martes, 29 de agosto de 2017

Ibarzábal por Lamar Schweyer



 Alberto Lamar Schweyer

 El poeta moderno es un hombre que vive a la expectativa, esperando siempre las grandes conmociones, las convulsiones populares, los grandes cambios de la sociedad o del sentimiento, para sorprender en ellos un momento, una idea, un credo o una bandera, cosas todas que han de pasar más tarde a sus estrofas, bellamente dichas, pero con su sello original. Aquellos poetas de antaño, retraídos, encerrados dentro de sí mismo, lejos de todo lo externo; aquellos cantores del gran laberinto interior, han pasado ya a la historia... Hoy la poesía es algo menos íntimo, por eso los poetas modernos (que saben seguir de cerca el ritmo de su tiempo, cantan lo que les rodea. Preparan su espíritu para darle una especial sensibilidad capaz de sentir la influencia de lo externo, la emoción de lo que les rodea. La emoción no es ya personal, es social.
 La civilización ha ido transmutando los antiguos valores líricos, para sustituirlos por valores nuevos. Aquella campiña silenciosa y serena que veía Ovidio, está hoy cortada por las paralelas del ferrocarril y la blanca línea de la carretera por la cual cruzan trepidantes los raudos automóviles. El humo negro de las grandes chimeneas hace opaca la claridad de los crepúsculos. En las grandes ciudades ha muerto el claro de luna, las grandes bombillas eléctricas rompen la oscuridad de la noche. El Futurismo, la gran locura de Marinetti, no se apoya en bases falsas como parece a primera vista, es una gran locura que tiene cierto fundamento lógico.


 La filosofía ha cambiado también. Schopenhauer, el gran creador de la filosofía pesimista de su siglo, tiene hoy menos adeptos que su compatriota Nietszche. El creador de Zaratrusta, que más que un gran filósofo fue quizás un gran ironista cuyos ojos estuvieron siempre fijos en las murallas de Sibaris, tiene hoy más adeptos que el autor de los "Fundamentos de la moral". He aquí por qué los poetas no son ya los de antes. Quedan, es verdad, muchos rezagados, pero cada día serán menos, hasta que desaparezcan totalmente. En todas las grandes jornadas renovadoras ha ocurrido esto.
 En Cuba los poetas no se han compenetrado bien con el sentimiento contemporáneo, sólo de dos podemos decir que se han puesto a nivel de su época, son Ibarzábal y Paulino G. Báez; el primero especialmente ha sabido interpretar admirablemente la poesía moderna.
 Cuando la guerra europea puso sobre la Humanidad su manto púrpura, haciendo que una nueva época histórica surgiera de aquel rojo crepúsculo, los poetas sintieron más que nadie el dolor de la humanidad, y también el encanto heroico que había en la gran epopeya. ¡Las ciudades derruidas, las iglesias incendiadas, las devastadas campiñas por las cuales parecía que había cruzado de nuevo el caballo de Atila, impresionaron hondamente el alma de los poetas, quedando más tarde consagradas en las estrofas. Los regimientos sacrificados, los héroes anónimos caídos en la contienda, las mujeres y los niños trágicamente inmolados en aras de la barbarie como ofrendas a Marte, tuvieron en los poetas del mundo entero una consagración definitiva y heroica.
 Emile Verhaeren, el gran inquisidor de Flandes, cantó magistralmente la odisea de su patria en sus odas de amor y de odio:

 Jadis, je t'ai aimee avec un tel amour
Que je ne croyais pas qu il aut pu crointre un jour
Mais je sais maintenant le ferveur inñme
Qui t'accompagne, o Flandre, a travers l'agonie,
Et t'assiste et te suit jusqu'au bord de la mort.

 cantaba el gran poeta al regresar de su tierra después de la invasión de los alemanes. Verlet, Bourgal y Jaques, poetas nacidos al calor de la contienda, dijeron admirablemente el sentimiento de su pueblo. Los poetas del habla castellana, temblaron también ante la magnitud del desastre. Emilio Carrere, los Machados, Valle Inclán, todos los hijos espirituales de Francia, defendieron en sus rimas a la patria de Musset y de Verlaine. Los poetas cubanos, salvo muy contadas excepciones, amaron también su canto a la contienda. Emilio Bobadilla, en una colección de sonetos que forman hoy su obra póstuma, nos dio vivas imágenes de la contienda. Sánchez Galarraga, en un pequeño poema, quiso hacernos vibrar, con la sonoridad de su rima, pero fracasó en su empeño. Sergio La Villa, que en aquellos días residía en Bélgica, dedicó algunos sonetos al dolor de aquel gran pueblo, pero ninguno de ellos sintió y nos hizo sentir como Federico de Ibarzábal.
 Ibarzábal sintió en el fondo de su alma el tronar de los cañones que hacían temblar las ciudades y los pueblos; percibió el herdor de los campos de batalla; sintió el dolor de la sangre joven vertida en aras de la ambición de un hombre; vio allá en el fondo de su imaginación desfilar como por un lienzo cinematográfico la gran caravana doliente de los mutilados; compartió el dolor de los huérfanos y de las madres, de las hermanas y de las novias, y dejó correr la pluma para darnos "Gesta de héroes", un libro que basta para consagrarlo como un gran poeta épico. Si Rubén Darío no hubiera escrito otro libro que "Prosas Profanas", si Eça de Queiros sólo hubiera publicado el "Epistolario de Fradique Méndez", y si Goethe sólo hubiera concebido a "Fausto", los tres serían igualmente inmortales. Hay libros que consagran toda la obra de un autor. Es más, hay versos capaces de hacer un nombre célebre. "La musa del arroyo", de Carrere; "Adelfos", de Manuel Machado; "La marcha triunfal", de Darío, y la "Oración por todos", de Hugo, pertenecen a esta clase de versos que semejan saltos de cíclopes capaces de hacer llegar a un poeta hasta la cumbre. Por eso digo que "Gesta de héroes" es el libro máximo de Federico de Ibarzábal, este volumen es la obra que consagra al poeta. Creo que es ésta una de las pocas cosas en que estoy completamente de acuerdo con esa cumbre del Parnaso hispano que se llama Salvador Rueda.


 No hay poeta cubano más complicado que Ibarzábal. Ofrece aspectos tan opuestos que al analizar su espíritu o su obra sentimos una vacilación como raras veces se presenta. El poeta épico, de imágenes sangrientas, de ideas fuertes, que nos hace sentir una emoción dilacerante con los versos de ''Gesta de héroes", cambia radicalmente, y tórnase como por encanto en un cantor de frivolidades, sutil, fácil y risueño en la colección de versos que forman su libro "Una ciudad del Trópico".
 Los dos libros mencionados, entre los cuales hay el corto intervalo de un año, no parecen del mismo poeta. En uno, la aurora sangrienta, las noches tenebrosas, el eco de las batallas; en el otro, diáfanos atardeceres, noches de luna y risueñas canciones infantiles. Marcan los dos extremos de la obra del poeta, o mejor dicho, los dos aspectos del complicado espíritu de Ibarzábal.
 "Una ciudad del Trópico" es un libro consagrado a la Habana. El Morro, el Malecón, el cementerio, los parques, el Foso de los Laureles, joyas de los tiempos idos. Están en los versos como en un cofre magnífico; los idilios que vivió el poeta, las horas de nostalgia, el dolor del recuerdo, están dichos también cautivadoramente. En este libro está una de las mejores poesías que ha escrito Ibarzábal, es el "Prólogo":

 Esta ciudad picante y loca
que está engarzada en una roca
como un diamante colosal,
llena de luz mi poesía.
¡Alucinante pedrería!
¡Extraordinario pedernal!

 Amo tus horas vespertinas,
tus elegancias femeninas,
tu cielo azul, tu malecón.
Superficial y pizpireta
vives tu vida de coqueta
del albayalde al bermellón.
 Vives en una carcajada.
Una perenne mascarada
te hace reír, siempre reír.
Ríen tus lumias, tus beodos;
altos y bajos; porque todos
juegan dinero al porvenir.

 Eres equívoca y absurda;
aristocrática y palurda,
algo moderna y algo cruel.
Bajo tu cielo yo he soñado,
paseando solo y encantado
tus avenidas de laurel...

 La teoría bastante generalizada de que la forma de un verso debe corresponder al espíritu o a la idea que encierra, tiene en este poeta un excelente adepto. Ibarzábal nos habla de la Habana, de la ciudad frívola, picante, plena de idilios bajo la luna, la ciudad risueña, jacarera, cosmopolita, en la cual hay algo de eterno carnaval, que vive una vida loca sin pensar en el mañana, la ciudad del one step y de los cantos picantes, que tiene extraña mezcla de lo moderno y de lo viejo; nos habla de ella y lo hace en versos fáciles. En la melodía de las estrofas hay algo de los acordes de las danzas locas. Como testimonio copio sus versos "De carnaval":

 Blancas tocas,
serpentinas,
rojas bocas.
Colombinas
y divinas
risas locas.
Bulle el prado
disfrazado
de alegría.
¡Tarde pía!
Alma mía
¿has gozado?

