domingo, 14 de octubre de 2012

Arroyito: bandolero sentimental





 Carlos Ripoll 

 Ramón Arroyo Suárez, alias Arroyito, completa estos ejemplos de bandoleros anteriores a la revolución de 1933. Logró fama durante la primera presidencia de Alfredo Zayas, pero ya había empezado sus fechorías en tiempos de Menocal  Fue este personaje el de más colorido entre los bandoleros de las primeras décadas de la República, y el que mejor se conoce. 
 Cuando fue arrestado en 1922 dos periodistas de El Imparcial, de La Habana, Enrique Molina y Leopoldo Fernández Ros, le hicieron una serie de entrevistas que culminaron en el libro Arroyito o el Delirio. Biografía del célebre bandolero Ramón Arroyo (1922), que aquí se cita por la transcripción que hacen de partes de él los autores de El bandolerismo en Cuba 1800-1933. Nacido en Matanzas, uno de sus hermanos, llamado Francisco, se había distinguido en la delincuencia en Güines, hasta que fue condenado a larga pena de cárcel, y es de este hermano de quien hereda el apodo de Arroyito, pues el de Ramón era Delirio. Después de emplearse en La Habana se hizo chofer de taxis en la capital de su provincia, y tuvo la desgracia de arrollar a un niño cuando iba a exceso de velocidad. Saltó la fianza que le habían impuesto y, junto a Julio Ramírez, hijo de un colono de Aguacate, se dedicó al bandolerismo. Lo arrestaron en La Habana y tuvo que cumplir parte de su condena en Matanzas, pero como era amigo del hijo del alcalde de aquella ciudad, logró el indulto y hasta un nombramiento de cabo de la policía municipal y otro de simple policía para su compañero Ramírez.
 Mezclados en la política local fueron acusados de abusos en el cargo hasta que se les dio de baja como policías y se dictó orden de arresto que debía cumplir la Guardia Rural. Prendieron sólo a Ramírez pues Arroyito pudo escapar, pero, poco después, éste logró, a punta de pistola, en la cárcel de Jaruco, el rescate de su amigo. Al año siguiente secuestraron a un comerciante de Ceiba Mocha: sorprendieron a la víctima porque iban vestidos con uniformes del ejército, con rifle y revólver. Pidieron 10 mil pesos de rescate. Los persiguieron, pero lograron evadir la Guardia Rural: Ramírez se escondió en el pueblo de Rincón y Arroyito se fue para La Habana donde asistía a los espectáculos públicos y era frecuente parroquiano del restaurante El Carmelo y del famoso Casino de la Playa. Acosado por sus perseguidores abandonó la capital para establecerse en Placetas con un nombre falso.
 Después de algunos meses de tranquilidad, fue descubierto y arrestado por la policía. En tren lo llevaron preso hasta La Habana. “Al llegar”, dice esta fuente de información, “el pueblo de la capital le rindió una auténtica ‘demostración de afecto’ al congregarse desde las primeras horas de la mañana, en los alrededores de la Estación Terminal, una gran masa de público que pidió su libertad y le sugirió que se postulase como candidato electoral asegurándole el triunfo...” Así cantaba una décima de aquellos días:

 De miseria y de dolor
visten almas, centenares,
agobiadas de pesares
por robarles el sudor.
Un banquero abusador,
con muy poca dignidad,
se apodera con maldad
de lo ajeno; y sin delito,
son peores que Arroyito
y gozan de libertad.

