miércoles, 18 de julio de 2012

La cárcel nueva






 José M. de Andueza


 
 Hasta el año de 1834 no hubo cárcel en la Habana, pues en conciencia no puede darse este nombre al estrecho e inmundo recinto guardado por elevados paredones, en que constantemente se encontraban hacinados de setecientos a ochocientos presos, en una parte del piso bajo del palacio de Gobierno. Aquel hacinamiento, aquella confusión y amalgama de grandes criminales con detenidos por deudas, aquel montón de hombres y mujeres de todos colores, debía producir, como por desgracia produjo más de una vez, males sin cuento, desórdenes gravísimos, atentados, cuyo recuerdo ruboriza, y que ofendieron, por su impune repetición, a la humanidad y a la moral pública, al paso que se convertían en una muda, pero visible y justa acusación al Gobierno que los consentía. Además de esto, el local de la que ahora se llama antigua Cárcel, situado como llevo dicho en el mismo palacio del Gobierno, debía necesariamente inspirar temores de que en él se llegase a desarrollar algún germen de infección que comprometiese la salud pública.
 Así sucedió: el día 22 de Octubre del referido año, penetró el terrible azote que llenó de luto a medio mundo en aquel asqueroso calabozo, atacando a muchos presos con tal violencia, que los infelices coléricos no llegaban con vida a los hospitales. La necesidad, esa ley imperiosa, absoluta, de los hombres y de los Gobiernos, obligó entonces al de la Habana a sacar a aquellas desdichadas víctimas de la antigua Cárcel, distribuyéndolas por mitad en el Castillo de San Carlos y en la Cabaña. Habilitáronse al efecto en ambas fortalezas espaciosas y ventiladas bóvedas, cuidóse con esmero del aseo y separación posible de los presos, y de esta manera se evitó que todos pereciesen.
 El general Tacón, que ordenó estas saludables disposiciones, concibió en aquellas circunstancias el proyecto de levantar la Cárcel nueva, extramuros de la población, en un local aislado y a propósito, por su inmediación al mar, para recibir sus aires puros, proyecto que puso por obra sin descanso, debiéndose a él el hermoso edificio, que, a decir verdad, es el mejor de esta clase de cuantos he visto.
 Esta Cárcel es un paralelogramo rectángulo de doscientos cuarenta pies de frente y cuatrocientos veinte de fondo, en cuyo primer cuerpo, sin necesidad de emplear prisiones y atendiendo a la debida separación de sexos, clases y colores, pueden contenerse dos mil personas: el primer plano para la construcción de este edificio señalaba a la segunda de aquellas dimensiones trescientos pies, pero se creyó conveniente darle el aumento de ciento veinte para el mayor desahogo y capacidad.
 El segundo cuerpo es un hermoso cuartel que puede alojar cómodamente mil doscientos hombres de tropa, con los correspondientes pabellones o aposentos separados para jefes y oficiales.
 El primero de estos dos cuerpos se concluyó en 1834, y en el mes de Setiembre del mismo, fueron trasladados a él todos los presos que provisionalmente se encontraban en la Cabaña; cuando el segundo estuvo habitable, a los pocos meses, pasó a ocuparlo uno de los cuerpos de línea de la guarnición, debiendo constantemente alojarse en dicho edificio uno de los batallones de la misma, el cual tiene la incumbencia de dar la correspondiente guardia a la Cárcel, que no es otra que la de prevención de su propio cuartel.
  Era imposible, cuando existía la antigua Cárcel, ordenar con arreglo y escrupulosidad la recaudación de las dietas o pensiones de alimentos que pagan allí los dueños de esclavos, y los presos que remiten los jueces de diversas jurisdicciones, los cuales deben ser socorridos por sus respectivos ayuntamientos: los careelages o derechos de entradas y salidas de las Cárceles se habían cedido en provecho de los alcaides como una recompensa del servicio que prestaban. Era pues de la mayor urgencia establecer un rigoroso sistema de recaudación análogo a las mejoras locales que se habían hecho, para cuyo efecto se creó un empleo de tesorero, con la dotación de ciento y dos pesos fuertes mensuales; el mismo sueldo se señaló al alcaide primero, treinta pesos a su escribiente, cincuenta al alcaide segundo y treinta al llavero.
 Los dos primeros empleados anotan en sus respectivos libros el cobro de dietas y careelages, quedando exceptuados de este pago los insolventes, después que estos acreditan esta circunstancia por certificación visada por el juez que ordena su libertad. El regidor alguacil mayor interviene directamente en dichas cuentas y en las del cobro de la cantina, arrendada en ciento treinta y seis pesos fuertes mensuales, teniendo además la obligación de costear el alumbrado interior de la Cárcel, bajo un arancel económico de precios. También entiende en el producto de los alquileres de las salas de distinción, de que pueden disponer los que quieran disfrutarlas, pagando lo dispuesto por el gobierno, a consecuencia de expediente instruido y aprobado por el Supremo de la Nación. Está prohibida en la nueva Cárcel la introducción de toda clase de Licores, y a las comidas que desde afuera se llevan a los presos.
 Todos los provechos que rinden las anteriores cuentas se destinan mensualmente, y con una exactitud notable, al pago de empleados, manutención de insolventes y demás gastos del establecimiento. No puede negarse que bajo el aspecto de la moralidad y de la conveniencia pública, la construcción de la Cárcel nueva era no solo útil sino de necesidad absoluta: sin embargo, personas respetables, aunque hasta cierto punto enemigas del general que ordenó la obra, me han asegurado que los calabozos de esta son mal sanos, húmedos, experimentándose en ellos una frialdad de hielo. Confieso que no he visto ninguno de dichos encierros, pero sí creo en la excesiva humedad que generalmente se les atribuye, y para esto hay una razón muy sencilla: su proximidad al mar. 
 Sensible sería que el hermoso aspecto exterior de este magnífico edificio solo fuese una máscara engañosa que ocultase los misterios tenebrosos de una inquisición. La nueva puerta de Monserrate construida bajo el mando y a consecuencia de las disposiciones dadas por el mismo general Tacón, de acuerdo con aquel Exemo. Ayuntamiento, era una de las obras que más reclamaban la extensión dada en pocos años a la población de extramuros de la capital, el crecido número de carruajes que desde ella se dirigen al Nuevo Paseo, y la salida que hacen dos veces al día los regimientos de la guarnición para ir a instruirse al Campo Militar o nueva Plaza de Armas: por estas causas y otras muchas, se hallaba continuamente obstruido el tránsito de la única puerta de Monserrate, en la que se reunían muchas direcciones opuestas, dando lugar a entorpecimientos y disputas, en las cuales tenía que intervenir continuamente la autoridad.
 A fin de evitar semejantes trastornos y dar mayor comodidad al público, abrióse la nueva puerta, inmediata a la antigua, y en la misma dirección de la calle de O-Reilly, levantándose también un puente de once arcos de sillería, que atraviesa el foso, y está defendido por dos pretiles de la misma. A ambos lados de este puente hay una ancha banqueta elevada como una cuarta sobre el pavimento, a fin de que los carruajes no atropellen ni molesten a los que a pie transitan.
 En la magistral de la puerta se apoya sobre cuatro columnas un arco, y al lado de ella se encuentra el edificio destinado para cuerpo de guardia. Toda la obra es de la mayor solidez y reporta al público comodísimas ventajas. Y ya que del Campo Militar he hecho mención, justo será decir, que para formarlo se vencieron dificultades de bastante consideración, si se atiende a los inconvenientes que ofrecía la desigualdad del terreno. Está situado en el antiguo Campo de Marte, o con más propiedad, lo ocupa todo. Es un gran rectángulo rodeado de verjas de hierro, con una puerta del mismo metal en cada uno de los cuatro frentes, para la más fácil salida y entrada de las tropas: sobre estas puertas se ven hermosos trofeos militares que indican desde luego el objeto de aquella inmensa plaza, y todo el enrejado que la circuye termina en puntas de lanza.
 Tres de las mencionadas puertas llevan los nombres de COLÓN, HERNÁN CORTÉS Y PIZARRO: la otra el nombre de Tacón, que ignoro con qué motivo se ha asociado a los primeros. Este general no debió admitir una adulación que le pone en ridículo, si otros concibieron el pensamiento: si lo concibió él nada debo añadir para consignar el orgullo que se inmortaliza a sí mismo (...).
  
