martes, 6 de septiembre de 2016

Cachaza




  Dolores Labarcena


 Es muy importante para mí, remarcó De Assis, pagar la primera ronda. Y pidió tres caipiriñas al camarero polaco, al cual se dirigió en inglés. Nos rodeaban cocoteros, masajistas ambulantes, niños con palanganas y paletas, adultos que tomaban el sol y, sobre todo, jóvenes. Cada cincuenta centímetros un alma, de modo que aquello parecía una invasión de hormigas. El trasiego del aire era nulo, y el sol en su caída plomiza invitaba a los bañistas a protegernos las cabezas. Mann se protegió la suya con un sombrero de yarey. Señorial, ataviado con un traje de lino y gafas oscuras. No está nada mal, dijo Mann refiriéndose a Muerte en Rocadenbosch. La leía a ratos mientras bebía su caipiriña no tan a gusto. En tanto De Assis tenía en su regazo Muerte en Venecia, acabada de autografiar por Mann: “Con afecto, un hombre es un grano de arena si se compara con su obra”.  Muito obrigado, expresó De Assis al tiempo que se sacudía la arena del pantalón pirata. Le aseguro que le queda muy bien el trikini, menina, dijo girándose hacia mí. Muy cortés de su parte, cavaleiro. Thank you. Su gorra de pelotero también le queda como anillo al dedo, dije yo. Entonces apartó Muerte en Venecia, deduzco animado por mi cumplido para ponerse a silbar muy soberanamente la Opera do Malandro de Chico Buarque. Por lo mismo me estiré en la tumbona a observar el horizonte: una banda verde turquesa prostituida por el azul cerúleo del cielo. Más próximos del perímetro óptico, una boya que avisa sobre colonias de medusas y, un velocípedo acuático que dejaba una ristra de chiquillos, como polillas en una bombilla, todos ansiosos de montarlo a la vez. ¿No le parece agobiante?, me preguntó Mann. ¿Qué, el barullo? No, querida, el astro rey. Estoy a punto de deshidratarme, dijo. De Assis no esperó a que yo respondiera y lo sondeó sin contemplaciones: ¿Le gusta la cachaza, Mann? ¡Por favor, señor mío! Qué noción tiene de mí. ¿Acaso me cree un alambique? Con este ardor estivo el cuerpo necesita una tónica, un refrigerio... ¡Kellner! Ahora mismo llamo al camarero. ¡Kellner! Esta ronda la paga un servidor. ¡Kellner!... Y así volvió el polaco. Mann estiró el brazo desde su tumbona con la elegancia de un dandi: Drei Limonaden, bitte. No entender, habla catalán, inglés, no alemán, yo polaco, dijo el polaco. Bé, puc parlar en català. ¿Saps el que significa soda? Yes, respondió el camarero. Bé, una per a cadascun, si us plau. El polaco se fue. Por su rostro lo noté abrumado, quizás trabajaba part-time, o bien el lleva y trae de las bandejas, o la estolidez de algunos clientes... Por mi parte continúe con la lectura. De Assis me regaló Memorias póstumas de Blas Cubas, y me divertía, se lo hice saber a De Assis que ahora se alzaba para ir al chiringuito. No quería soda ni tampoco caipiriña. Según él, la caipiriña que le habían servido era con ron. Não é bom. ¡Cachaza, cachaza!, voceó mientras improvisaba con orgullo una samba. Mann lo miró de reojo, o le viró los ojos, no sé. Un momento tenso. A nuestra izquierda una pareja de ancianos se untaba bajo un toldo floreado protector solar Àlom SPF 50. ¿Ves?, dijo Mann, eso es el amor. Y ese sentimiento... Pero se quedó en ascuas, por lo que pude vislumbrar qué tiraba su atención. Hacia nosotros se dirigía un chico con un bañador carmesí, sin redecilla. Corría tras un balón de fútbol. Muy bien dotado, por cierto, con piernas como postes de alta tensión. Se parece a Tadzio, ¿verdad?, le pregunté. Y él, taciturno, ratificó con un simple arqueo de cejas para al acto disiparse en la tumbona como un saco de patatas. Ahí mismo lo dejé. La playa se veía fenomenal, un plato. De Assis no regresaba del chiringuito, probablemente por la ausencia de cachaza, o... Un paso en la arena y luego otro. Y al instante, como al que le dan un ramalazo en el lomo, recordé la fragilidad de mi trikini. Se me zafó la tira que une la parte de arriba con la de abajo. ¡Estaba casi encuera delante de Mann! Lo juro, ni cuenta se dio cuando pasó el Adonis. Da igual, pensé, de todas formas me daré una zambullida.¡Mmmm!... Entrar al agua fue una sensación formidable. ¡Cachaza, cachaza!, oí. Cuánto costó lavar la funda del Viscolátex. 


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