martes, 19 de marzo de 2013

Fiebre porcina cubana





  Emilio Ichikawa


 Algunos pensarán que el malestar cubano es más bien equino que porcino, pero hay que recordar que la isla también tuvo su fiebre.
 Yo era niño. Pasaba una temporada en casa de la tía Tita, en El Cotorro, alejado de una conmoción familiar. El tío Pacheco trabajaba en la Cervecería Hatuey, en un cuarto refrigerado con olor a levadura. Era la época en que llegaron los patos pekineses a Cuba y los “quiúpis” de colores se pescaban en las zanjas del pueblo solo con poner un pomo de boca ancha contra la corriente. El Cotorro era un paraíso.
 Un día notamos que la señora del Comité, Candita, se traía algo entre manos. ¿Qué? Pues lo supimos en la tarde cuando los amigos de la familia vinieron con la noticia: “Hay que liquidar todos los puercos de la Antillana hoy mismo, mañana van a obligar a la gente a matarlos y comérselos en el día; además hay que botar todo lo que sea cabeza, bofe, riñón, hígado, mondongo y sangre… Parece que hay una fiebre que viene de África.”
 Por la noche, antes que Candita pegara el aviso en el mural de “El Seccional”, los puercos empezaron a ser llevados y despedazados en el portal de tía. Todo legalito y revolucionario: no habían dado la orden. Hígado, bofe, mondongo, sangre para morcilla… todo fue aprovechado. Al otro día se armó el corre corre y los más lentos tuvieron que malgastar la mitad de los animales.
 Esperamos un día, una semana, un mes, algunos años y nada. Hemos padecido de otras cosas; pero de la fiebre aquella no. El bando derechista de la familia dice que fue un invento de Fidel Castro para hambrear a la gente y hacerla más dependiente. La izquierda familiar asegura que la persistente salud no demuestra nada, pues los imperialistas iban a tirar aquella cosa mala en la madrugada, precisamente unos minutos después que Jorge y Papito despacharan a los marranos. 

 
 Tomado de Emilio Ichikawa blog, 27 abril, 2009.


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