jueves, 28 de agosto de 2014

Cantero bailó el zapateo




 Eduardo Varela Zequeira

 El moreno Pablo Cantero y Cantero era de 43 años de edad, soltero, de oficio campesino, natural de Sancti-Spíritus, provincia de  Santa Clara, y vecino de Camajuaní con residencia en Vegas de Palma.
 Sus señas particulares eran, estatura baja, pelo pasa, cejas al pelo, ojos negros, nariz chata, boca regular, con bigote pequeño, y  pera y una cicatriz en el labio superior, a la derecha.  
 En el año 1889, en unión de su hermano Casimiro y del blanco  Evangelista del Río, hoy en presidio, robaron a D. Liberato Martínez en su finca «La Caridad», Vegas de Palma, por lo que se les siguió  causa criminal.
 Al registrar las moradas de los mismos la Guardia Civil que los perseguía, encontró al moreno Pablo y lo llevaron, a su petición, para que como testigo presenciara el registro; de regreso, al entrar en  la casa, hirió a uno de los guardias proporcionándose la fuga.
 En el mismo mes de Enero fue capturado por la Guardia Civil, lo mismo que su hermano y el Evangelista del Rio. De resultas de la herida murió el guardia al siguiente mes.
 Las dos causas que se le siguieron se instruyeron por la jurisdicción de Guerra.
 El día 22 de Mayo de 1891 al salir el reo, de la cárcel de Remedios para ser conducido a Santa Clara donde le esperaba el verdugo  Valentín, sacó una navaja que llevaba escondida en una manga de la camisa y se infirió con ella varias heridas en el cuello de carácter leve.
 Este accidente hizo que la ejecución se efectuase en Remedios  en vez de Santa Clara como se había dispuesto accediendo a las voluntades de los vecinos de la primera de las poblaciones citadas.
 A las 6 de la mañana del 26 de Mayo de 1891, a presencia del Fiscal, del Secretario de la causa y de dos médicos, oyó, impasible, su sentencia de muerte, el reo Pablo Cantero.
 Enseguida preguntó a los médicos si podía hablar, arengando  que si lo habían de matar al fin, bien pudieron haberlo hecho antes.
 Pidió una copa de gincocktail y que lo trasladasen a la capilla en  un sillón. Al entrar los sacerdotes en aquella, el reo se mostró sumiso y se confesó; pidiendo luego vino dulce, que le fue servido.
Le asistió el vicario y cura párroco de Vueltas, de donde procede el reo.
 Cantero habló de las familias que conocía; y al ver al guardia que le impidió suicidarse, se lamentó amargamente de no haber podido realizar su intento.
 Dijo que lo matasen pronto, a fin de evitar molestia a todo el mundo.
 Cantero estuvo otra vez en capilla, cuando militaba en las filas  insurrectas. Salvó su vida a consecuencia del pacto del Zanjón, estando muy mejor de las heridas que se causó en el cuello al ser trasladado a Santa Clara.
 Estaba muy animoso, sereno y sin afectación alguna.
 En la orden de la plaza se dispuso que dos médicos permaneciesen constantemente en la capilla.
 Ningún carpintero de Remedios quiso levantar el patíbulo. Lo hizo Valentín, el verdugo.
 El reo obsequió a la guardia con el vino que pidió. Dijo que no quería ver a su mujer, porque padece de ataques. Pidió ver a su hija.   
 Cantero se encontraba muy débil. Para almorzar pidió sopa de sustancias con fideos y huevos: no quiso otros alimentos. Tomó la  sopa con gran trabajo, por el dolor que aun le producían las heridas del cuello.
 Al penetrar su hija en la capilla, la cargó en sus brazos; y acariciándola, dijo: — “¿Verdad que es mi retrato?” La escena fue triste. El reo se conmovió, despidiéndola inmediatamente. La niña se llama María Covadonga; tiene año y medio de edad. La infeliz criatura no conocía a su padre; y extrañando su presencia, prorrumpió en llanto.
 El sacerdote que le asistió entregó a Pablo el dinero que había recibido para su hija, que fue remitido a su madre.
 El médico hizo una cura en las heridas que tenía el reo.
 Cantero mostró deseos de acostarse, quiso dormir y suplicó al sacerdote no le abandonase. El médico pidió al oficial de guardia en la capilla que ordenase cambiar los grillos por otro medio de garantía menos repugnante e incómodo. El oficial accedió.
 Al preguntársele al reo si quería retratarse, contestó:
 — “Sí; que no me saquen muy feo”.
 La víspera el alcaide cometió una imprudencia, diciendo a Cantero: —«Valentín; ya te dieron coñac».
 Al rectificar el alcaide, Cantero le dijo: —"Ud. cree que yo no sé que ya está aquí Valentín. Ye le cantare una décima».
 El reo pidió escribir a un compadre.
 Pocos momentos después durmió tranquilamente.


