martes, 28 de noviembre de 2017

Condesa de Fernandina



 Una noche inolvidable, mientras Sarah Bernhardt, la idolatrada trágica, prendido el manto imperial, recamado de gruesos zafiros, caracterizaba magistralmente, en nuestro gran teatro, a la emperatriz Teodora; vimos entrar, en palco inmediato a nuestra butaca, una dama de noble presencia, acompañada de dos señoritas. Aquella señora de rostro blanco, ligeramente sonrosado, semejante a nieve ensolecida; de ojos azules, de un azul desvanecido, velados por leves sombras de tristeza; y de cabellos blondos, artísticamente rizados, como el de las antiguas damas venecianas; llevaba un rico traje de seda negro, con lujosos adornos, que hacía resaltar sus naturales encantos. Algunas joyas centelleaban en su cuello torneado y en sus mórbidos brazos. Benévola sonrisa vagaba por sus labios encarnados. Al verla por primera vez, nos hizo recordar la augusta matrona en quien Coppée, el aplaudido poeta parisiense, personificó la imagen de la Francia, para descubrirnos “Un idilio durante el sitio”.
 —¿Quién es la dama que acaba de entrar? –preguntamos al amigo inmediato.
 —Es la condesa de Fernandina. Ha pasado la mayor parte de su vida en París, donde adquirió rápida celebridad. Se cuentan varias anécdotas de su estancia en las grandes capitales. Un día, en Londres, gastó veinticinco mil pesos, en una pareja de caballos, para rivalizar con el príncipe de Gales. Otra vez, en memorable concierto, obsequió a la estudiantina húngara con mayor suma que el barón de Rotschild. La condesa se ha distinguido también por su hermosura. Una noche, al verla entrar en las Tullerías, el emperador Napoleón III se arrojó a sus pies y le dijo:
 —Saludo a la mujer más hermosa de las Américas.
 La condesa, no sólo arroja fortunas, sino prodiga su bondad a manos llenas. Es la reina de la benevolencia. Siempre tiene frases halagadoras, hasta para los que nada merecen. Sus hijas, que son las dos señoritas que la acompañan, le preguntaron, en cierta ocasión, al oír los elogios que hacía de ridículo personaje:
 —¿También le encuentras algo bueno a Fulano?
 —¡Es tan raro! –respondió la condesa.
 Durante la representación, aquella dama distinguida no apartó sus ojos de la escena. ¡Tal vez se imaginaba que oía a Sarah, la gran fascinadora, en el teatro de la Porte de Saint Martin! Al caer el telón, nos pareció que la condesa sentía la nostalgia de París.
 —¿Y el conde de Fernandina? –preguntamos a nuestro amigo.
 —Es un buen señor. Habrá ido a saludar a Sarah, su amiga predilecta de otros días, según afirma Marie Colombier…

 El Conde de Camors


 La Habana Elegante, 1ro de abril de 1888. 

 Fragmento de Capítulo III de la Antigua Nobleza. 

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Ante la tumba de Casal





 Reviviendo una tradición piadosa de El Fígaro, la Srta. Isabel Margarita Ordext, uno de nuestros más destacados valores femeninos, directora de la revista Vanidades, congregó en el aniversario de la muerte del gran poeta cubano Julián del Casal, a un grupo de artistas y hombres de letras junto al panteón que en el Cementerio de Colón guarda sus restos.
  
 Numerosas ofrendas florales cubrieron los mármoles del panteón y como epílogo del homenaje la señorita Ordext pronunció breves pero elocuentes palabras de devoción al poeta, recitando uno de sus más bellos sonetos. 

 Aparecen con los familiares del autor de Nieves, las señoritas Ordext y Mosquera, el Dr. Ramón A. Catalá, Secretario de la Academia de Artes y Letras, nuestro compañero el poeta Fernández Arredondo, el comediógrafo y periodista César Rodríguez y diversos representativos de sociedades artísticas (Foto D. M.)


 Diario de la Marina, 26 de octubre de 1937. 


domingo, 12 de noviembre de 2017

A medio la décima


 Ibrilio

 Salamanca te va a arreglar

 Yo te lo digo, Gaspar
Salamanca es un portento
de valor y de talento
que a Cuba viene a arreglar;
así pues, tienes que andar
pero muy bien del cogote;
pues si te hace el zote
y con el civil tropiezas
vas a parar de cabeza
al banquillo del Garrote.

                (1889)

 El Polvorín

 De La Habana llegó el fin
cuando algo más de la una,
de una manera importuna
hizo –¡Pun!- el Polvorín.

