viernes, 4 de abril de 2014

Matiabo y matiaberos





 A poco tropecé con una partida de negros desarmados y medio desnudos. Me dijeron que eran cubanos y me condujeron al campamento de su jefe. Yo había oído hablar algo de los matiabos y sabía que éstos eran unos cimarrones que vivían ocultos en los montes, huyendo, guardándose tanto de los cubanos como de los españoles, siendo mitad brujos y mitad plateados o sean bandoleros que alegando ser afiliados a uno de los ejércitos beligerantes cometían toda clase de delitos.
 El campamento de los matiabos estaba situado monte adentro en un claro como de dos vesanas de tierra. En el centro había una especie de altar hecho con ramas y cujes, y encima de todo aquel catafalco habían puesto un pellejo de chivo, relleno de tal suerte que parecía vivo. Dentro de la barriga y sobre el altar tenía mil porquerías, tales como espuelas de gallo, tarros de res, caracoles y rosarios de semillas. Aquel pellejo era el Matiabo, el dios protector del campamento.
 Recuerdo todavía el modo de explorar la tropa que tenían los brujos aquellos. Puestos en rueda alrededor del chivo, cantaban el taita: Buca guango, jaya guango… y el coro repetía: cacara, cácara, caminando… y empezaban a gritar y saltar como endiablados. De pronto a una de las negras, porque también había mujeres, se le subía el santo y le daba una sirimba. Caía al suelo revolcándose, echando espuma por la boca, y el resto del palenque seguía cantando como si tal cosa.
 Luego Taita Ambrosio se dirigía a la accidentada y le preguntaba tocándole la cabeza: Ma fulana, ¿dónde etá la tropa? Joropa ma ceca, en tal punto, respondía ella, sin dejar sus revolcones. Y el punto señalado estaba siempre a diez o doce leguas de distancia.  
 Los matiaberos repetían el nombre del lugar y armaban el escándalo padre con sus gritos y los toques de tambores, forrados con piel de jutía.
 Yo miraba todo aquello con curiosidad y temor, porque sabía que aquellas gentes en algunas ocasiones habían rociado el chivo con sangre humana.”

 “Siluetas mambisas”, F. López Leiva, La Discusión, La Habana, el 13 de agosto de 1903, se cita a un testigo ocular, el mambí Cástulo Martínez. Recogido por Fernando Ortiz en Los negros brujos

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