martes, 14 de julio de 2015

Siete años de poder




  Enrique Meneses


 Hace siete años, Fidel Castro derrocaba a Fulgencio Batista y tomaba el poder. En este período de tiempo Cuba ha cambiado más de lo que soñaron la mayoría de los observadores de entonces. Bajo el título de «Fidel Castro, siete años de poder», el periodista español Enrique Meneses acaba de publicar un libro, editado por Afrodisio Aguado, en el que analiza la incubación y desarrollo del castrismo, así como el rumbo que ha tomado la política cubana en 1966. Enrique Meneses vivió durante once meses la lucha de Castro contra Batista. Conoció a lo largo de los cuatro meses que permaneció en Sierra Maestra a los principales personajes del drama cubano de hoy. Las principales revistas del mundo publicaron los reportajes de Enrique Meneses sobre el castrismo. Ahora ofrece a nuestros lectores, en exclusiva, un trabajo que resume los aspectos fundamentales de estos siete años de poder.

 EL DECLIVE HACIA EL COMUNISMO

 El 2 de enero de 1959, Fidel Castro pronunciaba su primer discurso importante ante los 163.000 habitantes de Santiago que se habían echado a la calle para vitorearle. Junto a él se encontraban dos hombres: Manuel Urrutia Lleó, nuevo presidente de la República, y monseñor Enrique Pérez Serantes, arzobispo de Santiago y hombre que salvó la vida de Castro cuando, seis años antes, Fidel era prisionero de Batista. Nadie sospechaba que aquellos dos hombres, unos meses más tarde, serian víctimas de «la revolución triunfante».

 EL PRIMER SOBRESALTO

 Fidel Castro tardó mucho en llegar a la Habana. Recorrió los 1.000 kilómetros de la isla pronunciando discursos y saboreando la popularidad que su lucha de Sierra Maestra había despertado en todo el país.

 Mientras el «líder máximo» avanzaba lentamente hacia la capital, los comunistas se organizaban bajo el nuevo nombre de «Partido Socialista Popular» (P.S.P.). El primer mes de la toma de poder por el «26 de Julio» (el movimiento que Fidel Castro fundó en Méjico antes de su desembarco en Sierra Madre) se caracteriza por dos acciones, organizada una e improvisada la otra, que iban a tener una importancia enorme en el futuro del país. Por un lado, un partido comunista que silenciosamente se organiza y monta un aparato político sobre el que forzosamente deberá contar cualquiera que pretenda gobernar el país, y por otro, un Fidel Castro desbordante que pronuncia discursos kilométricos hasta altas horas de la madrugada y que, desde el ex Havana Hilton, contradice con sus órdenes a los hombres a los que él mismo ha encargado de gobernar el país: Manuel Urrutia y el primer ministro, don José Miró Cardona. El 13 de febrero, este último presenta su dimisión. No podía haber en el país dos políticas y dos formas de resolver los problemas, las del Gobierno nombrado por Castro y las del mismo que, como «héroe nacional», acababan teniendo más peso que las de los demás.

 LAS HORAS OSCURAS

 Entre tanto, los juicios televisados y las ejecuciones de batistianos seguían llevándose a cabo sin descanso. Se había estimado que medio millar de personas serían pasadas por las armas como máximo, pero pronto esta cifra fue rebasada y muchas de las víctimas no habían tenido relaciones serias con el gobierno de Batista, sino que se habían convertido conforme la penetración comunista se intensificaba.

 El P.S.P. o partido comunista había reorganizado sus estructuras en todo el país y atacaba a varias fuerzas que consideraba hostiles: el «26 de Julio», principalmente, compuesto por hombres que habían luchado contra el régimen de Batista con las armas en la maco; la prensa, que se oponía a los avances del comunismo e intentaba delimitar los méritos revolucionarios de unos y otros; los Sindicatos, que estaban en manos del castrismo, y la Iglesia, que denunciaba los progresos de la ideología marxista. Contra todas estas fuerzas iban a luchar sordamente los comunistas.




 VOCES «INCÓMODAS»

 Fidel Castro es un hombre de ideas vastas, utópicas en muchos aspectos. Durante sus años de lucha contra Batista se apoyó en hombres como «Che» Guevara, el argentino que se unió a su movimiento insurreccional en Méjico y que baque durante los veinticinco meses de lucha en Sierra Maestra fue su principal ejecutor y realizador. Fidel Castro es capaz de grandes ideas y magníficos sueños, pero sabe que necesita quien lleve a cabo al menos una parte de éstos. Ahora, después del triunfo, el comunismo cubano se encargaba de las realizaciones, de la pesada burocracia que le dejaba tiempo libre para mantener al país suspendido de sus discursos ante las cámaras de la televisión. A escala nacional, el comunismo cubano era lo que Ernesto Guevara había sido en Sierra Maestra: su soporte práctico.