 Y cuando el poeta nos da canciones de la guerra, cuando quiere reflejar en la sonoridad de la estrofa el rugir del cañón, emplea versos de arte mayor, versos de veinte sílabas, de quince, de catorce, versos que tienen algo de la rigidez del acero como éstos, escogidos al acaso:

  Han pasado las bárbaras hordas que llevan la muerte en su seno
 ha corrido la sangre fecunda y heroica en purpúreos arroyos…

  Es Ibarzábal el único poeta que en nuestra tierra ha tenido audacia suficiente para romper con la tradición y darnos versos en esta forma.   
 Federico de Ibarzábal es, sin duda, un gran poeta, mejor dicho, un gran sensitivo, pero no domina el verso; más bien es un esclavo de la rima rebelde, que un dominador de la forma. No ha logrado, como Valle Inclán, dominar su estilo. Abusa de las metáforas demasiado atrevidas, necesita rondar en derredor de una idea antes de fijar su pensamiento. Hay que convenir con La Bruyere que "entre todas las diversas expresiones que pueden tener nuestras ideas, sólo hay una exacta." A veces nos hace el efecto de que el poeta quiere decir algo que no puede expresar; vemos ideas oscuras, las cuales, analizadas, nos darán un idea bella; algunas de sus poesías requieren un gran cuidado para comprenderse. Otras son defectuosas como "Esta noche de junio..."

 Esta noche de junio trajo un calor espeso.
La ciudad está envuelta
en un vapor viscoso
y se puede mascar la tiniebla.

 El "calor espeso", el "vapor viscoso" y especialmente el que se "pueda mascar la tiniebla", me parecen un desmedido efectismo imperdonable en un poeta como Ibarzáibal.
 Se me dirá que Emilio Bobadilla fue el creador de esa imagen. Bien, pero es que es ese uno de los más grandes errores del crítico y poeta cubano.
 El soneto "Cofre de la Historia" encierra un error histórico incomprensible, en quien se siente capaz de cantar a la Habana. Nos dice el poeta:
 
 Cristóforo Colombo, tranquila, dulcemente
bajo la ceiba augusta las manos alzaría.

 Cosa ésta que es de todo punto imposible, ya que Cristóbal Colón no estuvo nunca en la Habana. Nuestro puerto fue descubierto por Ocampo, y ya en esta época el Gran Almirante agonizaba en Valladolid. Otras cosas hay en la obra de Ibarzábal que no acierto a explicarme. Aquel soneto que dice en la segunda cuarteta:

 Preparaba un tratado de energía
en que el verbo sonoro y elocuente
condenó las dulzuras del farniente
y dijo que era un vicio la poesía.

 El último verso, como se ve al momento, es un ripio indiscutible. No sé qué ocurre con los poetas contemporáneos en Cuba, pero creo que no existe ninguna al cual no podamos encontrar un verso corto. Nuestros poetas no sienten como sus hermanos de Francia, un gran cariño de la frase. No pulen sus versos; escritos rápidamente pasan al libro sin una corrección, como si esto no tuviera importancia.

  
 He anotado las cualidades buenas y malas de Ibarzábal. He dicho con entera franqueza los defectos que encuentro a la obra del autor de "El balcón de Julieta", pero no he dicho si es un buen poeta o lo contrario. Su obra adolece de grandes defectos, pero éstos están compensados por las grandes bellezas; por eso diré antes de terminar, que es un buen poeta.
 Nacido en una isla que arde bajo el sol de los Trópicos, en una ciudad cuyo regazo besa el mar hora tras hora, comenzando a sentir y a definir sus sentimientos en una de esas épocas en que el sentimiento y la expresión pasan por instantes de incertidumbre, es un poeta complicado que siente el dolor de la vida y trata de desterrarlo de su espíritu, un poeta cuya musa tiende a lo frívolo y a lo fácil, pero que, voluble como una mujer bonita, se vuelve huraña, árida, despectiva y sonora, para darnos "Gesta de héroes". Saludemos en Ibarzábal el triunfo del neopaganismo, que es la victoria de la humanidad sobre el dolor cotidiano; acojamos su obra que es renovadora del sentimiento, porque él nos da un nuevo horizonte sentimental, y esto es digno de alabanzas.


 “Federico de Ibarzábal”, en Los contemporáneos. Ensayo sobre literatura cubana del siglo, La Habana, 1912, pp. 99-107.

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