 Yo también lo creía la primera vez que pisé aquel suelo: también al examinar aquel inmenso pueblo de blancos y negros por el prisma engañoso de relaciones abultadas y falsas, de cuentos extravagantes, de ridículas comparaciones sociales que corren impresas, me figuré de buena fe que mi juventud iba a sufrir una terrible prueba, en que la virtud y el honor quedarían sin duda vencidos por el irresistible encanto con que las pasiones se revisten en aquel Edén, centro de la hermosura y de los amores volcánicos.
 Error: mi juventud no se vio amagada por el vicio, mi honor no encontró ocasiones de hallarse comprometido; porque la Habana, y lo escribo sin temor, ya que descorrida la venda con que algunos poco francos escritores obscurecieron mis ojos, he hecho después exactas comparaciones, es, con respecto a su numerosa población, una de las ciudades en que menos crímenes se perpetran, y en donde la inmoralidad tiene menos partidarios: la inmoralidad no hace allí al menos alarde de sus triunfos sobre el decoro público, y esto es mucho en favor de los sanos principios, contra los cuales son muchos también los pronunciados con escándalo en las modernas sociedades europeas.
 Hubo un tiempo en verdad menos alegre, menos tranquilo en aquel país: pero no se le culpe. Las variaciones políticas sobrevenidas en una no despreciable porción de nuestro antiguo Continente debían tener eco allí, como lo tuvieron en todas partes; y si bien la cordura y el verdadero conocimiento de sus intereses locales impulsaron a los sensatos habitantes de Cuba a rechazar noblemente pérfidas sugestiones extranjeras, cierto es que las convulsiones de 1823 dejaron algunos rastros, cuyo influjo se hizo sentir hasta 1834, por lo que toca a la seguridad individual, pues en cuanto a planes subversivos contra el gobierno español, no han existido, ni pueden existir en un país que ha gozado de completa libertad durante los diez años que la Península gimió bajo el yugo del despotismo más absoluto.
 Abusos, cuyo remedio correspondía a la policía urbana, era lo único que lamentaban los hombres pacíficos, los hombres laboriosos y los capitalistas: pero si este era el único mal, también es preciso confesar que era un mal grande, y que por su misma naturaleza demandaba prontas y eficaces providencias. Esas providencias tuvieron lugar, castigáronse a algunos malhechores, y hoy es el día que la vigilancia del gobierno nada tiene que hacer en la Habana, así como en las principales ciudades y pueblos de la isla.


  Isla de Cuba pintoresca..., Madrid, 1841.

 

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