lunes, 3 de diciembre de 2012

Los monstruos de Fragosa



 José Ignacio de Arcelu



 Estamos en la zona más miserable de Las Hurdes. En estas alquerías de Martinandrán, Fragosa y Gaseo se ha perdido ya esa vaga relación con la humanidad civilizada que mantienen otras aldeas hurdanas. Esta es una tierra abrupta y remota, cuyos habitantes viven tan separados del resto de los hombres como cualquier tribu salvaje encerrada en un islote de Oceanía. Tienen también una mentalidad semejante a la de cualquier tribu polinésica retrasada.
 El habitante más culto de Fragosa, Juan Crespo, que estando enfermo en 1922, cuando el viaje real, recibió la visita y un donativo del Rey, y los cuidados del doctor Marañón, nos encargaba:
 —Les darán ustedes recuerdos de mi parte a S. M. el Rey y a S. M. D. Marañón...
 Los convecinos de Juan Crespo apenas si saben hablar. Ni figura humana tienen algunos, esqueléticos, andrajosos, escapando monte arriba cuando nos acercamos a ellos, como alimañas asustadas.
 La miseria de estos desgraciados impresiona aun viniendo, como venimos, de otras alquerías hurdanas. ¡Qué rostros amarillentos y famélicos; qué bestiales garras temblorosas, se tienden de cuando en cuando hacia nosotros, implorantes!
 Casi todas estas gentes están enfermas del bocio. El “Sultán" mismo, de que hablaba antes, aunque es uno de los tipos más fuertes que he visto entre Ios desmedrados hurdanos, tiene un bocio gigantesco, que el hombre, como es un seductor cuidadoso de su físico, procura ocultar con el cuello de la camisa.
 Como, según parece, el bocio produce la degeneración física y mental, estas aldeas están llenas de pobres criaturas contrahechas, enanas, idiotas...
 Velázquez habría encontrado aquí modelos a montones... Pero... no. Velázquez no se habría atrevido a pintar a estos desgarrados monstruos sobre el fondo de estas siniestras casuchas hurdanas. Para retratarlos hace falta el bárbaro y patético pincel de Goya.
 Vean ustedes a algunos.
 Vean a María Domínguez, cretina, de unos veintitantos años.
  Vean, sobre todo, a esta alucinante hija del Regidor de Fragosa, María Iglesias, de veintitantos años también, cretina y enana...

 LA LLAMADA DE LA TIERRA

 Bajábamos por los pedregales del río Jurdano hacia la carretera; bajábamos silenciosos, oprimidos por una sorda angustia, cuando nos hemos encontrado con una mujer, ya vieja, que volvía de trabajar en el campo. Iba encorvada, caminando trabajosamente, con su zurrón y su azada al hombro.
 “EI Sultán”, que nos ve pasmados, quiere deslumbrarnos de todo, y con aire protector nos comunica sus ideas sobre la felicidad conyugal.
 —Hay muchos que no tienen más que una mujer y la casa es un infielno; en cambio, yo he tenido tres y no sé lo que es un desgusto; yo me he llevao bien con toas, y ellas entre ellas como hermanas. Total porque he "sabío tratarlas, que a las mujeres en el trato está tó. Hay tíos que les pegan y les dan voces, Yo, nunca. Que lo digan ellas si yo les doy leña. ¡Nunca! Con mañas y buen trato las he llevao por donde he querido...
 Sin duda “el Sultán” dice la verdad, porque mientras habla sus dos mujeres le miran amorosamente. Sus convecinos también se muestran entusiasmados con él. Su hazaña no parece suscitar ninguna repulsión, en este país, donde las relaciones amorosas son con frecuencia turbias. Al contrario, se le admira.
 —Como éste no habrá muchos por esos mundos, ¿eh?, nos decía sonriendo, lleno de orgullo regionalista, uno de los vecinos de Martinandrán.

 LOS MONSTRUOS DE FRAGOSA

 Aunque no sea edificante, la historia del “Sultán” es lo menos terrible que uno ve y oye por estos parajes.
 A la paz de Dios —nos dice mirándonos con el aire humilde y encogido de toda esta pobre gente. Entonces, yo no sé por qué, me he sentido arrebatado por un súbito furor.
 —«Abuela» —le grito- ¿para qué trabaja usted en esta tierra?
 La pobre mujer se queda ante mí, parada y temblorosa, balbuciendo, como un reo ante el juicio.
 —“Abuela”, ¡tire usted esa azada; préndale fuego a su casucha; préndale fuego a su pueblo y váyase por el mundo! ¿No ve usted que esta tierra está maldita? ¡Abandónenla!
 Esta tierra es para lobos. ¡Está maldita! ¡Maldita! Pateo en ella; la pateo, para desahogar mi congoja y mi horror; para vengar a esos niños hambrientos, a esas criaturas monstruosas, a esas gentes aniquiladas por la fiebre, a esos mendigos... A toda esa triste humanidad que la tiene prisionera.
 Y la vieja humilla su pobre cabeza de sierva, se encoge más de lo que estaba y queda callada mirando el áspero y pedregoso suelo.
 ¡Con tanto amor!...


 (Fotos Benítez Casaux.)

                                    1929

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