sábado, 12 de abril de 2014

El arte del robo




 Lino Novás Calvo

 Entre las varias líneas de conducta que ha seguido la literatura norteamericana del siglo, hay una que comienza en Upton Sinclair y llega hasta Mathew Josephson, pasando por Sinclair Lewis. Desemejantes entre sí, tienen algo de común: los tres han hecho historia critica de los señores de la industria y del comercio, los "rotaber barons", o barones del robo norteamericano. El primero, medio novelista y medio reportero, denunció sus métodos e instituciones —hablaba el socialista. El segundo, novelista solamente, desnudó, expuso, satirizó y caracterizó sus tipos, ideas y sentimientos —hablaba el literato sin credo político. El tercero, solamente historiador, ha entrelazado históricamente todas las grandes figuras de la finanza norteamericana para dárnoslas en un volumen de acusaciones —de hechos que acusan por sí mismos— que comprende desde la guerra civil hasta 1901 —habla el comunista ("The Robber Barons", by Mathew Josephson, New York. 1934).
 El caso de Josephson es, aparte del valor del libro, significativo en las letras norteamericanas: indica cómo, apagados los distintos movimientos literarios que surgieron en la post-guerra, los mejores escritores están dirigiendo sus atenciones a la crítica social.
 El propio Josephson ha evolucionado notablemente en este sentido desde su biografía de Rousseau, y sus ensayos sobre los literatos norteamericanos en el extranjero.
 "The Robber Barons" es un libro de tesis histórica: la tesis de que cuanto se ha hecho en Norteamérica desde que Lincoln libertó los esclavos ha sido por el interés de un grupo de especuladores que han ido desplazando a todos sus competidores, sometiendo todos los demás factores sociales y políticos a su voluntad y centralizando el capital de tal modo que a principios de siglo todos sus hilos estaban ya en dos manos poderosas: la de Morgan y la de Rockefeller. Partiendo de una concepción marxista, Mr. Josephson ha hecho, sin embargo, historia objetiva. En vez de argumentos, ha aportado hechos —documento sobre documento—hasta que el lector siente deseo de decir: basta, estoy convencido. Y, en efecto, al terminar el libro queda uno convencido de que la historia de Norteamérica es la de sus grandes fortunas. En este sentido Míster Josephson ha hecho la mejor historia de su país escrita hasta hoy.
 Siempre habrá peros, sin embargo. Porque en esta serie de biografías entretejidas lo que menos satisface es la biografía.
 Queda uno persuadido de que, en efecto, todos y cada uno de esos especuladores, bandidos, industriales o como quiera llamárseles, en el fondo meros mercaderes, han logrado someter a su interés todos los valores humanos. Pero ¿y los individuos? Todos ellos han surgido de la nada. ¿A costa de cuantas dificultades? Porque en el curso del libro les vemos aparecer sucesivamente como crasos traficantes, sin la menor sensibilidad para lo que no sea la compraventa y como especuladores de larga vista cuyas operaciones recuerdan las de los grandes estrategas. Puede que ésta sea, en el fondo, la verdadera caracterización de esos "robber barons", mezcla de abaceros y grandes estadistas; las biografías dan, con todo, una sensación de exterioridad increíble. Nos falta su visión por dentro; les falta, en suma, humanidad. ¿Es posible que sean así esos mercaderes de valores robados?  Tal vez.
 Pero el libro tiene otro flaco que afecta a la precisión histórica: hace demasiado hincapié en la acción siempre triunfante de los capitalistas, descuidando otros factores sociales que pueden haberla interrumpido o impulsado. Es como si al historiar la guerra mundial se atribuyera todo a los planes de los generales, mientras todo lo demás se somete dócilmente a su voluntad.
 El libro es, por otra parte, "historia nueva", en el sentido de que está escrito con el estilo suelto y antiacadémico de los rebeldes. Además, un libro netamente americano, por su audacia, desprendimiento, terminología y desdeñosa actitud hacia lo mismo que trata... Pero, la pasión constante del autor es la de probar el efecto omnipotente de la alta finanza y sus métodos de latrocinio, mientras que los hombres que encarnan esos métodos ocupan, como figuras humanas, un lugar secundario.
 Y con todo, quien quiera conocer la historia de Norteamérica a fondo, no podrá prescindir de esta drástica visión de sus capitalistas, la más completa y certera de su clase escrita hasta hoy.

  
 Diablo Mundo, 1934.


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