jueves, 7 de febrero de 2013

El volcán de los suicidas







 El volcán Mihara acompaña con broncos ruidos la monótona plegaria de los sacerdotes budistas, congregados cerca del cráter para rogar por las almas de los numerosos japoneses suicidas que han buscado la muerte arrojándose a las entrañas del volcán, porque en Tokio se ha desarrollado una verdadera epidemia suicida. Centenares de personas han dado el salto fatal buscando el ardiente y fatal beso de Mihara.
 Los sacerdotes de Tokio han acudido al cráter del volcán para elevar desde allí sus plegarias a Buda y pedirle que suprima las causas que impulsan a los hijos del Imperio del Sol Naciente a cometer suicidio o, por lo menos, que les quite de la cabeza semejante tontería.
 La ceremonia empieza: veinticinco sacerdotes suben lentamente a la montaña volcánica cuando aun es de noche, y al aparecer los primeros rayos del sol naciente inician sus plegarias y sus ritos destinados a arrojar de las inmediaciones del cráter el “espíritu de la muerte”. Mientras el sol está sobre el horizonte el canturreo y las oraciones continúan, y ya bien entrada la noche abandonan la isla Oshuma, la Isla de la Muerte, tristemente célebre en el Extremo Oriente, con la esperanza de que, con sus plegarias de dieciséis horas seguidas, habrán contenido la epidemia suicida.
 Desde hace mucho tiempo la isla  Oshuma era un lugar predilecto de excursionistas, especialmente de Tokio.
 Una compañía de navegación estableció una línea de Tokio a Oshuma e hizo todo lo posible por hacer popular la  excursión. Llevó a la isla camellos de la Mongolia para trasportar en ellos a los turistas desde el desembarcadero al cráter del volcán. Estos camellos se exhibieron durante algún tiempo por las calles  de Tokio con los carteles de propaganda convenientes, haciendo un gran reclamo de la isla Oshuma. La compañía reclutó a un jefe de publicidad, encargado de ensalzar los atractivos del volcán.
 Este individuo tuvo la desgraciada idea de aprovechar el primer suicidio de un infeliz que se arrojó por la chimenea del volcán, de describirlo con los detalles "poéticos" para los efectos de reclamo de la isla.  A esta singular propaganda se debe que los suicidas afluyeran a Oshuma para dar fin a sus días con el salto fatal, desarrollándose desde entonces una verdadera epidemia suicida.
 Los japoneses siempre fueron muy dados al suicidio, recurriendo a los medios más estrafalarios. Puede decirse que hoy no hay ningún rincón que no sea tumba de algún suicida. La cascada de Kegon, cerca de Nikko, se ha hecho tristemente célebre por el número de excursionistas que con la disculpa de ir a ver el inmenso chorro de agua espumante, se arrojaban a él para destrozarse entre las peñas del fondo.
 En el año pasado, más de cien personas se han arrojado al cráter del volcán Mihara, a pesar de haberse colocado en las inmediaciones varios vigilantes y guardias de Seguridad para evitar los suicidios. También hay un servicio de detectives encargado de vigilar a la llegada de los barcos excursionistas a Motoroma a los viajeros a ver si alguno tiene en el rostro aspecto de estar cansado de la vida. Las personas sospechosas y las que no dan su palabra de honor de no suicidarse en el volcán son detenidas y no se las deja hacer la ascensión.
 No hace aún quince días, en un solo domingo se arrojaron cráter abajo seis jóvenes, a pesar de toda vigilancia. En ese mismo domingo los detectives pudieron evitar que otras cuatro personas se suicidasen.
 Una mujer fue retirada del borde del cráter, pero en un momento de descuido se tomó un veneno y cayó muerta a los pocos instantes. Al fin y al cabo había logrado morir en tan poética montaña.

  1933

  Nota: Léase Ōshima


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