viernes, 29 de junio de 2012

La amiga muerta




 

Felipe Pichardo Moya


Aquí, bajo esta losa está su cuerpo. Breve
Fue su vida, a manera de una vida de rosa.

Murió, tranquilamente, una noche lluviosa:

Veinte y ocho de agosto del novecientos nueve.


Me acuerdo de ella cuando constantemente llueve

Y de su última noche, tan larga y angustiosa:

Una fiebre que sube... Un sudor... Una cosa...

El cura... ¡Y una vida que deshoja leve!


Así murió, a mediados de una larga semana,

Y la enterramos un viernes por la mañana.

Aún llovía. Era un húmedo tiempo de luna nueva.


Dijimos todos: “Nunca, nunca la olvidaremos;

Tan buena como era”... Y para que hoy pensemos

En su vida y su muerte, es preciso que llueva.

 

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