 
  Valentín tenía hecho un recibo de treinta pesos en oro por levantar el patíbulo. Quería el pago adelantado.
 Dijo que temía la muerte de Cantero, «pues perdería la onza.»
 Pidió constantemente éter para aspirar.
 Los carretoneros se negaron a conducir la máquina patibularia desde el paradero a la cárcel.
 Con grandes dificultades pudo conseguirse la traslación a esta.
 En Remedios no había hopa y se hacía muy difícil encontrar una persona que quisiera confeccionar una.                            
 El reo durmió tranquilamente tres cuartos de hora, despertando muy natural. Se le quitaron los grillos. Pidió al Dr. Seiglie le escribiese una carta a su hermano Casimiro.
 El reo la dictó del siguiente modo:  

 «Casimiro Cantero.— Presidio de la Habana.  
 Querido hermano: ¿Por qué no me has escrito ni contestado mi carta que te escribí, desde la Semana Santa?  
 Al mes siguiente de Semana Santa estuvo aquí tu comadre Isabel Ariosa y me dijo que iba a verte; pero no la he vuelto a ver y no sé si ya fue.
 Te mando muchos recuerdos, y cuando recibas ésta, habré fallecido. Le he encargado al médico Seiglie que te mando un retrato mío, de los que me voy a hacer en la Capilla. Aunque tú seas mayor que yo, como voy a morir, te doy el consejo que si algún día encuentras un camino y vereda, cojas el camino y dejes la vereda.
 Sin más por hoy, te abraza tu hermano.— Pablo Cantero. >
 A su ruego, ante el Presbítero. — José Antonio Ascue.>

 El Dr. Seiglie dispuso que se retratase al reo.  
 El oficial de guardia le dijo a Cantero que no pusiera la cara triste. El reo contestó diciendo:   — ¿Por qué he de estar triste?
 Pidió borceguíes nuevos porque —dijo— a nadie entierran con zapatos viejos.
 Se los trajeron.
 Tomó un refresco. Se retrató con la cara risueña, admiró la operación exclamando:  “Parece brujería”.  
 Quiso ver el retrato. Pidió que lo enterasen con certeza si a su hermano le han rebajado dos años de la condena. Preguntó donde  se hospedaba el verdugo, porque sabiendo que estaba en la cárcel le extrañaba no verle.  
 Preguntó al oficial de guardia:  
 — ¿Me concederán lo que pido?
 —Hay orden para darte todo.
 —Pida al General que me fusilen, pero que no me den garrote.
 No quiero que me mate el verdugo ni la guardia civil. Escojan cuatro soldados que tiren bien.  
 —Veré al comandante de la fuerza y se telegrafiará. El señor Orozco ha reiterado la petición del indulto.
 —Es perder el tiempo. Mucho hice yo para que me indulten. Estoy muy seguro de que me matarán y a ello estoy ya decidido.
 Valentín, el verdugo, cobró, por adelantado, cuarenta y siete pesos oro por la ejecución y por armar el patíbulo.
 A las 3 de la tarde el reo tomó agua azucarada, comenzando a notársele algo excitado.
 A las 4 tomó un plato de sopa, con regular apetito; pero con bastante excitación nerviosa.
 Al tomar una copa de vino cantó lo siguiente, llevando el compás con los pies:
 «A mí me dijo mi padre
 que no hiciera desatino,
 que me tomara este vino
 y me acordara de mi madre.»
 Se rió nerviosamente al concluir de cantar.  



