miércoles, 4 de noviembre de 2015

Majases y Pacíficos

  
 

  Bernabé Boza


 Llamamos pacíficos a los refractarios e intransigentes con toda idea de lucha; a los hombres incapaces de sentir ni palpitar en sus corazones otras fibras que las del más vil interés, que contemplan la Revolución como la mayor de las calamidades públicas y no ven en la causa de Independencia de la Patria otra cosa que el motivo de sus quebrantos, zozobras, desazones y miserias.
 Majases son: los que, acogiendo y aceptando gustosos el credo y dogma revolucionario, se conforman con sus buenos y bellos deseos por el triunfo de la gran empresa, a la que no contribuyen con el más pequeño óbolo ni esfuerzo personal.
 Los pacíficos no descansan; el afán de conservar y sustraer a la Revolución el provecho que puedan ofrecerle sus intereses y propiedades, les quita el sueño, el tiempo no les alcanza para presentar el sin número de reclamaciones que a todas horas nos hacen: ya de una yegua o un caballo que son los únicos que les quedan para viajar, ya de la vaca "Blanca-flor' que es de la hija "Cuca", o de la yunta de "Flor de Mayo" que son los bueyes de arar, &.&.&. 
 Nosotros nos apropiamos de estos animales con todo el derecho que nos da la guerra; derecho que los pacíficos nos discutirán mientras alienten y que nos negarán siempre...
 Escucharemos benévolamente sus reclamaciones; pero jamás les devolveremos el artículo reclamado.
 Los bueyes y la vaca nos los comeremos a pesar de sus cualidades, sin que les sirva de atenuantes saber arar ni pertenecer a Chiquita. La yegua y el caballo serán tratados por nosotros con arreglo al artículo 19 de nuestra Constitución, poniéndoles un aparejo de junco o una montura mejicana, según sus condiciones, y entregándolos a un acemilero o a un valiente soldado del Ejército.
 Los majases son los eternos explotadores de los pacíficos, de quienes abusan de un modo descarado, siendo odiados mortalmente por ellos.
 Así como hay pacíficos en las ciudades los hay también en los campos; son afines pero no iguales.
 Los de la ciudad, maldicen la guerra y a los cubanos que la inventaron. Los de los campos la maldicen también y a los españoles que no supieron evitarla.
 Tanto los unos como los otros son unos hipócritas.
 También hay majases de rancherías y majases del Campamento. Este último es un tipo especial, sabe fingir perfectamente, engañando al más cuco galeno, una enfermedad cualquiera; también sabe caerse de un caballo y lastimarse por dentro según su dicho, para no hacer servicio de ninguna clase. Si se presenta el enemigo sabe imposibilitar su caballo, que no puede dar un paso según manifiesta y a la vista está, para que lo hagan retirar con la Impedimenta, y entonces dará voces pidiendo un caballo, pues le da vergüenza y rabia retirarse cuando sus compañeros van a la pelea, cosa que a él le gusta tanto. 
 El de las rancherías se pasa la vida en la guerra con un salvoconducto sin fecha que lo autoriza a curarse una enfermedad imaginaria o un balazo entre piel y carne cuya cicatriz ya ni se conoce. Este es el enemigo terrible de los huevos de los pollos, y de las madres de los pollos de los pacíficos. ¿No es un valiente? 
¿No le han pegado un balazo? Los majases son el castigo de los pacíficos.
 Estas dos plagas que son enemigos terribles se denuncian y calumnian muchas veces pero viven juntos y estrechamente unidos. La una es consecuencia de la otra. ¿Qué sería de los majases si no hubiera pacíficos?
 (¡Ojo!)—No confundir los pacíficos con nuestros beneméritos y dignísimos rancheros…!


 MI DIARIO DE LA GUERRA. Desde Baire hasta la Intervención Americana, La Habana, 1900. pp. 99-101.

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