                 (1884)

 Comiendo harina caliente

 En La Habana y en La Mocha
se mata el hambre la gente
comiendo harina caliente
y dulcito de melcocha.
La vieja se vuelve chocha
viendo cara la butuba;
pero aunque de precio suba,
mientras haya mango y caña,
del hambre la fiera saña
jamás sentirá mi Cuba.

                 (1898)


 Ibrilio fue un popular poeta callejero de finales del siglo XIX y principios del XX, que se expresó, sobre todo, en décimas, algunas de las cuales prendieron en la memoria colectiva.
 Extraordinariamente fecundo, se hacía eco de cualquier acontecimiento de relieve, fuera de orden político o criminal, se tratase de catástrofes naturales, de explosiones e incendios o de sonadas peleas.   
 Algunas de sus composiciones: “El mono de mi vecina”, “El polvorín”, “Chuchita se sacó un diente”, “El crimen de los Sañudos”, “El crimen de la Víbora”, “La caída de Machín”, “Salamanca te va arreglar”, y “Huye que viene el ciclón". 
 Era del barrio de Tallapiedra pero solía moverse por toda la Habana, recalando en bares y garitos de Montserrate o Zulueta, o bien en la cantina El Castillo de Águila y San José, de la que era asiduo.
 Se dice que vivía de la venta de su trabajo que anunciaba al grito de “¡A medio la décima!”. 
 Solía pasearse a su vez por las redacciones de los periódicos donde entregaba sus poemas y era conocido como Ibrilio el del Gran Mundo.
 En Cenizas Gloriosas, Miguel Ángel Campa lo recuerda “enfundado en un chaquet ya verde, unos pantalones caídos, botines de elástico y un bombín de Semana Santa, al acecho de los "onomásticos" de los prohombres del alto comercio capitalino invitándose "de oficio” a su mesa”.  
 Durante la sobremesa improvisaba elogios en versos sobre las virtudes de la esposa, la belleza de las hijas o la inteligencia de los niños.  
 José Fernández Mora, su verdadero nombre, tildado por algunos de analfabeto, se graduó de Bachiller en el Instituto de La Habana.   
 Murió en Mazorra, donde pasó recluido sus últimos años. 


sábado, 11 de noviembre de 2017

Ibrilio




 R. A. Catalá: "Del lejano ayer" (fragmento), Diario de la Marina, 31 de enero de 1933.


miércoles, 8 de noviembre de 2017

Desgraciado suceso




 En la ciudad de Matanzas (isla de Cuba) ha tenido lugar una lamentable desgracia. Hallándose los estudiantes del quinto año de filosofía del colegio «La Unión» efectuando un experimento en una retorta cargada de oxígeno y clorato de potasa, estalló aquella, hiriendo gravemente al catedrático y a dos de los estudiantes, uno de los cuales murió a las pocas horas, y resultando también con algunas heridas otros tres o cuatro alumnos. 

 Los destrozos causados por efecto de la explosión en la citada cátedra fueron grandes, quedando rotos muchos aparatos de cristal, cuyos fragmentos se veían esparcidos por el suelo salpicados de chorros de sangre.


 El siglo médico, Madrid, 1873, Vol. 20, p. 

martes, 7 de noviembre de 2017

El voto de los idiotas

   


 ¿Deben votar los idiotas? Esta es una cuestión de interés palpitante, después de la publicación del decreto disolvente. Los más ilustres magistrados franceses han declarado que no hay razón alguna para negar el voto a los idiotas.
 Dicen los sesudos varones: En primer lugar no estamos seguros de que no haya precedentes. ¿Quién puede afirmar que no haya idiotas que voten? Nosotros no sabemos nada; pero nos lo podemos figurar, puesto que hay idiotas que son elegidos. ¡Sería chocante que un Imbécil, pudiendo ser elegido y siéndolo muchas veces, no pudiera ser elector! Negar el voto a los idiotas sería lo mismo que admitir a las mujeres en una asamblea y no dejarlas votar.
 Esto se cae por su propio peso.
 Los que oyeron a Salomón, aseguran que hablaba como los propios ángeles, cada vez que bostezaba se le salía una sentencia por la boca.
 Pues bien; hay que confesar que los magistrados franceses han hablado con el cantor de los cantares.
 Su juicio es salomónico, no por lo retorcido:
 “La debilidad de espíritu, con arreglo al decreto de 1852, no es incompatible con el ejercicio del derecho electoral”.
 Los pobres de espíritu son bienaventurados, y no se les debe negar ningún derecho. Además, como decía el susodicho Salomón, el número de los tontos es infinito.
 Si se les prohíbe votar, ¿quiénes van a hacer las elecciones?


 El Veterano, Año II, No. 20, 29 de mayo de 1910, p. 11.