 A las 4 y media tomó natilla, chocolate y bizcochos. La excitación nerviosa le aumentaba.
 Al decírsele que se había pedido nuevamente el indulto, por conducto del licenciado Arged, prorrumpió en risotadas, cantando luego:
 “Ya Saturnino cesó,
 ya esa linterna no alumbra,
 ya ese tunal no da tunas
 ya ese tiempo se acabó.”  
A las 6 y media de la tarde se acostó. Parecía que dormía. Tenía ligeros estremecimientos. A los 20 minutos de haberse acostado, abrió los ojos y pidió agua. Notábase en él, gran decaimiento.
 A las 7 ordenóse la salida del público que estaba en la capilla, quedando solamente los representantes de la prensa, sacerdote, médicos y el Dr. Seiglie que lo acompañaba constantemente.
 A las 7 y quince —el reo tenía fiebre.
 Treinta y nueve grados de temperatura y ciento veinte pulsaciones por minuto.
 Parecía que por momentos su fisonomía envejecía.
 A las 9: igual temperatura y 126 pulsaciones. Se muestra cansado; habla poco. La fisonomía del reo puede considerarse cambiada totalmente. Se ha demacrado mucho, alargándosele el rostro.
 El reo niega haber estado otra vez en capilla, pero confirma que estuvo diez años en la guerra. Dice que caudillos reconocidos  de la revolución pueden decir si su conducta fue irreprochable.
 Después de los ruegos de las personas que se hallaban en la capilla, tomó un poco de bromuro que lo calmó. Durmió de 9 a 10, tranquilamente. Al despertar, su estado general era mejor.
 El comandante militar comunicó al oficial de la capilla, que el Gobernador General había negado la petición del reo de ser fusilado, en vez de agarrotado.
 El oficial se lo manifestó a Cantero.
 A las exhortaciones del sacerdote, respondió el reo que moriría con valor; y que «probaría que siempre era Pablo Cantero.»
 Cantero volvió a dormir desde las 12 y media hasta las 2 y 40.
 A los dos sacerdotes respondió con gran humildad.
 A las 3 de la madrugada la escolta de Valentín condujo a éste para el lugar del patíbulo.
 Desde la capilla se oían los martillazos sobre el tablado y las voces del centinela.
 El aspecto de la capilla era siniestramente imponente.
 A las 4 comenzó a celebrarse la misa por el Pbro. Sr. Azcue. Dos sacerdotes más acompañaron al reo, que estaba sentado en una butaca. Cantero oyó la misa con gran devoción, comulgando después.
 Mostróse más sereno. Temperatura 37. Pulso 74. Inspiraciones 28.
 Los doctores Seiglie y González acompañaron al reo toda la noche.
 Cantero tomó café a las 4 y 45. Más tarde bebió cognac y ojén.
 A las 5 y 20 pidió al oficial que lo dejase salir para el patíbulo bailando al compás de instrumentos de cuerda.
 Esta petición causó verdadero terror.
 Mostró empeño en que lo acompañase hasta el patíbulo un joven moreno que lo había asistido durante su enfermedad y en la capilla.
  Dio las gracias a los médicos y sacerdotes que tanto se han molestado por él.
 A las 5 de la mañana comenzaron a llegar las tropas que formaron el cuadro.
 Algunas mujeres, al acercarse al patíbulo, fueron retiradas por el centinela, que les dijo:— “Las mujeres no deben salir de su casa para ver esto”.
 Valentín entró en la capilla, para pedir perdón al reo. Este contestó:— «Te perdono, sé que tú no me matas, me mata la Ley.»

 La ejecución

 Al salir para el patíbulo, en medio del patio de la Cárcel, Cantero dijo a los presos con calma imperturbable:
 —«Compañeros: esto está destinado a los hombres.»
 En todo el camino fatal hasta el patíbulo, el reo cantó décimas.  
 Ya sobre el tablado horrible. Cantero bailó el zapateo.
 Este incidente causó asombro extraordinario.
 Su valor fue sin ejemplo. Sentado ya en el banquillo dio un ¡Viva a Cuba! agregando: ¡Adiós hermanos!
 Al subir la escalera del patíbulo pronunciaba frases para animarse.
 La muerte fue instantánea. Un público numeroso presenció la terrible ejecución.
 El corbatín rompió los puntos de sutura que tenía el reo en las heridas. El aspecto del cadáver era horrible.
 A las 7 y 10 bajaron el cadáver del tablado, para proceder a su inhumación.
 El verdugo, asombrado del valor de Cantero, creyó que estaba demente.
 Los médicos aseguraron que el estado del cerebro del reo era normal.
 En todo el pueblo de Remedios se comentó el valor y la serenidad pasmosa con que murió el reo Pablo Cantero.


 Tomado de Los bandidos de Cuba, La Habana, 1891, pp. 197-203.


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