sábado, 28 de julio de 2012

Una familia feliz






 Rogelio Saunders


                             a Susanne



 La música había cesado y ahora había llegado el momento del café. Estábamos sentados en la amplia sala con altos ventanales y el fuego crepitaba en la chimenea. Afuera iba cayendo la noche. Una luz aterciopelada se reflejaba en mi copa de vino. Finalmente, me decidí.
—He dudado en decirlo —dije—, pero ahora sé que tengo que contárselo. Es más fuerte que yo.
Mi anfitrión hizo un vago movimiento con la mano que sostenía el habano, pero no pareció sorprendido.
—Siempre tenía que volver a esta casa —continué—. O a una casa idéntica a ésta. Noche tras noche, durante meses, soñaba lo mismo. Erraba por el bosque y luego llegaba a esta casa.
Mi anfitrión fumaba. El rojo de la punta de su habano rimaba con el rojo de los carbunclos en la chimenea.
—Pero, como suele suceder en los sueños —dije—, había dos historias a la vez simultáneas y paralelas. Por una parte,  estaba yo y mi huida en la oscuridad del bosque. Por otra, la historia de la mujer y la niña.
Me detuve un segundo, tratando de ver con claridad allí donde sólo había sombras.
—Yo venía hacía aquí cada noche atravesando el bosque, los campos de negro verde, viendo las siluetas gigantescas de los árboles. Llegaba a esta casa por la parte trasera, donde está el farallón blanco. Era un acto furtivo y misterioso, pero había una extraña familiaridad en todo ello.
Me detuve otra vez para recordar y abrirme un poco el cuello de la camisa. Parecía haber aumentado el calor, o quizá estábamos demasiado cerca de la chimenea.
—En un sueño o varios yo iba explorando partes de esta casa, sabiendo que usted (usted, su mujer y su hija, aunque sólo las vi al final) no estaban. Al llegar hoy aquí lo he reconocido todo. Los altos cristales, el sendero de grava, el probable seto.
El hombre del habano, como el sueño, parecía ahora hecho de sombra.
—La otra historia —dije— tiene el mismo escenario que ésta, y casi la misma trama. La mujer y yo huimos con una niña a través del bosque (de ese mismo bosque que nos rodea allá afuera). Huimos no sabemos de qué. Lo único claro es que la niña está muy enferma o quizá muriendo. Aquí no hay nombres ni tampoco rostros. Sólo figuras que se mueven y sentimientos que luchan. No sé si la niña es mi hija, aunque supongo que lo es. Por alguna razón, la mujer (mi mujer) y yo discutimos. De algún modo, la niña es el centro de nuestras discusiones. Estamos bajo una especie de portal y la niña yace envuelta en algo, pañales o mantas. Así noche tras noche, huyendo en la oscuridad, de forma paralela y simultánea al otro sueño. Pero este sueño es más breve. Tiene, por así decirlo, menos sustancia de sueño. La niña, aparentemente, se cura (y ésa era la razón por la que discutíamos), lo cual me produce alivio y me deja en libertad para huir sin trabas, para venir directamente aquí a través del bosque.
Entonces, una noche, hace ya muchos años, venía hacía aquí, como cada noche. Pero había algo diferente. Una música estridente que se acercaba, como de gente celebrando algo subida sobre un auto o moviéndose como un enjambre. Me apresuré en llegar, pues tenía miedo de que me alcanzase el estruendo. Escalé rápidamente el farallón blanco y salté sobre el muro espeso, revestido con losetas brillantes. Vi los altos ventanales y una escalera interior de madera oscura. Un momento después estaba dentro, mirando de frente los cristales de la parte trasera. Oí voces y me volví. Todas las luces estaban encendidas. Entonces los vi. Estaban abajo, en esta misma sala, a punto de marcharse. Usted, su esposa y la niña. Usted les decía algo, que fueran hacia el auto y que ya las alcanzaría. Vi incluso cómo avanzaban hacia la puerta y el mundo que comenzaba más allá, la parte delantera de la casa que yo nunca había visto. No esperé a que usted se volviera. Tenía un miedo mortal a que me descubriesen. Hice el gesto de girar sobre mis pasos y entonces una espesa bruma de ignorancia lo cubrió todo y desperté. Desde ese momento, no he vuelto a soñar el sueño del bosque y de esta casa. Tampoco volví a soñar el sueño de la mujer y la niña. Pero no he podido dejar de contárselo, porque estoy seguro de conocer esta casa tan bien como usted. Nunca antes había estado aquí, pero es como si hubiera vivido en ella toda mi vida.
El hombre parecía haberse hundido ahora completamente en su sillón de alto respaldo. El habano se había apagado y la ceniza formaba un pequeño montículo sobre la alfombra. El fuego, en la chimenea, seguía tan vivo como antes. Cuando habló, su voz resonó clara entre las paredes de piedra.
—Te esperamos durante muchos días —dijo—. Durante meses y años. Cada noche encendíamos las luces a la misma hora, y repetíamos el ritual de la despedida, por si te decidías a hablarnos. Pero nunca lo hiciste. Siempre te dabas la vuelta bruscamente y escapabas por la parte trasera. Mi mujer murió hace ya tiempo, y mi hija dirige un instituto científico en no sé qué lugar de Inglaterra y nunca nos vemos. Pero quiero enseñarte algo.
Se levantó con agilidad inusual y fue hasta la repisa de la chimenea, de donde tomó una fotografía bellamente enmarcada, que me puso en las manos. En ella se veía, a todo color, a una familia de clase media alta. El padre, con un suéter de tweed gris; la mujer, hermosa, con un vestido negro y una fina cadena en el cuello, de la que cuelga un medallón; y la niña, finalmente, de unos 5 años, haciendo una mueca como si odiase ser retratada, besada o cualquiera de esas torturas que los adultos imponen a los niños. Miré detenidamente la foto, palpando cada detalle. Sí; era, había sido una familia feliz.
No se lo dije, pero la razón por la que siempre huía es que sabía que no hubiera podido vivir en aquella casa. Ni en ninguna otra. Hace tanto tiempo que no tengo casa que ya no recuerdo si alguna vez he tenido una.
El hombre colocó nuevamente la fotografía sobre la chimenea y ambos volvimos a nuestros asientos, yo con mi copa de vino vacía y el con su habano apagado. Afuera ya era noche cerrada. El fuego, que hasta hacía muy poco parecía invencible, comenzaba lentamente a dar muestras de cansancio.



(Sabadell, 10 de abril de 2007)


No hay comentarios: