domingo, 5 de febrero de 2017

José Ricardo Fresneda


 Vidal y Morales 

 En aquellos tiempos, en el escenario de la sociabilidad cubana, envuelto en densas sombras y en profundo terror, el patriota hijo del país no podía ser más de lo que fue: el testigo medroso de la insaciable ferocidad del tirano que a cada instante segaba impávido preciosas vidas de héroes, mártires de ·nuestra independencia.
 La política del gobierno era la del terror. Nunca tuvo más trabajo la Comisión Militar permanente: se iniciaban procesos y más procesos, hasta por sospechas de haberse pronunciado frases subversivas, pues bastaba la más insignificante acción u omisión para estimarla constitutiva de delito y principiar a proceder embargando los bienes del acusado, que era encerrado por tiempo indeterminado en los obscuros e inmundos calabozos de nuestras cárceles y fortalezas. En otras ocasiones, cuando no se procedía directamente contra la persona denunciada, se reunían cuantos datos, informaciones y testimonios era posible acumular contra ella en su expediente, que casi siempre daba por resultado la deportación. 
 He aquí lo que ocurrió al malogrado poeta José Ricardo Fresneda. Un día del mes de marzo del año de 1849, apareció en La Aurora de Matanzas el fragmento de una poesía titulado A Lesbia, que se imprimía, previa la correspondiente censura, en el mencionado periódico (1). Alguien hubo de llamar la atención de la autoridad acerca de que aquella composición poética era un acróstico, en el que las iniciales combinadas de cada verso, daban por resultado las siguientes palabras: “libertad vuestra patria, hijos de Cuba”, y eso fue lo bastante para que el joven poeta, que era un estudiante de derecho, casi un niño de 17 años, por lo que no fue sometido a un proceso criminal ante la Comisión Militar permanente y ejecutiva, fuese gubernativamente extrañado de la isla para continuar sus estudios en la Universidad de Santiago de Galicia. Tal fue el decreto del general Roncali, Conde de Alcoy, asesorado por el famoso don Martín Galiano.

  Véase La Aurora del 1ro de mayo de 1849.


 Iniciadores y primeros mártires de la revolución cubana, 1901, pp. 207-08.

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