 Pronto los miembros del «26 de Julio» comprendieron que estaban siendo desplazados por los comunistas. Algunos, como Díaz Lanz y Huber Matos, pusieron en guardia a Fidel Castro, pero éste, y sobre todo su hermano Raúl, consideraban estas voces de alerta como incómodas, estridentes y, por deducción sugerida por los comunistas, como enemigas de su régimen. Los hermanos de armas de ayer se convirtieron en enemigos, en adversarios del nuevo régimen y tuvieron que exiliarse, fueron a parar a las cárceles o murieron misteriosamente, como fue el caso de Camilo Cienfuegos.

 EL CICLO CLÁSICO

 Con la cooperación de Raúl Castro, los comunistas penetraron en los Sindicatos y acabaron por controlarlos con hombres que, sin ser siempre comunistas, eran marxistas disfrazados. La prensa fue poco a poco estrangulada. Cuatro meses después de la victoria, casi todos los diarios cubanos habían tenido que cerrar sus puertas. La Iglesia sería la siguiente víctima. Todo el que avisase del peligro comunista, lo mismo un sindicalista, un periodista o un sacerdote, se convertía inmediatamente en «enemigo de la revolución». La isla estaba a merced de los comunistas, sin que Fidel Castro se hubiese enterado de ello. Entonces empieza a crecer la oposición, siguiendo el mismo ciclo clásico de insurrección, persecución, más insurrección, más persecución. Miami vuelve a llenarse de exiliados como en tiempos de Batista, pero estos hombres y mujeres que abandonan su país nada tenían que ver con el régimen batistiano y en la medida de sus fuerzas habían contribuido a la victoria de Fidel Castro.



 DESEMBARCO Y FRACASO

 Las fuerzas exiliadas se fueron organizando y, en 1961, el 17 de abril, tuvo lugar el desembarco de Bahía de los Cochinos...Durante 64 horas, 1.400 cubanos intentaron mantener una cabeza de puente que les permitiese nombrar un Gobierno provisional y obtener ayuda de Hispanoamérica y los Estados Unidos al mismo tiempo que la población se sumaba a los invasores.. Pero las precauciones que los EE. UU toparon para no aparecer como agresores disminuyeron la capacidad ofensiva de estas fuerzas de la Brigada 2.506, y 1.300 hombres fueron hechos prisioneros por Castro.

 AYUDA MILITAR SOVIÉTICA

 Pero Fidel Castro, aunque había restablecido la situación a su favor, se daba cuenta de que había de adoptar medidas para que no se repitiera tal hecho. Sus proyectos de industrialización que hasta entonces constituían su máxima preocupación y en los que Rusia intervenía profundamente, se convirtieron en secundarios. Había que fortalecer el país para lo cual nadie más indicado que Moscú. Las armas llegaron a Cuba con más intensidad que la maquinaria industrial. Las expropiaciones de las que habían sido víctimas norteamericanos y cubanos habían dejado la agricultura en condiciones precarias, sin que se hubiese industrializado el país. Los intentos de diversificación agrícola, los planes industriales que exigían plazos superiores a los previstos por Castro y sus planificadores, la amenaza del exterior, la ayuda insurreccional desperdigada que Fidel estaba prestando a revolucionarios de otros países hispanoamericanos desde julio de 1959, todo aquello había metido al país en una espiral destructiva que lo llevaba al caos. Moscú sabía desde un principio que los sueños del «líder máximo» eran utópicos, que los métodos de planificación eran absurdos pero, para los rusos había primero que afianzar su propia posición jugando con los viejos comunistas cubanos.

 LA CRISIS DE LOS COHETES ATÓMICOS

 Cuba, en octubre de 1962, era un verdadero arsenal con capacidad atómica defensiva. Los EE. UU no podían consentir que se hubiese instalado una fuerza nuclear enemiga a menos de 140 kilómetros de Cayo Hueso (Florida). El presidente John F. Kennedy lanzó un ultimátum a los rusos y bloqueó el tráfico con Cuba para evitar que aumentase el envío de armas atómicas a la isla. Kruschef tuvo que hacer marcha atrás ante la decisión de que daba muestras el presidente norteamericano. Fidel Castro se encontró entonces ante la verdadera medida de la infiltración comunista en su país. Ni siquiera se le había consultado para retirar las rampas lanza-cohetes rusas, situadas en Sagua la Grande, Remedios, San Cristóbal y Guanajay. Pero no solamente tuvo que aceptar que Rusia tomase estas decisiones sin consultarle, sino que tuvo que reconocer que sin los rusos no podría llevar a cabo sus reformas.