 Encerrado en la prisión del Castillo de la Fuerza fue que lo entrevistaron los periodistas de El Imparcial. Allí les mostró una colección de cartas que había recibido: “Fíjese”, les dijo, “son más de cien. Casi todas de mujeres. Ésta es de una señora de campanillas de La Habana. No le digo quién es porque me pide por mi madre que no se la enseñe. En esta otra venía esta medallita de la Virgen de la Caridad que llevo al cuello...” Una anónima mujer de la sociedad habanera le escribió: “Fundiré el firmamento con la tierra moviendo cuantas influencias pueda hacer servirme de ellas para que usted, que no es más delincuente que los que andan por la calle, pueda pasearse por ella...”
 Fue tal la atracción de las mujeres por el preso que Osvaldo Valdés de la Paz publicó en ese mismo año 1922, con prólogo de Miguel de Marcos, una novela titulada Arroyito: el bandolero sentimental. Decía el prologuista: “... cuando los gobernantes aparecen ante los ojos asombrados y adoloridos del pueblo agitándose en una frenética zarabanda de torpezas, el periodista que conoce el valor de la actualidad y que ha visitado con mirada de burla y de tristeza las bambalinas pintarrajeada de esta feria, se sienta entonces ante su máquina y escribe en veinte días la novela de un santo... o de un bandido”. Y el novelista escribe:
 ... Los bandoleros ilustres de la política y de la banca, habían derramado sangre inocente y provocado lágrimas; sus víctimas formaban una larga lista de padres de familia de electores pacíficos, de viudas y huérfanos desamparados, de modestas familias que tras constantes y hondos sacrificios habían acumulado un pequeño capital. ¿Cómo podría llamarse bandolero a un muchacho casi tímido como Arroyito, ante el desfile de estos monstruos del delito, que además se amparaban para sus fechorías en la condición de honorables y que no exponían sus vidas en los actos que realizaban? El pueblo hizo esa reflexión amarga. Y en su gran tristeza floreció una rosa de simpatía...
 En 1922 apareció también el libro de José M. Muzaurieta Manual del perfecto sinvergüenza, “con un prólogo”, anuncia desde la portada, “del bandolero Arroyo”, y aclara en una nota al pie de la primera página: “Este Prólogo fue escrito por el señor Arroyo siendo todavía libre. Con mes y medio de anterioridad al día 3 de marzo, en que fue capturado. Si el estimable bandido hubiera tomado pasaje en el vapor Cádiz, no le habría ocurrido semejante infortunio”. Y dice el prologuista (¿Arroyito?) al presentar el libro:
 Tenía el firme y decidido propósito de que mi nombre no figurase para nada en ninguna manifestación de carácter público... quería permanecer oculto, alejado completamente del engorroso y pesado contacto con la opinión... pero considero un deber de profesión, al cual no puedo faltar sin que se merme mi prestigio de bandido, romper esa mi adorable quietud beatífica en los precisos momentos que va a editarse un libro como el Manual del perfecto sinvergüenza, llamado a hacerle cumplida justicia a nuestra sufrida clase y a librarla, con la enseñanza de los humanos errores que todos los malhechores padecemos... Declaro que es una obra magnífica, que con el transcurso del tiempo puede y debe llegar a ser declarada de utilidad pública y de uso obligatorio en las escuelas... A mí todos me suponen un bandido, me persiguen con saña fiera y le darían un premio al que me colara una bala en la cabeza. Cierto que no soy un santo varón, ¿pero esa misma sociedad que me condena y me llama su enemigo, no admite en su seno y los mima y los consagra, a señores que carecen de los más rudimentarios principios de moral y que, bien analizados, son unos completos facinerosos? Decidme, ¿qué diferencia existe entre un secuestro y un asalto al Tesoro Público? ¿Acaso el hurto de una res no es pariente cercano del feo negocio del cambio de cheques? ¿Son mejores que yo los que se enriquecen a costa del hambre del pueblo?...
 
