sábado, 23 de febrero de 2013

Un trabajo de benedictino




 Recientemente ha fallecido el famoso detective norteamericano Allan Pinkerton. Dotado de excepcionales condiciones, odiando encarnizadamente a los delincuentes, poseía recursos inesperados y abundantísimos para descubrirlos; con intuición pasmosa adivinaba sus pensamientos, con actividad incansable salíales al paso y con entereza extraordinaria desconcertaba sus siniestros planes. En el vasto Estado norteamericano llegó a adquirir tal relieve su personalidad y tal importancia su oficina, que la seguridad pública no se comprendía sin su intervención, ni había centro policíaco europeo con quien no mantuviera constantes relaciones.
 Imposible enumerar sus hechos, tan múltiples como asombrosos; algunos tocaban a los límites de lo novelesco.
 Citaremos tan sólo el descubrimiento del autor de un robo de 20 millones de libras esterlinas cometido al Banco de Inglaterra, ya que tenemos en litigio otro robo al Banco de España, aunque la suma robada, con relación a aquélla, sea insignificante. Meses enteros consagró Pinkerton a la persecución del asunto, harto enrevesado siempre, y todo el mundo desconfiaba de llegar a conseguir el descubrimiento de delito tan escandaloso. 
 En la poética isla de Cuba, perdida para siempre para los españoles, celebrábase una noche, hace algunos años, espléndida fiesta en casa de un millonario americano. Lo más selecto de aquella sociedad distinguida y riquísima habíase dado cita en los suntuosos salones; nada había comparable en elegancia, en alegría y en buen tono a cuanto allí se congregaba: derroches de esplendidez en todo: mujeres hermosas, hombres representantes de la banca, de la ilustración, de la milicia, las autoridades superiores; todo lo que más valía, allí estaba congregado.
 De pronto, aquellas expansiones se detienen; cierto número de individuos entran en los salones inopinadamente y uno de ellos dirigiéndose al dueño de la casa, le dice:
 —Justín Bidiwel, queda usted preso en virtud de esta orden.
 Era el autor del robo al Banco, y Pinkerton había empleado un trabajo de benedictino hasta obtener la prueba acabada de su culpabilidad.
 Si hubiéramos de referir los ingeniosos recursos de que se valió diferentes veces, constituiríamos un libro inapreciable.


 Museo criminal, 1ro diciembre de 1907. 


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