miércoles, 10 de diciembre de 2014

El cadáver de Quintín Banderas




 Manuel Cuellar Vizcaíno



 El general Quintín Banderas Betancourt fue horriblemente asesinado el 23 de agosto de 1906 en una finca propiedad del señor Manuel Silveira y ubicada en Arroyo Arenas, provincia de La Habana.

 Tenía el viejo mambí 73 años de edad y había empuñado las armas para tomar parte en la llamada "Revolución o Guerrita de Agosto” desatada por los liberales contra el gobierno de don Tomás Estrada Palma y que dio al traste con el mismo produciéndose así en nuestro país la segunda intervención americana.

 Si la narración del general Loynaz del Castillo hecha al malogrado Bienvenido Espinosa Morejón para su libro inédito y si la descripción de los hechos que nos hiciera el comandante  Desiderio Piloto; ayudante de Banderas, no fueran suficientes para tener la plena convicción de que lo ocurrido en la finca de Silveira fue un asesinato fríamente premeditado, ordenado y exigido su cumplimiento hasta un grado inconcebible, bastaría las informaciones de la prensa, aún de la prensa amiga del gobierno.

 En efecto, muy pocas veces un hecho de esta naturaleza queda tan claramente reflejado en los periódicos, pues es cosa sabida de viejo que, los instigadores siempre tratan de ocultar su culpa y se cuidan mucho de aquellas actitudes que podrían delatarlos.

 Muerto Banderas, asesinado Banderas, hasta su cadáver sufrió la saña del desprecio y del rencor. Con él murieron dos de sus ayudantes, Ángel Martínez y Joaquín Garrido, apareciendo los tres cadáveres horriblemente macheteados aparte de las heridas de bala que presentaban. Al general un solo tajo le llevó de raíz la oreja izquierda.

 Conducidos sus restos a La Habana fueron expuestos al público y luego enterrados, en la fosa de pobres de solemnidad, prohibiéndose todo acto que honrara al único cubano que empuñó las armas en defensa de cinco constituciones.

 De nada valieron las súplicas de la viuda al Presidente para que le fueran entregados los despojos del glorioso mambí, los cuales al fin pudieron ser atendidos cristianamente gracias al padre Felipe Augusto Caballero, capellán del Cementerio de Colón.

 Del coche solitario que marchaba detrás del carro llamado de "La Lechuza” bajó la viuda de Quintín acompañada por una jovenzuela estudiante, mulatica achinada, llamada Santa Rosell y más tarde esposa del comandante Desiderio Piloto. "Venga pasado mañana, señora", dijo el noble capellán a la viuda. Y agregó: "Tengo aquí algo para usted”.

 Al día siguiente fue la viuda al Cementerio, siempre acompañada de la chinita. El capellán las condujo hasta el lugar donde había sido enterrado el general Banderas y las dijo señalándoles la cruz allí colocada:  "Señora, los restos de Quintín no se perderán". En efecto, sobre la cruz aparecía la siguiente inscripción: “E.P.D. Felipe Augusto Caballero”. ¡Puso su nombre para poder señalar el lugar donde reposaba el viejo veterano!


 Tomado de Doce muertes famosas, La Habana, 1957. 


1 comentario:

Anónimo dijo...

Que oprobio y que vergüenza, una vez mas se demuestra la ingratitud de las personas, no solo se asesino vilmente y de manera traicionera al General de tres guerras sino que ademas de profanar su cadáver se ensañaron con la familia para hacer mas hondo el dolor.

Muy buena entrada, te felicito y exhorto a que continúes.