domingo, 5 de abril de 2015

Rastros de José Florentino Ibarra





 Pedro Marqués de Armas 

 De cuantos criminales rondaron la Habana de comienzos del siglo XIX, uno de los más famosos fue el mulato José Florentino Ibarra, natural de Veracruz y de quien se decía que asesinaba con gusto.

 Según Etienne M. Masse, joven viajero que visitó la isla hacia 1815, Ibarra cometió su primer crimen a instancias de una mujer que quiso ponerlo a prueba.

 Para escapar a la justicia, se enroló en la marina, atravesó una y otra vez el océano y devino uno de los más temibles hombres de mar de su época. Intrigante, se hizo con el poder en embarcaciones como La Granja y España, liquidando a casi todos los tripulantes.

 Las calles portuarias de Cádiz conocieron su furia, cuando en 1808 se enroló en un sonado motín contra los franceses. Aprovechando el desorden, alentó a las masas contra del gobernador local Francisco Solano -Marqués del Socorro y la Solana-, caído en desgracia y acusado de traición por el populacho.

 Convertido en uno de los líderes de la revuelta, el embozado Ibarra asestó al Marqués varias puñaladas después que éste fuera capturado y mientras sus enemigos lo vejaban. Remolcaban al Marqués hacia la horca, cuando Carlos Pignatelli, viejo amigo suyo, fingiendo ser de los hampones, vino en su ayuda y le atravesó el pecho de una estocada para ahorrarle más sufrimientos.

 Ibarra hirió de muerte al comandante de la bahía José Heredia, cuyo cadáver fue arrastrado por la multitud con una soga al cuello. 



 Aunque siempre se sospechó de él, sus crímenes no se confirmarían hasta ocho años más tarde, cuando decidió enumerarlos ante el juez Francisco de Paula Rivera y Lozano.  

 Pero ahora, sumándose a la tripulación del bergantín Chueca que se dirigía a Nápoles, Ibarra escapó oportunamente y siguió practicando la piratería y el contrabando. 

 Habrá recalado en La Habana hacia 1812, ciudad en la que asesinó a diecisiete personas, entre ellas a un alcalde de barrio, por lo que fue –finalmente- encerrado en el castillo de Atarés. 

 Cuenta Masse que antes del Capitán General Cienfuegos se cometían muchos asesinatos. Eran numerosas las casas con cruces de madera o pintadas, indicando que en ese lugar un hombre había derramado la sangre de otro. 

 A su paso por la plaza de los Agustinos el viajero encontró una pequeña capilla de Nuestro Señor de la Buena Muerte “decorada con todos los accesorios lúgubres que haya podido imaginar un pintor católico y español”, señal de las más de cien puñaladas que se habían dado delante de aquel oratorio.

 La mayor parte de los matones eran andaluces que operaban como un ejército de asalariados.

 El 19 de abril de 1816 José Florentino Ibarra fue ejecutado en la horca. Tenía treinta y cincos años.

 Se dice que su padrino, oficial superior de la marina, lo había salvado en varias ocasiones de ir a prisión y de la pena capital.

 Estando en capilla, pidió al juez que tomase declaración de sus crímenes: aseguró haber cometido veinte asesinatos y aportó no pocos detalles de los mismos, incluyendo las tres puñaladas al Marqués del Socorro, el punzonazo que se llevó por delante a Heredia, y pormenores de otras muchas muertes.   

 Días más tarde de la ejecución todavía podía verse su mano derecha clavada en un poste frente al Arsenal.

 Tanto se impresionó el viajero francés que esa misma tarde siguió rumbo hacia el interior de la isla a fin de conocer las haciendas.

 Entonces constató otras formas de castigos, y crímenes a montones, quedando obsesionado con lo que los juristas llamaban sevicias.

 De ello daría cuenta en estupendas descripciones. 


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