 Y ante la corrompida sociedad que describe, concluye: “El Manual del perfecto sinvergüenza no ruborizará a nadie en Cuba. Puede ser leído donde quiera y por cualquiera: desde el Primer Magistrado de la Nación [Alfredo Zayas], hasta el último alumno del Colegio de Belén”. El libro empieza con unos “Ejercicios Espirituales”, de los que se copian aquí sólo las seis primeras recomendaciones: “Ámese a sí mismo por sobre todas las cosas. Nunca diga lo que sienta ni sienta lo que diga. La osadía: ésa debe de ser su característica principal. Ninguna idea es buena si no es suya. Cualquier procedimiento es bueno para triunfar. No combata las llamadas tiranías: póngase al lado de los tiranos y explote a los demás”.
 Trasladaron a Arroyito a la cárcel de Matanzas y allí su hermana Marina le preparó la fuga al colocar una bomba en el presidio y facilitarle caballos para la huida. Poco después, cuando en Regla se preparaba para abandonar el país, lo arrestaron de nuevo. Lo volvieron a Matanzas y esta vez la condena fue a cadena perpetua, entre otras culpas, por el secuestro del millonario Juan Bautista Cañizo, del que recibió 50 mil pesos de rescate. Se dijo que la hermana era el cerebro y a veces el brazo de muchas de sus fechorías.
 “Hay hombres tan amados por la vida que la muerte sólo se los lleva por celos, para amarlos ella también intensamente. De estos hombres excepcionales, fue Arroyito”: son palabras de Pablo de la Torriente Brau en uno de sus artículos, recogidos en Pluma en Ristre (1949). Lo había conocido en el presidio del Príncipe, en La Habana; lo describió así:
 ... A la distancia de los años lo recuerdo bajito al lado mío, muy blanco y limpio, en lo que me pareció una especie de guayabera, con el tórax avanzado grueso, parlanchín como una mujer, rodeado de dos o tres, como si dentro de la misma prisión siguiera siendo capitán de banda, y satisfecho de sí mismo y de su nombre de la cabeza a los pies... La leyenda, máquina de multiplicar, hizo héroe a Arroyito y lo equiparó casi con Manuel García... ¿Por qué fue un favorito del público? ¿Por qué tuvo tantas simpatías? ¡Sólo porque no fue asesino, porque no se manchó de sangre, y porque fue generoso, valiente y buen amigo! Porque tuvo también un rudimentario sentido de la justicia social y le arrebató a los ricos el dinero mal habido y luego lo repartió con la generosidad de un millonario loco... Se puso en rebeldía comenzando su carrera de secuestros y fugas, arreglándoselas de tal manera que, como Ramón Franco, su famoso tocayo del Plus Ultra, siempre estuvo en la primera plana de los periódicos...
 Cuenta luego Pablo de la Torriente, según le confesó un “escolta del Príncipe”, la muerte de Arroyito. Dice que al trasladarlo al presidio de la Isla de Pinos con otros cinco presos, entre ellos Julio Ramírez, fueron todos asesinados. Era el 28 de octubre de 1928.
  Mucho después, sin embargo, se aseguraba en algunos lugares de Cuba que Arroyito había muerto en Santo Domingo, que su hermana Marina había comprado su libertad. Dos de los seis presos asesinados en Isla de Pinos no pudieron ser reconocidos por tener las caras “desbaratadas... por los balazos”, y otro testimonio dice que “tenían los rostros hinchados y amoratados por las picadas de los insectos...” ¿Serían ésos unos infelices a quienes les hicieron ocupar el puesto de Arroyito y de su leal amigo Ramírez mientras éstos se embarcaban al extranjero, o sería ese rumor de la fuga parte de la leyenda del “bandolero sentimental”? Lo cierto es que después de la caída de Machado, el 28 de enero de 1934, la revista Bohemia publicó un artículo titulado “Viaje de Marina Arroyo, de los calabozos de la policía secreta a la región del misterio”, donde se afirma que Marina, para vengar la muerte de su hermano, había jurado dar muerte a Machado y al jefe de su policía secreta, el comandante Santiago Trujillo, y que éste la detuvo unos días y luego decidió embarcarla a las Islas Canarias, desde donde fue a Barcelona y otros lugares de Europa y Suramérica. Termina así este artículo:  
 En estos momentos, en una modesta casa de Luyanó, la madre anciana y los hermanos, todos trabajadores, honrados, buenos y excelentes ciudadanos, esperan el regreso de la hermana que un día salvó la vida milagrosamente por querer vengar el asesinato de su hermano, una víctima más entre el millar que produjo en la población cubana la barbarie de una bestia insaciable, feroz, exterminadora, implacable: Gerardo Machado.  
 ¿Sería verdad que Marina Arroyo había comprado la libertad de su hermano y la de Ramírez, y que poco después, con esa otra estratagema, se fue a reunir con ellos? 


 Fotografía: 1923 

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