viernes, 9 de noviembre de 2012

El pintor Víctor Manuel


  
 Ramón García-Diego

 París atrae desde lejos a todos los habitantes de la Tierra, pero especialmente a los artistas. Y entre tantos como llegan de América a esta capital del mundo, hemos de retener el nombre de Victor Manuel, pintor cubano que también sintió el deseo de surcar los mares con rumbo a Lutecia. Para ello se dispuso a la lucha en unas oposiciones de la Habana. Llevaba un gran talento y una sensibilidad exquisita, que son armas bien templadas pero de difícil manejo para el elemento "oficial" de todos los países. Y perdió la batalla "oficialmente"... Digo "oficialmente" nada más, porque su triunfo fue rotundo a pesar de todo. Recibió el homenaje de la crítica y del público de su país. Y sus compañeros artistas consiguieron para él una bolsa de viaje en desagravio de la contrariedad pasajera...
 Sin embargo, es de lamentar que este gesto heroico y justo de los artistas de Cuba no sea suficiente. Víctor Manuel, tras de un año de estancia en París, vuelve a su tierra. Va un poco triste de dejar sus estudios en plena evolución ascendente de su Arte; pero lleva en los ojos un brillo de varonil energía para volver a luchar y para conseguir la victoria.
 Enamorado de lo típico de su país, ha sorprendido las escenas del trabajo de los negros y las ha plasmado rápido sobre el papel o sobre el lienzo.
 Sabe escoger los motivos emocionales sin el menor esfuerzo. Ellos riman con su alma de poeta, que por un secreto instinto sabe hallar lo bello por donde los demás pasan indiferentes. Una sentida estilización moderna anima sus dibujos, y un sentimiento sincero se desprende de toda su obra. Y es que, además de encontrar la belleza por el camino y expresarla en sus cuadros, lleva en sí ese tesoro interior de su sensibilidad que vibra siempre emocionada. Por eso Víctor Manuel crea también de memoria dulces paisajes imaginarios y mujeres tristes que tienen un resplandor de bondad en los ojos. Por eso también, cuando copia la naturaleza, tras de haber escogido sus rincones más bellos, les transmite su espíritu elevando la obra, transformándola como un artífice que busca la máxima perfección.
 Ha conservado las visiones lejanas de Cuba y ha sentido más que nunca arraigadas aquellas escenas típicas de su país. Su estilización es más aguda, y su técnica, ya grande al llegar a París, se ha vuelto más fuerte, pregonando evoluciones.
 Ahora, tras de ver sus esfuerzos alentados, su obra admirada y su arte por un camino de perfección, se ve obligado a hacer un alto en el camino. Un alto, no para descansar de las duras jornadas del trabajo intenso, sino para volver a la lucha y salir triunfador.
 Así este artista de realidades logradas en el presente y de magníficas promesas para el porvenir, se va a Cuba a conquistar el puesto que merece. Y ha de volver a París para engrandecer a su patria que recibirá los ecos de sus triunfos.

 Revista de oro, 1926.
     

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