lunes, 10 de septiembre de 2012

Miembros artificiales y otras crónicas






  Fernando Tarrida del Mármol



 "Yo en tú lugar me haría cortar el brazo en seguida", dice Toinotte a Aryan, el enfermo imaginario.

 La alegre doctora no estaba desprovista del todo de razón, si hemos de creer a un fabricante inglés de miembros artificiales, el cual acaba de publicar en Londres el resultado de sus estadísticas, tomadas desde 1853, sobre la longevidad de los mutilados que usan brazos o piernas de madera en defecto de los naturales. De las cifras publicadas, resulta que las tres cuartas partes de esos mutilados alcanzan edades avanzadas, disfrutan de buena salud y poseen fuerza física e intelectual poco común, cuyo resultado explica por el hecho de que la pérdida de una parte del cuerpo disminuye el número de las partes que contribuyen a absorber las fuerzas iniciales de cada uno, dispone y favorecen así las partes que quedan intactas.

 En resumen, la teoría de Toinette, quien decía:

 —“¿No ves que este brazo atrae hacia sí todo el alimento y que impide a este lado aprovecharse de él?”

 Moliere era, pues, un precursor.

 Apresuraos, señores, a que os corten las piernas; y al mismo tiempo que prolongaréis vuestra vida, facilitaréis los negocios de los fabricantes de miembros artificiales; mas esperad a que éstos os den el ejemplo.



  Como al principio


 La aviación cuenta por el momento con más partidarios que la dirección de los globos; el ave vuela, dicen, aunque sea más pesada que el aire; ¿por qué no ha de volar una ave mecánica? Por lo demás, preciso es reconocer que se han hecho grandes progresos en la construcción de autómatas; hasta el punto de que, sensibilidad aparte, podría darse el caso de que la muñeca de Audran dejase de ser una quimera.

 Entre los animales mecánicos más notables, recordamos el caballo autómata que M. Rygg, ingeniero americano, construyó no hace mucho tiempo: esta ingeniosa imitación del natural, mueve sus patas por la acción de una cadena impulsada por dos manivelas, que se les hace dar vueltas, situadas en las orejas. Su armazón hueca, representando el cuerpo de un caballo, tiene en su centro una rueda dentada que comunica el movimiento a todos los órganos, y cuyo eje tiene dos manivelas a las que se fijan unas bielas terminadas por pedales, y pedaleando se mueve este mecanismo: he aquí un caballo que marcha algo tieso y con poca gracia, pero con docilidad: inclinando su cabeza, colocada sobre un vástago relacionado con el mecanismo, se obtiene un cambio de movimiento a derecha o a izquierda; por último, el corcel lleva unos cascos ligeramente articulados, de caucho, con objeto de evitar los resbalones y las reacciones demasiado duras.

 Como el caballo de M. Rygg, el ave del Sr. Vergara, carecía de motor y también se movía pedaleando; pero ha sido preciso reconocer que, lo que bastaba para máquinas que tienen punto de apoyo tan sólidos como la tierra o como el agua —porque hay triciclos acuáticos—, era insuficiente para sostenerse y dirigirse en un medio como la atmósfera.

 Estamos, pues, como al principio.



   El pulpo de tierra


 Un viajero naturalista, M. Dunstan, ha descubierto en la América Central una planta carnívora, en las siguientes circunstancias, que él mismo refiere:

 Hallábame paseando con mi perro a la orilla del lago de Nicaragua, cuando me sorprendieron los aullidos de dolor que lanzaba el animal; corro en su auxilio, y le encontré retenido por tres varillas negras y pegajosas que se habían pegado a su piel y le habían escoriado hasta el punto de brotar sangre, notando fuerte resistencia al desprenderlas. Esa extraña planta, que puede llamarse "pulpo de tierra", consiste en varillas estriadas, negras, sin hojas, que secretan un jugo viscoso y están provistas de muchos tentáculos.

 Los naturales del país la temen; la llaman “trampa del diablo”.

 A esta planta corresponde, sin duda, un puesto preferente entre las plantas carnívoras.


 Tomado de Revista Blanca, 1900.


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