expresión. A la izquierda hay un pájaro más grande al que le faltan dos plumas de cada ala y los ojos. Los ojos o un simulacro de éstos están dentro de una cajita de cristal con un papelito que dice: "Hechos a mano por la Pekinesa."
 14. Descubrimos en unos files camuflados en una falsa pared del cuarto un “Mea culpa” redactado por la Pekinesa. En éste dice que por sus padres haber desertado de la república y “haberse vendido al enemigo” se compromete a servir lealmente toda encomienda y a no fallar nunca. “Kamaradas, lo único que puedo decirles es: no desconfíen.”
 15. Junto a los papeles del escritor aparecen muchas cosas que no habíamos “registrado” antes: brazaletes de soldado, medallas militares, fragmentos de notas aparecidas en la prensa, una pequeña pistola semioxidada o que por lo menos no se limpiaba hacía mucho, una portada de revista donde se ve al escritor sonriendo encima de una montaña de gorriones disecados... El pájaro más grande, al que faltan ojos y algunas plumas de las alas, se ve como a un metro de esta montaña mirando hacia la cámara. La revista tiene escrito en sus bordes, a bolígrafo, algo ininteligible...
 16. El aparato reproduce insistentemente nuestros movimientos, incluso los de pararnos frente a él, observarlo; y tira los papeles hacia un lado en una canasta plástica. Hace un ruido sordo.
 17. Junto a los libros que se amontonan tras el sofá hay dos ceniceros con varias colillas de cigarros. También, pequeños papelitos masticados con restos de apuntes. En algunas de estas colillas hay manchas de rouge y grasa de pelo. Encima, plumas de algún pájaro que aún no hemos detectado en la habitación. Estas plumas tienen pintados unos ideogramas que aparentan movimiento cuando cambiamos las plumas de lugar.
 18. Abrimos uno de los muchos gorriones que hay sobre el escaparate y vemos que están totalmente huecos y con una reproductora de minicasettes encajada en lo que antes fue su barriga. Cuando escuchamos, en esta cinta está parte de nuestras conversaciones con la Pekinesa y a posteriori la voz de un hombre consignando día y año del encuentro. El pájaro grande está vacío, con una babaza transparente que hace un poco difícil su manipulación.
 19. En otro de los apuntes dice: “Hoy los occidentales vinieron y registraron las cajas con cartas que hemos tardado años en falsificar. Quedaron muy impresionados con mis supuestas relaciones y le hicieron a la Pekinesa muchas preguntas al respecto. Realmente estoy muy cansado ya de este asunto y no sé porque de una vez por todas no intervenimos. Al final, son como ratoncitos en un laboratorio, están atrapados.”
 20. Descubrimos bajo uno de los cubos del baño —el de la derecha— un cartapacio de papeles con anotaciones precisas de qué decir y cómo gesticular “en este nuevo caso”. Las anotaciones tienen pequeños dibujos con la mano en disímiles posiciones e incluso en una aparece el lugar en que se debe colocar a los gorriones con respecto a la emisión de la voz y el volumen de los cuerpos: “Para que el movimiento de las manos no corte el flujo de la voz.” Por la grafía, suponemos que estos apuntes fueron redactados por el antiguo Presidente de la Bolsa o la Pekinesa.
 21. Las ventanas del cuarto del escritor han sido restauradas y pintadas de verde oscuro. Encima tienen una telilla blanca con una hoz y un martillo incrustados. Debajo, otra telilla con la imagen de uno de los dirigentes de la república. A veces, por una extraña anomalía, esta imagen parece recorrer todo el cuarto y después situarse nuevamente en su lugar.
 22. El aparato emite un ruido áspero y enciendeapaga todos sus bombillitos insistentemente. El papel que vomita tiene un raro esquema de gentes fusilando y vacas muertas. A pie de nota se lee ¡La sonrisa del escritor construirá el horizonte!
 23. En otro de los apuntes dice: “Esta va a ser la prueba más dura. Nunca he tenido paciencia para estar en cama y creo nunca la tendré. Ojalá todo pase rápido. No soporto ya la situación y menos el olor que desprenden estos occidentales. Si todo continúa según hemos ideado esta misma noche operamos.”
 24. El matadero está totalmente vacío y han colocado frente a la casa una valla grande con la imagen de una vaca muerta y tres gorriones encima picoteando su carne. La imagen tiene abajo la letra xhu, en letras rojas.
 25. Bajo el sofá encontramos otra revista con unas preguntas a la Pekinesa y una foto de ésta junto al antiguo presidente de la Bolsa. El artículo cuenta cómo una sofisticada operación entre varios escritores y las fuerzas de la Seguridad “salvaron a la nación una vez más de la calumnia y el sinsentido.” El mismo artículo habla de alucinaciones y de un extraño juicio celebrado hace un año a dos personas [páginas centrales].
 26. El aparato empieza a soltar tornillos hacia todas partes y un intenso olor a plástico derretido. La última foto que imprime es la vista vertical de dos paredes grises y una ventana con rejas en lo alto. Debajo, un banquillo de madera.
 27. Decidimos que debemos regresar al hospital y mostrarnos como si-nunca-hubiéramos-sospechado-nada. Un verdadero profesional simula incluso hasta cuando cree que ha sido descubierto.
 28. Luces,
 

 Notas...

 (1) Ver el Informe que se reproduce al final de este relato. Por el permiso de reproducción agradecemos a la Universidad de Princeton, USA.
 (2) Entre las cartas dirigidas a otros escritores, todas apiladas en dos cajas color verde, encontramos 24 a Heinrich Böll, 7 a Primo Levi, 12 a John Updike, 18 a Ricardo Renzi, 5 a Somma Morgensten; a este último pidiéndole datos sobre la vida de Joseph Roth. Todas comienzan invariablemente con la palabra “Querido...” o “Estimado...”. La correspondencia sostenida con Levi contiene un debate muy interesante sobre “el substrato no histórico de la palabra Lager.”
 (3) Término coloquial muy usado en la república para designar algo mayor e inalcanzable que debe ser tratado con obediencia y respeto, por ejemplo: la alta dirigencia política y el estado. Fuan Zhan Yu. Dictionary of Political Terms. Beijing: Ministry of Culture, English Languaje Publications, 1967.
 (4) Lo que más sufrimos fue sin dudas la ausencia de venita ocular. Se la tapan obsesivamente con una resina amarilla que a su vez va a ser borrada con polvo de arroz, y ni siquiera dejan que otras personas se acerquen a sus rostros. Piensan que la localización de esa vena hace a los descendientes del antiguo imperio vulnerables y pueden ser reconocidas enfermedades biológicas o genéticas por esa vía. Algunos creen que a partir de esa vena sólo es posible la circulación de qi en el cuerpo.
 (5) Una de las páginas dice: “En realidad los matarifes desollan muy rápido a los toros, como si con esa rapidez quisieran economizar su dolor. Con las vacas se demoran más. Les cortan primero las ubres y después el rabo en tres pedazos. Posteriormente con un cuchillo las van apuñaleando hasta que la vaca se desangra.” Otra: “A los toros los matan con electricidad. Dos o tres cablecitos alrededor del cuerpo y una descarga. Lo más curioso es que siempre caen con los ojos cerrados, como si no quisieran culpar a nadie. Las vacas no. Las vacas caen con los ojos abiertos o pestañeando. Más de una vez he visto como los matarifes les echan chorros de agua en los ojos para ver si los cierran.” Otra: “Por la manera en que mueren los toros y las vacas sabemos que son animales en diferencia.”

  

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