 Desde el 2 de diciembre de 1961, Fidel Castro se había confesado marxistaleninista en un discurso televisado. Blas Roca, verdadero jefe del comunismo cubano, te había obligado a ello con sus intrigas moscovitas. Castro, al declararse tan comunista cómo el que Enrique Meneses, cuyos reportajes desde Sierra Maestra, en marzo de 1958, dieron a conocer la existencia de un estado de insurrección en Cuba. A ello contribuyó también el rapto del ex campeón del mundo de automovilismo Juan Manuel Fangio por parte de los rebeldes más, eliminaba las sospechas de que era objeto, pero se enajenaba para siempre muchas simpatías dentro y fuera de su país. Se metió en un callejón sin salida porque, de lo contrario, no hubiese tenido callejón alguno.

 ENTRE MOSCÚ Y PEKÍN

 Después de la derrota diplomática sufrida por Rusia con el asunto de las bases de cohetes, los dirigentes soviéticos empujaron al régimen cubano hacia reformas distintas de las soñadas por Castro. Hay que abandonar la idea de industrializar Cuba cuando el mundo comunista pueda suministrar toda la maquinaria y los productos manufacturados que necesite la isla. Hay que volver al azúcar, principal riqueza de Cuba. Todos los proyectos industriales quedan supeditados a la agricultura y, lo que es peor, al monocultivo que representa el azúcar. Los chinos comunistas, entre tanto, llevaron su pugna ideológica con los rusos a la misma Cuba. Los cubanos que se sentían defraudados por las nuevas directrices de Moscú se volvieron hacia Pekín. Entre ellos «Che» Guevara. El comunismo agresivo de los chinos se adaptaba más a la mentalidad ardiente de los hispanoamericanos, mientras, los rusos comenzaban a mostrarse como verdaderos colonialistas, que se oponían a las aspiraciones del pueblo hispanoamericano. Pero, Fidel Castro no podía contar con el apoyo de Pekín, no solamente porque los chinos no disponen de medios suficientes para ayudar las revoluciones de todos los: países de la Tierra, sino porque sus propios triunfos no son vitrina adecuada para países que intentan revolucionar sus estructuras económicas y sociales. Rusia había entregado a Cuba 700 millones de dólares entre 1959 y 1963, además de 1.000 millones de dólares en ayuda militar. Esto, comparado con lo que China podía hacer por los cubanos, tiene un gran peso para Fidel Castro. Este, en la lucha entre Pekín y Moscú, eligió a los rusos y por eso «Che» Guevara se separó de la revolución cubana para, seguramente, proseguir sus esfuerzos revolucionarios  en otras latitudes sin la carga de Moscú y su conformismo marxista.



  RETORNO A LA AGRICULTURA

 ¿Qué ha cambiarlo en la Habana después del triunfo de los comunistas pro-Moscú sobre los comunistas pro-Pekín? Muchas cosas. Primero, y poniéndose definitivamente en manos de los planificadores soviéticos, Cuba vuelve a la agricultura y, principalmente, al azúcar. La última zafra de 1965 ha vuelto a ser tan importante como la que tuvo Batista en 1959, seis millones de toneladas de azúcar, después de haber llegado sólo a la mitad en el año 1963. La industrialización de Cuba se ha frenado hasta el punto de hacer pensar a muchos observadores si no habrá sido totalmente abandonada.

 La penetración del castrismo en Hispanoamérica ha tomado un nuevo giro. La acción subversiva es menos directa y comprometedora que antes. Esto, inesperadamente para Moscú, permite a los Gobiernos de los países amenazados tener un tiempo de respiro para efectuar reformas necesarias que anulen los efectos del castrismo. Las ideas de Mao Tse Tung y «Che» Guevara han sido sustituidas por la propaganda moscovita y la acción velada, calculada y a largo plazo.

 UN COMUNISTA «SUI GENERIS»

 Cuba padece ahora la división que ha producido la ruptura con Pekín. Ahora, los dirigentes cubanos tienen sus desviacionistas como todo el país comunista. Al descontento de grandes sectores de la población viene, pues, a sumarse la discordia en el seno de los mismos dirigentes. ¿Cómo sorteará estos obstáculos Fidel Castro? Probablemente, siguiendo una vieja táctica suya: adaptándose a las variaciones del terreno. Fidel Castro es un comunista «sui generis», un comunista que quiere imponer sus propias regias y no está dispuesto a seguir las de los demás. Es un hombre que necesita de un apoyo orgánico, sea cual fuere, y este apoyo irá tomando las formas que Fidel Castro crea más convenientes para el momento considerado. Conforme crezca el descontento en la población, cuando empiece el Ejército a resquebrajarse por el desviacionismo, si se organiza e incrementa la lucha clandestina contra su régimen, Fidel Castro podrá volver a sorprenderos con un nuevo giro que puede llegar a ser de 180 grados.



 “Fidel Castro. Siete años de poder. Síntesis de una Revolución”, La Vanguardia, 19 y 22 de mayo de 1966. 


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